capitulo 22

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Es la noche de las elecciones. Estoy en casa sola viendo los resultados en directo en la televisión. Y cuando enfocan a Bob DeVille, ya muestra una actitud triunfal. Va por delante con un margen  claro, aplastando a su oponente, y sabe que va a hacerse con estas elecciones. Ya sabe que va a ganar, y su cara lo delata. Un resultado previsible, ¿no te parece?
Nombra a un político que no salga impune de sus crímenes.
Es casi un incentivo de la profesión. Y DeVille lo ha convertido en un arte.
Para mí, ahora es DeVille. No Bob. Ese nombre me resulta demasiado familiar. Un poco demasiado íntimo para sentirme cómoda. Ahora que sé lo que sé. Eso lo cambia todo. Llamarle Bob sería como  tutear al estrangulador de la colina.

DeVille está de pie en el estrado haciendo el signo de la victoria y con una sonrisa Colgate, rodeando con un  brazo  la cintura de  Gena mientras se prepara para pronunciar su discurso  como  vencedor.  Parece tan engolado y ufano… Y lleva un pañuelo al cuello, joder. Debo de ser la única persona de todas las que estamos viendo esto que sabe por qué. Lo lleva para ocultar sus jodidos moretones. Para proteger su sucio secretito.
Gena señala al azar a algunas personas entre la multitud, haciendo con la boca lo mismo que hace Hillary Clinton durante las campañas electorales. Quedarse boquiabierta por la sorpresa, incrédula, y saludar con frenesí y al azar a gente del público como si se trataran de familiares a los que hace mucho tiempo que no ve,  fingiendo  que  los  conoce. Y lo hace porque tiene la certeza de estar  un paso más cerca  de ser la primera dama y considerar que debe empezar a comportarse como tal.
Los DeVille están actuando para una muchedumbre eufórica que  ha  acudido en autobús  desde  muchos  kilómetros a  la redonda   para

engrosar los números y dar la impresión de que el senador en ciernes está tomando el pulso a un electorado embriagado por el cambio, cuando probablemente ha obtenido la menor cantidad de votos de la historia del estado.
Y están ofreciendo un buen espectáculo. Imposible  saber  que no son lo que aparentan. La pareja americana por  excelencia.  Cariñosos, fieles y radiantes de salud.
Cuando pasan a un plano más general que abarca todo el escenario, veo a Jack a un lado, junto con el resto del equipo de  los DeVille. Nada podría estropearme este momento. Porque estoy muy orgullosa de Jack, en verdad lo estoy.
Aunque haya algo que empañe ese orgullo, porque ahora conozco al auténtico DeVille, no al político de cartón que sale en televisión y que dice que quiere mostrar a la gente su «verdadero yo». Sé de lo que es capaz. Sé de lo que forma parte.
Vuelvo a hacerme las mismas preguntas. ¿Qué valor ha tenido esta experiencia? ¿Cuál ha sido su precio?
Este es el valor de mi experiencia. Ahora entiendo cosas sobre el sexo y el poder, y sobre cómo se conectan y se interrelacionan, que algunas personas no llegarán a descubrir en toda su vida. Y yo aún soy muy joven. Pero también voy a tener que vivir con esto toda mi vida. No puedo decir que me alegre. Si tengo que ser sincera, me incomoda. Porque sé que estoy a solo un paso de  DeVille.
Podría contarle a Jack lo que ha ocurrido. Podría destaparlo todo si quisiera. Pero solo tenemos una vida, y yo sueño  y fantaseo  como todo el mundo con las cosas que todo el mundo desea: seguridad, familia, felicidad, amor. Y no sé lo que me depara el futuro, pero sí sé que hay algo que no veo en mi futuro. Una   soplona.
Mi instinto de supervivencia es mucho más fuerte que mi deseo de salvar el mundo. Así que podría hacerme la heroína, pero ¿quiero que se me conozca como alguien así el resto de mi vida? ¿Quiero vivir con las consecuencias? ¿Dónde dejaría eso a Jack? ¿Qué nos    haría?
Si decidiera hacerlo, tendría que contárselo todo a Jack. Y aún no estoy preparada para dar ese paso. Tendría que reservarme ciertas cosas. Los secretos están mejor guardados, no desvelados. Este tiene que quedarse conmigo. Al menos, por ahora. Pero me reservaré el derecho a cambiar de opinión en cualquier momento.

¿Qué harías en mi situación?
Piénsalo. No es tan fácil, ¿verdad? No hay una solución sencilla ni una salida evidente.
Esto no es como una de esas películas de Hollywood en las que todo queda bien atado en la cinta final. En las que los malos se llevan su merecido, las fuerzas del caos y del mal son derrotadas, el orden es restaurado. Y el héroe o la heroína consigue vivir un día más y volver a su vida habitual. Su casa, su esposa, su esposo, sus hijos, su perro. Y en realidad no necesito deciros esto, pero la vida real no es así. Los finales de Hollywood solo ocurren en las películas.
El modo en que acaba esta historia se parece más a ese travelling de Al final de la escapada de Godard en el que el personaje de Jean-Paul Belmondo, un criminal de poca monta llamado Michel, se resigna a su sino después de que su novia norteamericana, encarnada por Jean Seberg, le diga que no le quiere y que lo ha delatado a la policía. Y ella solo lo hace para llamar su atención. Lo hace por despecho.
Siendo un gánsgter en una película de gánsgteres, y consciente de ello y más astuto que la mayoría, Michel ya sabe dónde va a acabar todo esto. Y nosotros también.
¿Recuerdas lo que te dije?
La trama está siempre al servicio del personaje.
Así, Michel ha recibido un disparo en la espalda y va trastabillando por la calle, renqueando hacia el olvido. Consigue llegar al cruce y allí cae. Y en realidad eso es todo, el final que ha previsto para sí. Pero más banal, porque él parece más la víctima de un accidente leve de tráfico que un criminal peligroso alcanzado en una ráfaga de disparos de la policía.
Las últimas palabras que salen de su boca antes de  sucumbir a  la muerte: «Esto es realmente asqueroso». Ese es su plano de despedida a un mundo que nunca le quiso y al que él nunca quiso. Ese es su «momento Rosebud». Pero, lejos de dejar alguna gran revelación mientras efectúa su salida, sus palabras se oyen mal, se entienden mal,  se  reinterpretan  —  nunca sabremos exactamente qué  dice—  como  «Eres  realmente  asquerosa». Una réplica no al mundo sino a la mujer a la que amaba, que lo ha traicionado: su talón de Aquiles, la femme fatale que está de pie a su lado mientras él parodia su gran escena de   muerte.
Pero cuando se comunica esto a Jean Seberg, su dominio  del

francés, que hasta este punto de la película ha parecido respetable tratándose de una joven norteamericana, parece insuficiente. No entiende la palabra francesa dégueulasse y tiene que preguntar qué significa.
Y ahí es donde acaba la película.
Ella se queda no solo tomando conciencia de la enormidad de los acontecimientos que ha desencadenado con  un  inocente  acto  de egoísmo, sino también enfrentada a la perspectiva de tener que cargar con un malentendido el resto de su vida.
Que él murió odiándola a muerte.
Si al menos todas las películas acabaran así… Si al menos todas las películas acabaran como la vida…
Sin resolver.
Porque, empezando por el día en que nacemos…, no, antes de eso, empezando por el momento en que somos concebidos, nuestra vida no es sino una serie de cabos sueltos. Románticos, sexuales, profesionales, familiares, y probablemente de alguna clase más. Y se precisa hasta el último átomo de nuestro ser para evitar que acabemos enmarañados con ellos.
Algunas personas se pasan la vida obsesionadas con los cabos sueltos, con los «y si», los «podría haber sido» y los «qué ocurrirá».
Pero yo no.

Técnicamente, en este preciso momento yo soy un cabo suelto.  Y DeVille lo sabe. Podría librarse de mí si quisiera. Tiene el poder. Podría sencillamente chasquear los dedos y hacerme desaparecer. Como a Anna. Podría pagar a alguien para que me liquidase y ocultarlo como imagino que hizo con Daisy y las otras chicas. Y nunca tendría que sufrir las consecuencias, nunca tendría que pagar por ello. Seguiría luciendo esa sonrisa Colgate en la televisión y nadie sospecharía nada.
Pero no me pondrá un dedo encima, de eso no me cabe duda. Y yo no voy a pasar el resto de mis días mirando por encima del hombro, vigilando y esperando a que esa persona llegue. No tengo miedo.  Estoy segura de que DeVille ha evaluado los riesgos y ha decidido  que soy  un  cabo suelto que puede permitirse en la vida.
¿Por qué crees que estoy tan segura? Bueno, ya sabes lo que dicen.

La información es poder.

DeVille le hizo una promesa a Jack. Dijo que si ganaba las elecciones le daría un puesto en su administración.  Jack no  tiene motivo para creer que faltará a su  promesa. Yo  quiero  ver  cómo  DeVille  cumple con su palabra. Y estoy segura de que lo hará, porque DeVille necesita en su equipo tipos inteligentes como Jack para que le hagan parecer bueno.
¿Y quién soy yo para negarle a Jack esa oportunidad? ¿Quién soy yo para poner freno a su ambición?
De todos modos, no es a mí a quien DeVille tiene que temer. Es a Jack.
A su reacción si lo descubriera.
Así es como funcionan estas cosas. Debes saberlo. Nadie tiene ningún incentivo para hacer público nada. Es algo que no se cuenta entre los intereses creados de nadie.
Esa es la verdadera naturaleza del poder. La naturaleza oculta
del poder.

adelante. muertas.

Está oculta. Y permanece oculta.
De modo que la Sociedad Juliette sencillamente sigue Chicas como Anna seguirán desapareciendo. O  aparecerán
Y algún pobre diablo como Bundy acabará cargando con  la
culpa. Porque es prescindible y sabe demasiado poco de los  entresijos de  este mundo para arrastrar consigo a alguien. En última instancia, Bundy es un eslabón de la cadena que puede reemplazarse fácilmente. Siempre habrá chicas dispuestas a complacer y chicos ansiosos por participar. Siempre ha sido así, y siempre será así.

Ahora estamos atados, Jack, DeVille y yo. Como el duelo mexicano en El bueno, el feo y el malo. Un triángulo eterno.  Nos encontramos en el interior de un círculo de piedras,  cara  a  cara.  Es  un  juego de miradas, observando y esperando a ver quién da el primer paso. Y lo único que sé es que no tengo intención de acabar en una  tumba anónima.  Y la destrucción mutua asegurada no beneficia a nadie.

O como el final de The Italian Job, en la que el oro se encuentra en la parte delantera del autobús, toda la gente está en la trasera, y medio vehículo está colgando al borde de un precipicio. Un paso en falso y todo el tinglado caerá al abismo.
Eso es lo que es esto. Un jaque mate.
Y esto es lo que yo saco de toda esta pequeña aventura. El sexo es el garante del equilibro.

LA SOCIEDAD JULIETTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora