Buenas noches, Fea Durmiente.

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¿Cómo se puede ser tan gilipollas? No, en serio, ¿cómo? De verdad que no lo digo por insultar ni nada, tampoco soy una chica que se queje mucho. Soy amiga de mis amigos y me suelo llevar bien con todo el mundo, nunca he tenido problemas en clase y todo lo loca que puedo llegar a estar es algo que llevo por dentro.

Pero es que ese idiota me saca de quicio.

Llevo en esta ciudad cinco años y desde que llegué tengo que lidiar con el mismo arrogante machito que ha tomado por hobbie arruinarme la vida.

Estoy en el último curso antes de ir a la universidad, antes de tener que despedirme de todo lo que quiero, de tomar caminos diferentes a los de mis amigos, de poder dejar de pensar sabiendo que siempre tendrás a alguien que te cubra las espaldas. Esa sensación de hogar desaparecerá y tendré que empezar de cero sin tener la seguridad nunca de que cualquier día no tenga que volver a irme del lugar en el que haya construido de nuevo mi hogar.

Me encantaría que todo fuera tan fácil como en las novelas, series y películas, pero soy realista y consciente de que incluso fantasear con esa posibilidad de futuro es un disparate.

Tengo pensado hacer de este un año increíble, pero va a ser difícil con Cooper persiguiéndome para humillarme. Para hacer una entrada triunfal en este nuevo y último curso ha decidido que el primer día de clases no estaría nada mal preparar un gigante y asqueroso cubo que tenía huevo, agua de un estanque, grasa de cerdo y quién sabe qué más mientras corría bajo un sol abrasador en la clase de gimnasia para después robarme la ropa de la taquilla y tirarla a la piscina en una mochila llena de piedras para que no flotara.

Después de tal "accidente" lo más lógico sería que mi profesora me dejara ir a casa, pero no. ¡Por Dios! ¡Déjame cambiarme por lo menos, todos sabemos lo mucho que me odias, el sentimiento es mutuo por cierto, pero trata de disimularlo un poco como mínimo!

Y tras disfrutar de este maravilloso primer día de clases voy de vuelta a casa, teniendo que andar diez manzanas, vestida con una especie de poncho-vestido horrible que mi profesora me ha prestado de la sección de objetos perdidos, agotada, hambrienta, sin mi mejor amigo para animarme por el camino, sin mis auriculares y sin ningún libro que pueda leer. Ya estoy harta de las clases y llevo sólo un día.

Cuando por fin llego a casa papá no ha llegado, pero ya me había mandado un mensaje de que tenía otra cosa que hacer. Adoro a mi padre y no soy tonta, hace tiempo que sé que tiene a alguien especial, lo cual es maravilloso y me alegra muchísimo, mi padre es demasiado bueno para no encontrar a ese alguien con quien todos soñamos.

Ni siquiera tengo hambre ya así que me voy directa a la ducha y a deshacerme de estos trapos sucios que llevo puestos.

El agua tibia me relaja y tras pasar entre canciones y reflexiones más de media hora duchándome salgo, me seco ligeramente el pelo, me visto con mi pijama de Harry Potter y me acuesto, o más bien, me tiro en mi cama rendida y más cansada de lo que recuerdo haber estado en mucho tiempo y rápidamente me duermo.

—¡Mel!—oigo gritar sin siquiera ser todavía muy consciente—¡Mel! ¡Baja a cenar!—esta vez reconozco la voz de mi padre y abro un ojo.

—¡Cinco minutos más!—contesto con mi habitual voz de zombie al despertar.

—¡Mel baja! ¡Ya!—grita de nuevo.

—¡Sí, señor!—contesto quejándome.

Me desperezo, me lavo la cara y bajo con los auriculares puestos y todavía tan soñolienta que me choco prácticamente con todo antes de llegar a la cocina donde mi padre está preparando la cena. Permanezco de pie con los ojos cerrados hasta que huelo la maravillosa lasaña de mi padre, la cual sólo prepara en ocasiones especiales.

—¡Lasaña! ¿Te había dicho que te quiero, papi?—digo coqueta provocando una risa en mi padre.

—Buenas noches, Bella Durmiente.—dice besándome la cabeza mientras aliña la ensalada.

—¿Qué celebramos?—pregunto ya despierta del todo.

—Bueno...te quiero presentar a alguien y si todo va bien pues, incluso puede que ya no vivamos los dos solos en una casa tan grande como esta.—dice algo nervioso esperando mi reacción. Yo sonrío de oreja a oreja y asiento entusiasmada.—¿Ya lo sabías?—pregunta sonriendo más seguro.

—Por supuesto que ya lo sabía, y estoy feliz si tú lo estás.—digo abrazándolo.

—Te quiero, Mel.—me susurra devolviéndome el abrazo—¿No quieres arreglarte un poco antes de que te los presente?—estoy a punto de replicar sobre lo perfecto que es mi pijama o de preguntar sobre ese los que me inquieta y da a entender que no sólo se trata de la pareja de papá, pero miro mi reflejo en una de las ventanas de la cocina y me veo obligada a darle la razón a mi padre.

—Claro, bajo en diez minutos.—digo corriendo hacia las escaleras, cuando voy a subir escucho algo extraño pero no le tomo importancia y subo hasta mi cuarto para cambiarme y peinarme.

Bajo peinada y vestida con un vestido granate que me llega hasta un poco más arriba de las rodillas, unos botines negros y unas medias negras. Papá me está esperando y cuando me ve bajar sonríe.

—Un minuto tarde.—bromea y yo sonrío.

—¿Acaso no ha merecido la pena?—continúo la broma y doy una vuelta sobre mí misma a lo que él asiente dándome la razón.

Papá lleva una botella de agua a la mesa y yo le sigo, al llegar al comedor sólo puedo fijarme en una mujer guapísima, si me dijeran que es modelo lo creería sin dudar ni un segundo. Es alta, con un cuerpo increíble, con unos grandes y preciosos ojos color miel y un pelo negro azabache ondulado, brillante y muy bien cuidado que le llega hasta un poco más abajo de los hombros.

Lleva un vestido sin mangas, abierto de la espalda, largo hasta la rodilla y con un poco de escote de color verde agua algo que se ajusta perfectamente a su cuerpo, y aunque el vestido es de estilo casual, ella impone tanto que lo hace elegante.

Sólo vuelvo a la Tierra cuando ella se me abalanza encima y me abraza llenándome de besos, yo le correspondo el abrazo confundida por lo diferentes que parecen su aspecto y su personalidad.

—Esta es Claire,—interviene mi padre— mi prometida.—me sorprendo por un momento pero sonrío encantada con la idea.

—Y él es Andrew,—dice Claire— mi hijo.—miro detrás suya y me fijo por primera vez en él.

—Buenas noches, Fea Durmiente.—me susurra burlón mientras nos saludamos.




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