capitulo 20

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Estoy sentada en clase, en mi sitio habitual, justo delante de Marcus, y él está comentando esa escena culminante de Vértigo en la que Judy acaba de desvelar su secreto a Scottie: que ella y  Madeleine,  la difunta rubia con la que ha estado obsesionado, son en realidad la misma persona. Al hacerlo, arranca a Scottie de sus fantasías y le obliga a afrontar la realidad: que todo ese tiempo ha estado consumido por una  ilusión.  Marcus está diseccionando la escena final, en la que Scottie se encuentra  en lo alto del campanario donde había estado Judy/Madeleine. Ha superado su miedo a las alturas para acercarse a la cornisa, pero ahora mira  fijamente el abismo. Mira fijamente el punto al que su obsesión la llevó a ella, las rocas contra las que ella se estrelló y murió.
Da la impresión de que hemos estudiado esta película más de cien veces, pero Marcus vuelve a ella una y otra vez por algún motivo en particular. Marcus está tan obsesionado con Vértigo que creo que podría pasarse el día hablando de ella, en todas las clases, y aun así seguir descubriendo cosas nuevas e interesantes que decir. Creo que se debe a que Vértigo tiene todo lo que a Marcus le encanta encontrar en una  película.  Todos los fetiches y las parafilias que alguien pueda desear  y  necesitar. Ahora que sé un poco más sobre Marcus, por medio de Anna,  puedo  entender por qué.
También estoy absolutamente segura de otra cosa. Que, igual que Scottie, Marcus está obsesionado con  las rubias, aquellas que  llevarían   a un hombre a la ruina. Marcus está obsesionado con Anna.
Supongo que Anna también está influyéndome a mí, porque me he sorprendido empezando a vestir más como ella. No solo como ella, sino directamente con sus prendas. Ahora llevo su camiseta de tirantes  blanca, semitransparente y escotada que deja ver el sujetador. Le pedí  que  me la dejase, aunque no estaba segura de  que  fuera  a  quedarme  bien. Y llevo sus leggings elásticos con estampado de piel de leopardo y sus sandalias de tacón de aguja; la clase de look que le dice a un hombre: Estoy lista para devorarte. Incluso  Jack me ha mirado de un  modo extraño    esta

mañana cuando he salido del dormitorio vestida y preparada para irme; nunca me había visto con ropa como esta. Y cuando me ha mirado me he preguntado por qué mi obsesión con Marcus ha llegado tan lejos.
Ahora, en clase, solo me parece un gran esfuerzo desperdiciado, porque Marcus me ignora, como  de  costumbre.  Está hablando de la insistencia de Scottie en que Judy  se  vista  exactamente  como su difunta doppelgänger, Madeleine: la misma ropa, el mismo peinado y el mismo color de pelo. Yo me visto como Anna para Marcus, pero, haga lo que haga, es evidente que no funciona, es evidente que no le pongo. Ahora que sé que Marcus está obsesionado con las rubias, me planteo si debería jugarme el todo por el todo y decolorarme el pelo para parecerme lo máximo a Anna sin ser ella. Sé que no  le  pongo  porque  vuelve a llevar los pantalones de vestir marrones.
Marcus nos está diciendo que todo cuanto necesitamos saber sobre Hitchcock, el hombre, se encuentra en las películas que dirigió, e imagino que es un poco como aquello que suele decirse pero al revés: que el hábito sí hace al monje. Estoy deconstruyendo el significado de los pantalones marrones de Marcus —los pantalones que lleva siempre— para intentar llegar al fondo de quién es realmente. Y me pregunto si será el único par  que tiene o si  su armario, cuando él  no está dentro esperando a  que llegue Anna, será como el de Mickey Rourke en Nueve  semanas  y  media: un armario repleto de trajes idénticos. La misma camisa blanca de algodón y cuello Mao que también lleva siempre, y  esos  pantalones, ajustados en la entrepierna y el culo, algo  acampanados en  las piernas.  El tipo de pantalones que pasaron de moda a finales de los setenta.
Me pregunto si rastreará las tiendas de ropa de segunda mano con fines benéficos buscando exactamente ese estilo, con esas medidas exactas. Los pantalones que le sujetan el paquete con firmeza y a la vez lo exhiben. Y llego a la conclusión de que si Marcus ha conservado en perfecto estado la ropa de su madre todo este tiempo, quizá lo más  probable es que los comprara nuevos, o casi nuevos.
Marcus debe  de tener entre cuarenta y cinco y cincuenta años,   y haciendo el cálculo —y puede que parezca un poco extraño que me  dedique al cálculo en clase de cine, pero estoy obsesionada con todas las cifras y las figuras que tengan que ver con Marcus, estoy obsesionada con su figura en centímetros y en kilos—, bien, haciendo el cálculo debió de empezar a vestir de ese modo en la pubertad, a los doce o los trece. O tal

vez unos años después, si fue tardío.
Esos pantalones posiblemente ya habían pasado de moda para entonces. Así que decido que debe de tenerles algún apego sentimental. Que quizá sean los pantalones que solía llevar su padre, y que cuando se los puso por primera vez le hicieron sentirse un hombre, le hicieron sentirse como su papá, y supo que no quería vestir de otro modo.
No sé nada de esto a ciencia cierta, pero imagino que alguien con una fijación con su mamá tan pronunciada como Marcus debe de tener algún trauma con la figura paterna, ausente en su infancia en el plano emocional, o en el físico, o en los dos. Y eso me hace sentir una especie de lástima por él, y hace que desee levantarme de un salto y abrazarlo con fuerza y susurrarle al oído con dulzura que  todo irá bien. Pero  eso nunca va  a pasar porque Marcus siempre parece muy serio e inaccesible en clase.

LA SOCIEDAD JULIETTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora