Soy Shin, ¿y tú?

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Ha pasado alrededor de una hora desde que Maddy se ha ido. La comida ha sido silenciosa. Demasiado. Casi rozando lo incómodo.

Tras recoger la mesa lo más rápido posible, cada uno nos hemos metido en nuestras respectivas habitaciones. Tengo ganas de cantar, pero no puedo hacerlo con Andrew en casa.

Cojo ropa de calle y una toalla y corro al baño de la planta de arriba.

La ducha acaba por ser cinco minutos de lavarme y veinte de pensar bajo agua templada. Por mi cabeza lo primero que pasa es Nick. Nick riendo. Nick haciendo tonterías. Nick enfurruñado. Nick sorprendido. Nick conmovido. Nick furioso. Nick con una mirada de odio única y especialmente dirigida a mí. Nick ignorándome. Nick gritándome. Nick siendo rechazado por Madd. Nick alejándose de mi lado.

Cuando me doy cuenta del hilo que mis pensamientos están tomando y del nudo que se me está formando en la garganta, salgo rápidamente de la ducha, me visto, ordeno un poco mi pelo y salgo.

Por suerte no hace mal día y dejar que mi pelo se seque solo no es peligroso.

Después de coger el móvil y las llaves y, ya saliendo de casa, me siento mal por no decirle nada a Andrew de que me voy. Después de todo se ha quedado todo el día conmigo intentando que me sintiera mejor.

Vuelvo a la cocina y garabateo en un post-it una nota en la que le digo que estoy bien y que vuelvo para la hora de cenar. Pego la nota en la puerta del salón y la cierro para que la vea en cuanto baje.

Como no estoy de humor para conducir, el sitio al que voy está relativamente cerca y hace buen tiempo me voy andando, con los cascos puestos a todo volumen y aprovecho para pensar. Aunque soy consciente de que lo hago demasiado.

Media hora después llego a mi destino. Un karaoke de estilo japonés que se encuentra en el barrio vecino al nuestro.

Lo cierto es que no está situado precisamente en una buena zona. Ha habido algún que otro robo y atraco por la zona y el karaoke está en un callejón que suele estar poco iluminado para ayudar al gobierno a ahorrar el dinero que ellos malgastan.

A pesar de todo, vengo aquí porque es el único establecimiento así. Los karaokes japoneses son, en vez de los típicos occidentales, más privados. Mientras que en los que acostumbran a haber por aquí cuando vas a cantar una canción tienes que hacerlo frente a todos los que estén en el local en un escenario, en los de estilo japonés alquilas una de las habitaciones por unas horas y cantas en un equipo de karaoke privado, como si fuera un juego de alguna consola.

Entro y alquilo la segunda habitación hasta la hora del cierre. Lo que me deja unas cinco horas para soltar toda la mierda que llevo dentro en unas cuantas canciones.

La primera canción que pongo es Prettiest friend de Jason Mraz. Le siguen Teardrops on my guitar y Red de Taylor Swift, Don't speak de No Doubt, Cry me a river de Justin Timberlake, No air de Jordin Sparks, Jar of hearts de Christina Perri, Grenade de Bruno Mars y hasta cinco horas de canciones llenas de dolor, algunas más y algunas menos acordes con mis sentimientos.

Cada vez que me encontraba mal ese era mi escondite. Donde nadie oía las canciones con las que cantaba a grito pelado ni se cuestionaba por qué motivo alguien pondría tanto volumen a las canciones. Tampoco tenía que dar explicaciones si se escuchaban sollozos salir de las cuatro paredes, insonorizadas a pesar de todo.

Si me quedaba sin voz, estaba bien. Si lloraba y salía con los ojos como si hubiera estado drogándome, estaba bien. Si gritaba frustrada, irritada, dolida o muerta por dentro, estaba bien.

HermanastrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora