capitulo 17

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G Jack ha vuelto a casa y voy a hacer lo que sea para reconciliarnos, para que sienta que lo deseo y lo amo, que estamos predestinados a estar juntos.
Preparo la cena y mientras estamos comiendo escudriño su rostro para captar cualquier indicio de que el hielo se ha derretido, porque la conversación entre nosotros es forzada e  incómoda. Y me doy cuenta  de que el mero hecho de que esté aquí, comiendo algo que yo he preparado, es una buena señal.
Todavía estamos tanteándonos después de este tiempo separados. Una semana que da la sensación de que haya sido un mes. Pero estoy muy feliz de tenerlo aquí.
Después de cenar, Jack enciende el televisor y pilla el final de un espacio de publicidad electoral de Bob DeVille. Está sentado en el sofá como si estuviera viendo los últimos treinta segundos de un  partido  de  fútbol de infarto, reclinado hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas debajo de la entrepierna. Todo su cuerpo  está rígido y en tensión. Tengo las piernas dobladas debajo de mi cuerpo, como un gato, y el brazo estirado sobre el respaldo del sofá, exactamente donde estaría el cuerpo de Jack si    estuviera recostado hacia atrás.
Eso es lo más cerca que estamos de llegar a la intimidad. Y yo haría cualquier cosa para que eso no fuese así. No sé si esto significa que volvemos a estar juntos o no. Jack está enviando señales contradictorias y  todo me resulta muy confuso.
Estamos viendo un plano medio de Bob, que está en una especie de fábrica escuchando atentamente a un hombre joven vestido con mono de trabajo y de rostro curtido; su corta vida lo ha envejecido  claramente mucho más de lo que le correspondería por edad. Por el aspecto podría ser el padre de Bob, cuando lo más probable es que sea lo bastante joven como para ser su hijo.
Bob lo mira muy serio y asiente con aire experto. Y por si no nos llega el mensaje, también está dando esa misma impresión en la voz en

off. Dice: «La gente está buscando un cambio. Está buscando a alguien que escuche, a alguien que la escuche de verdad, sus preocupaciones, sus problemas y sus miedos. Alguien que quiera escuchar, responder y reaccionar».
Lo dice como si estuviera recitando el monólogo final de Hamlet, o leyendo Moby Dick. Es un momento épico y embriagador,  y quieres creerle de verdad, porque suena increíblemente convincente.
Habla con frases breves que transmiten un mensaje tan neutro que resulta inofensivo, tan familiar que resulta reconfortante, algo que realmente le habla a la gente, va directamente al corazón de su ser, que parece el reflejo exacto de sus valores, aun cuando no esté diciendo absolutamente nada: es todas esas cosas al mismo    tiempo.
Las frases breves están muy bien pero solo son palabras en una hoja que suenan muy falsas sin alguien que sepa articularlas. Y Bob tiene un talento natural para eso.
Bob nació para dedicarse a la política, de igual forma que decimos que hay artistas, escritores o deportistas natos. Pero en realidad eso es una falacia, porque las personas que son creativas o que podrían sobresalir en algún campo en particular, aunque es posible que nazcan con el  germen de la genialidad, solo son lo que son porque han perfeccionado    un talento durante muchos años, porque se han centrado por completo en él    y lo han convertido en el centro mismo de su   ser.
No hace falta ningún talento innato para ser político, solo una psicopatología determinada. Así que es absolutamente correcto decir que alguien ha nacido para ser político. Forman parte de una casta selecta de individuos que prosperan en la vida utilizando las peculiaridades de su personalidad, su astucia y sus artimañas, en lugar de un conjunto específico de habilidades. Que han dado con el atajo para conseguir los mismos objetivos que otros solo alcanzan a través del trabajo duro y la disciplina. Jugando al juego y haciendo todo lo necesario para llegar más allá.
Y no pretendo restarle méritos a Bob, porque es muy bueno en lo que hace. Es uno de los mejores y entiendo perfectamente por qué Jack siente tanta admiración por  él.
Bob consigue con éxito el truco de parecer a la vez un urbanita   y un defensor de la vida rural, sin provocar el rechazo de ninguno de los dos bandos, ni de los habitantes de la ciudad ni de la gente del campo. Las palabras le salen de la cabeza y de las tripas al mismo tiempo. Para mí  que

Bob podría vender dentífrico a los que no tienen dientes, zapatos y guantes a los amputados, y seguros de vida a los presos condenados a muerte. Es así de bueno.
Y además su físico va a la perfección con el  papel. Bob tiene  lo que yo llamo «pelo de político»; tan repeinado y húmedo y brillante que parece como si se lo hubieran hecho con un molde de gelatina. Puede escapársele algún mechón rebelde de vez en cuando, pero aparte de eso jamás pierde la forma. Solo se estremece.
La cuña publicitaria pasa a un primer plano y es como si viera cada poro de la cara suave, bronceada y recién afeitada de Bob. Se parece un poco a Cary Grant, que me imagino que debe de ser el modelo de los políticos en cuanto a cómo se ven a sí mismos: afable, inteligente, sexy y vulnerable. El tipo de persona que los hombres quieren ser, o de quien quieren ser amigos, y con el que las mujeres solo quieren follar.
Bob está a punto de dar su golpe de gracia, la estocada mortal que va a convencer a los votantes de que es un tipo con un par de cojones,  el tipo al que quieren enviar a Washington para que los represente. Está hablando de lo que va a hacer por el estado si sale elegido. Dice: «Quiero que la gente de este estado vea al verdadero Robert DeVille».
Y tengo que aguantarme las ganas de reírme a carcajadas, porque nadie lo llama nunca Robert. Todo el mundo lo llama Bob. Es como si tuviera dos personalidades: una para el público y otra para todos los demás.
Bob desaparece de la pantalla y solo se ve una leyenda que dice: VOTA A ROBERT DEVILLE y una voz que indica que el espacio de publicidad electoral ha sido financiado por algún supercomité de acción política u otro.
Su rostro se ve reemplazado por el de Forrester Sachs, el presentador favorito de Jack.
A ver, de verdad que no sé qué le ve Jack a este tío, porque a mí solo me parece un capullo arrogante. Pero si Jack está en casa nunca se pierde  su programa.
Forrester Sachs es Bob DeVille sin una sola pizca de su inteligencia ni  de su encanto. Tiene  un nombre que suena a conglomerado   de empresas. Y parece y habla como si lo fuera.
¿Recuerdas todo eso que he dicho sobre la psicopatología de  los políticos? Sirve por partida doble para los presentadores de noticias.

Los presentadores son aspirantes a políticos cuya vanidad les impide competir con nadie que no sea otro presentador, rivalizando por gozar de más tiempo en antena, mejores franjas horarias, mayores índices de audiencia…, todas las cosas que realmente importan en la vida.
Forrester Sachs tiene el programa de noticias de mayor audiencia de la televisión. Es un tiburón vestido con un traje de diseñador, con el pelo entrecano muy corto, una mandíbula tan cuadrada que parece fundida en acero y unas cejas arqueadas que rozan la perfección;  una mirada que transmite todos sus valores fundamentales: la sobriedad, la formalidad, la juventud y la sabiduría. Es un autómata asexuado que habla directamente a la cámara con toda la seriedad y trascendencia impostadas que pueda exhibir. Pero nada podía haberme preparado para lo que está a punto de salir de su boca.
Dice:
«Esta noche…
»En Forrester Sachs presenta…
»Investigamos…
»“Bundy tiene talento”…
»La página web que empujó a tres jóvenes al suicidio en otros tantos meses.
»Y analizamos al hombre que está detrás de ella…
»Bundy Tremayne…
»Supuestamente el Simon Cowell del porno en internet».
Me quedo con la boca abierta. Ahora me toca a mí sentarme en  el  borde del  sofá, aunque no puedo decir  nada. Porque nunca le he hablado   a Jack de Bundy. Ni siquiera he mencionado su nombre. Si hubiera sabido lo de Bundy, tendría que haberlo sabido todo. Y aunque yo no se lo contase todo, no tardaría mucho tiempo en sacar sus conclusiones y deducirlo.
En segundo plano, en la esquina superior izquierda detrás del rostro liso e inexplicablemente sin una sola arruga de Forrester Sachs, enseñan la foto de una ficha policial de Bundy que alguno de los documentalistas del programa, que es demasiado bueno en su trabajo, ha logrado conseguir de algún   modo.
No sé de dónde ni cómo, pero no puedo imaginar que lo detuvieran por algo más grave que conducir bajo los efectos del alcohol o por posesión de marihuana, porque Bundy solo es un pringado de tres al cuarto, no es un criminal importante. En la foto, Bundy parece cansado y

castigado por el alcohol y tiene el pelo aplastado de llevar gorra.
Pero no se trata de la pinta tan horrible que tiene en la foto, se trata de la forma en que lo presentan. Para el público que está viendo el programa, Bundy ya es un delincuente peligroso. En los treinta segundos que ha tardado Forrester Sachs en presentar el avance de su programa, Bundy ya ha sido procesado, juzgado, condenado y sentenciado en el juicio paralelo de la opinión pública.
Para cuando acaben de salir los créditos del final del programa, el nombre de Bundy será trending topic en twitter con algunos de los siguientes hashtags, o con todos:

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