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llega tarde.
Estoy sentada en clase, esperando a que se presente Anna. Pero
Lo único que no soporta Marcus son los alumnos tardones. Si
alguien llega tarde a clase, despliega toda una estrategia elaborada para intimidarle y que la cosa no se repita. Deja de hablar en cuanto oye que la puerta del aula magna se abre con un gañido. No al final de la frase, a mitad de sílaba. Vuelve la cabeza y se queda mirando la puerta, a la espera de que alguien la cruce.
Mientras se cuela en la clase y busca sitio, la mirada gélida de Marcus sigue todos sus pasos, y está tan cabreado que casi ves el humo saliéndole por las orejas. Aunque sigue estando mono, porque tiene hoyuelos —pelo negro y hoyuelos— y siempre parece que sonría, incluso cuando está enfadadísimo. Pero la cosa no acaba cuando el tardón encuentra un asiento y se acomoda, con su libreta delante y el boli listo para escribir. Oh, no.
Marcus se queda de pie, en silencio, inclinado sobre su mesa, con las manos apoyadas delante de él, mirando sus notas durante un rato tan largo que resulta incómodo. Casi como si estuviera deseando que alguien hiciera un sonido, deseando que alguien le diera una excusa para explotar. Pero lo conocemos demasiado bien para eso.
Permanecemos sentados en respetuoso silencio y, cuando él tiene la sensación de que ya ha torturado a la clase lo suficiente, solo entonces, no importa cuánto dure, sigue con su discurso, retomándolo exactamente en la misma sílaba que había dejado a medias.
Anna siempre llega tarde. Nunca falta ni se pierde toda una clase, pero siempre llega a distinta hora. Puede ser justo en el momento en que Marcus empieza a hablar o justo a media disertación. Hoy no ha sido distinto: Anna llega cincuenta y dos minutos tarde, cuando faltan menos de diez minutos para que termine la clase, justo en el momento en que ya he perdido casi por completo la esperanza de verla. Entra contenta, como si no le preocupara nada en el mundo. Marcus levanta la vista, ve que es ella, y
sigue hablando como si nada hubiera pasado.
Eso es lo que ocurre siempre que Anna llega tarde; y yo siempre me he preguntado por qué recibe ese tratamiento especial.
Así que, un día, voy y se lo pregunto.
—Marcus y yo tenemos un acuerdo —dice Anna—. Yo hago algo por él. Él hace algo por mí.
—Qué clase de acuerdo —digo.
—Bueno —dice—, te lo diré de esta forma: Marcus tiene necesidades especiales...
Me pregunto cuáles serán esas necesidades especiales.
¿Marcus le pide a Anna que le chupe los huevos mientras deconstruye Los cuatrocientos golpes? ¿O se la folla por detrás mientras declama citas del libro ¿Qué es el cine?, de André Bazin? ¿Le gusta que Anna le meta el meñique en el culete mientras él reflexiona con detalle sobre la teoría de la abyección?
Estoy impaciente por que me lo cuente. Hay tantos detalles que quiero cuadrar con mis fantasías sobre lo que pone cachondo a Marcus y sobre cómo folla... Y solo puedo pensar en que la realidad es mucho mejor de lo que jamás he imaginado. Ese es nuestro vínculo, entre Anna y yo: Marcus. Nuestra mutua obsesión. Mi secreto. Su amante.
Así que, al salir de clase, vamos a por un café y salimos a sentarnos en un banco, mientras los estudiantes van y vienen a nuestro alrededor, corren para llegar a tiempo a su siguiente clase. Nos sentamos bajo un árbol, al cobijo de la sombra, protegidas del sol de media mañana, que ya está en su cenit, porque Anna tiene la piel clara y prefiere que siga así.
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LA SOCIEDAD JULIETTE
RastgeleAntes de que empieces a leer este libro, dejemos las cosas claras. Quiero que hagas tres cosas por mí. Uno. No te ofendas por nada de lo que leas a continuación. Dos. Olvida tus inhibiciones. Tres (y muy importante). A partir de ahora, todo lo que...