La Barbie sin Ken

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—¡Es un idiota!—grito furiosa golpeando uno de los cojines que descansan sobre mi cama.

Después de que durante todo el día del viernes Cooper se pegara a mí y actuara como si nos lleváramos de maravilla frente a otros mientras que a solas me repetía una y otra vez lo mucho que lo voy a lamentar, llegué a casa y me duché. La casa estaba vacía y tenía tanta hambre que ni me miré al espejo después de lavarme, me puse mi pijama y bajé directamente.

No hace mucho frío en mi casa, nunca hace ni frío ni calor, así que dejé que se me secara el pelo solo. Siempre he odiado los secadores y las planchas del pelo, me molestan y me da pereza utilizarlos.

Pero si me hubiera secado el pelo hubiera podido evitar mi transformación a Barbie nuclear. ¿A quién pretendo engañar? Encontré la caja del tinte en el cuarto de Andrew. Encima el muy capullo ha buscado la mejor marca que ha podido, permanente y de aplicación rápida.

Ni siquiera he sido la primera en darme cuenta. Sobre las seis de la tarde, Nick ha aparecido en mi puerta con un gran tarro de Nutella, muchas patatas, palomitas y gominolas. Cuando me ha visto se le han caído las dos bolsas en las que llevaba la comida al suelo. Estaba, literalmente, sin palabras. Cuando ya me empezaba a preocupar, una sonrisa enorme ha aparecido en su cara y, de repente, estaba doblado abrazándose a sí mismo por las costillas riendo sin control.

Diez minutos después, tras haberme quedado embelesada con su sonrisa, preguntar durante cinco minutos qué era tan gracioso y esperar a que se calmara para que pudiera hablar, con un rápido movimiento levantó la mano derecha y me quitó los lápices que sujetaban en un moño mi pelo. He reaccionado de la peor forma posible, la verdad. Casi me pongo a llorar de rabia e impotencia cuando he visto de reojo y borroso mi pelo. Es un rubio casi blanco. Es horrible. Y aunque el color no lo fuera, a mí me queda como si ácido me hubiera caído en la cabeza.

Para describir lo mal que me he sentido y la furia que me hierve la sangre ahora mismo pondré un ejemplo muy simple: Relájate y mira con la más pura inocencia el mundo, imagina a tu mejor amigo o a la persona en la que más confíes que viene hacia ti, cuando llega te pide que le prestes tu libro favorito (o lo más preciado, materialmente hablando, que tengas), tú se lo prestas y crees en sus promesas de que en menos de una semana te lo devuelve intacto. Todo perfecto, ¿verdad? Vale, llega el día en el que te lo devuelve, y cuando te lo da todas las esquinas están dobladas y algunas quemadas, páginas rotas y dobladas. Abres el libro y sólo te encuentras con páginas manchadas de comida y sustancias que no reconoces, el libro está subrayado con bolígrafo y con rotuladores que han traspasado las hojas, han tachado frases enteras que no volverás a poder leer. Bien, ahora imagina que despiertas en tu cama y que todo ha sido una pesadilla. Te levantas y cuando miras tu cuarto está todo destrozado y en la librería faltan algunos libros y otros están en un estado horrible. Ahí lo tienes.

De acuerdo, quizás soy un poco exagerada.Pero es que el pelo me crece muy lentamente y llevaba casi ocho años para que me llegara a debajo de la cintura.

—Debes admitir que tienes parte de culpa. Tú empezaste la "guerra".—dice sentado cómodamente en el sofá mientras levantaba los brazos y hacía comillas. No puedo evitar fijarme en sus brazos al moverse. Sus músculos se tensan y relajan marcándose bajo la camiseta de Breaking Bad, su serie favorita. No va al gimnasio todos los días y hace pesas para tener músculos que presumir como la mayoría de los chicos de su edad, pero no soporta estar mucho tiempo quieto. Suele ayudar a su padre con la protectora que lleva su familia, pasea y corre junto a los perros mientras juega con ellos. Lo cuál sólo lo hace más y más tierno. Tampoco come nada mal, ahora que lo pienso. Únicamente come del tipo de cosas que ha traído hoy a mi casa cuando viene a ver películas y series conmigo, y no siempre.

HermanastrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora