—Tengo que presentarte a un amigo, se llama Bayron.
—No estoy interesado.
—¡Ja, ja! El es músico, lee mucho y es divertido, dále. Vive en mi conjunto.
—Está bien, ¿te parece el miércoles? Posiblemente no tengamos clase.
—Vale, ya le digo. Le mostré tu foto de perfil y me dijo que te parecías a alguien.
—¿Bayron? No me suena. Mmm... No, definitivamente no.
El día de cumpleaños de mi hermano, ¡Ay, mi hermano! ¿Por qué en tu fecha? No puedo olvidar ese día y no precisamente por ser el aniversario de nacimiento del primer hijo de mi papá. Lo recuerdo bien, por ser el día en que sin tener idea, mi vida daría el primer paso para cambiar, aunque yo sintiera que no lo necesitara. Así como Amélie Poulain días antes de encontrar ese anticuado cofre en el baldosín de su baño, pero a diferencia de ella, mi vida parecía en su mejor momento: oportunidades de becas, una carrera definida, notas envidiables y una familia que me apreciaba.
Esa mañana no aparentaba ser una gran mañana y no podía de parar de golpearme por mis errores, mi ánimo no estaba en su penumbra y sentía que sería un día de relleno.
Entonces llegó, el incesante reflejo del sol en las copas de cristal entraban por la sala como la típica representación de la mano de Dios, pero ahora no sé si era precisamente benévolo dicho resplandor, el cual me decía que ese día no sería así.
¿Sabes? Desde hace mucho, siento mi vida pasar en cámara lenta, por más placentero o desagradable que sea el momento, el presente me parece eterno, pero en cuanto ha pasado el tiempo; los días, los meses y los años, aprecio abruptamente su relatividad y lo efímero de su esencia.
El tiempo es como la belleza, cuando la tienes es maravillosa, útil y buscas sacarle gota a gota de su ser, pero acabar con ella es tan fácil que en cuanto no da más, te das cuenta que hasta el máximo provecho que le hubieses sacado, no es más que una grata historia para contar.
Pocos meses antes, me había obsesionado con John, un estudiante de una de las universidades más prestigiosas de mi país, de quien me obsesioné en tan solo dos días por su tipo de belleza física. No era el gran modelo, pero sus ojos miel irradiaban una hermosa inocencia y jovialidad y su voz grave, tan masculina mostraban en flor de loto su inteligencia y su buen sentido del humor. No supe más de él.
Lo siguió Sébastien, un estudiante de mi mismo instituto, pero en un nivel menor. Él no tenía noción alguna de su sexualidad, aún así su cuerpo moreno suponía gran adiestramiento de éste. Y no digo que no se puedan tener dudas, claro que sí, somos humanos. Pero este niñito indagó en mis momentos más débiles de abstinencia, me dejó prendido y con un "ya tengo novia" me lanzó un baldado de agua fría. «Por si acaso», debió haber visto escrito en mi frente aquel chico de ojos miel, pero no miel de abeja, dulce y espesa, ésta era más como el semen aunque éste no sea amarillento. Excitante, sí. Espeso, tal vez. Dulce, difícilmente.
Por eso mismo, esa mañana ese niñito intentó volver a rasgar mi control sexual. —¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito!— Le decía yo en mi mente, pero no podía decirle eso al estar él, prácticamente de rodillas. Además, no podía rebajarme, así que decir groserías no era muy astuto de mi parte. Hacerlo sentir mal por lo que hizo me resultó aún más útil de lo que pensaba. Y su arrepentimiento desató una fantástica ataraxia en mí y en general el comienzo de esta historia...
Salí de mi casa como de costumbre, tal vez un poco más temprano, no sabría decirlo con certeza, mis mañanas son una rutina bastante placentera.
El camino al instituto es un pasadizo al lado de uno de los pocos humedales que quedan en mi ciudad y yo sabía que era un regalo poder apreciar los (posiblemente) últimos árboles de su existencia. Día a día, era testigo de construcciones y construcciones altas consumiendo terreno de reserva forestal. Por más que acabarán con ese paraíso, me sentía como un príncipe que en vez de alfombra roja tenía un natural manto verde, en vez de orquestas, el canto de los pájaros y en vez de súbditos, un montón de árboles abriéndome camino.
Ese era mi reino, aunque todos llamaran potrero a mi castillo. El viento soplaba tan suave pero tan penetrante que alcanzaba a rozar mi alma y la luz del sol era tan tenue que extasiaba mis ojos. Sentía como si el universo me hiciera el amor, acariciando cada detalle de mi ser para darme placer y destrozando mis entrañas para darme una pizca de su dolor. El cual sentiría tiempo después.
—¡Uy, Nino! ¿Por qué tan feliz? ¿Qué te hicieron?— la cuestión trataba de que no me hicieron, pensaba yo. Aún así, esas palabras en dos o más personas me hacían saber que se notaba que había alcanzado el orgasmo con el universo. Así que opté por contar mis duras y decentes palabras en contra de Sébastien a mis amigas, quienes no evitaron ponerse orgullosas de mí.
Aquel salón, «Sala de Informática 2» albergaba un sinfín de historias, secretos y verdades que no conviene oír, tal vez por el empleo del profesor. Mi historia está aparte de ello.
Esa tarde no podía ser más meliflua. Camila me había prestado el libro que semanas antes le había pedido «El Diario de Ana Frank» y Francisca empezaría con su cara hermosa y sus ojos miel, tan puros que reflejaba la virginidad de su cuerpo, aunque no la de su mente.
La manera de conocerla dos años antes, fue una insinuación de mi inclinación homosexual para que no empezara a endulzarme el oído, motivo por el cual empezó nuestra amistad. Su mirada estaba clavada en su caro celular, donde posiblemente chateaba con mi próximo chico.
Realmente no tenía muchas ganas de conocer a alguien, por todo lo ocurrido por culpa de mi sentimentalismo, pero el universo había jugado tan bien conmigo en lo ocurrido del día, que pensé que me guiñaba el ojo para hacer lo que se me cruzara en mi camino.
Acepté, con ciertas dudas respecto a su apariencia física, suponía yo erróneamente que la inteligencia no podía estar ligada a la belleza física. El resto del día, seguí sintiendo los destellos de euforia por todo mi ser gracias a todo lo que sentí después de deshacerme del confundido de Sébastien.
Natasha, mi amiga de hace años, organizaba un evento deportivo para el instituto, por el cual no tenía mucho tiempo disponible y yo, por ser su amigo, seria el maestro de ceremonia, ella buscó la actividad más sencilla para mí.
Dicho evento se daría paso tres días después, debido a su postergación una y otra vez, a causa de las protestas por parte de los profesores de educación pública de mi país. De hecho, de no ser por el mísero salario de ellos, jamás hubiese tenido esas semanas sin clase, semanas donde mi historia con Bayron se desenvolvió. Fueron las semanas más dulces, que provocarían las semanas más amargas.
Cuando una hoja cae, cuando una flor marchita, cuando alguien se cae, cuando alguien se enamora, no es más que uno de los pasos que tiene el universo para lograr su cometido. La esencia del hombre no reposa más que sobre sus decisiones.
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El Príncipe y el Ángel
Genç KurguNino está destinado a ser un ángel, él lo sabe y día tras día ve la oportunidad de amar a la humanidad y a la vida en general. Dios, el universo o los extraterrestres; como sea que la gente los llame, decide ayudar a Nino enviándole, contradictoriam...