Capítulo XIV - Bello embustero

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El profesor Andrew escupía tremendas verdades, sobre nuestra vacía manera de actuar y de pensar, entre ellas una extraña necesidad femenina de buscar un hombre gamin para sentirse protegidas.

Mi amiga Lila caía víctima por algo así, sus ataques de celos que no tenía derecho a expresar la apagaban realmente, aquel profesor era adorado por todas las mujeres por la razón que él mismo daba y mi sensación de desagrado con toda la verdad que decía me hacía comprender su advertencia el primer de clase.

Él es un hombre de parla, igual que el despreciable de Bayron. Tanto que yo me atrevía a juzgar a Lila y a otras mujeres por el trato que les daban algunos hombres y terminé igual, con la casi insignificante diferencia que también yo, soy hombre.

«Ábreme cuando te sientas solo» decía el cuarto sobre, —Recuerda que siempre estaré para ti— una frase más a la lista de promesas hechas de aire. Bueno, aire no, ese lo uso para vivir... Por eso.

Pasaban los días, seguí hablando con él con cierto aliento de "sabes que en cualquier momento podemos volver" y a él parecía ni importarle.

Durante las mañanas, en su jornada estudiantil, las notas de audio se volvieron su medio de comunicación. ¡Benditas sean esas grabaciones! No lo digo por las cosas hermosas que pudo haberme dicho, sino porque esta vez confirmaron (por la vez mil) su pobreza interior.

¿Qué puedo decir? Imagina un ex que te dice algo, palabras más, palabras menos "lucharé por tenerte" sabiendo que eres un amante empedernido de la bondad y el optimismo. Listo, ahora imagínalo comentando chistes racistas —se cree la gran cosa por ser negro—, sexistas y humillantes.

Una de dos, o no tiene la más remota idea de quien eres o no tiene la más remota intención de volver a conquistarte. Esto segundo, viene acompañado de deshonestidad en su más tangible expresión.

No es todo aún, supongo que un lunes después de darle "fin" a esa tóxica relación, me dice, una noche, encontrarse mal —Oh, ¿qué tienes?— digo yo, no tan histriónicamente. —¡Estoy que me muero— dice él bastante preocupado.

Jamás pensé que me mandaría una nota de audio de Sophie, su amiga, en la que susurraba que le escribiría después, pues estaba en la casa de César...

Se moría de las ganas, —ella allá tirando y yo aquí, perra— concluyó el considerado de Bayron. Muy tonto yo, le pregunto la intención de su apunte —¿Me lo dices como información o invitación?—.

—Las dos—. Valió madre, en serio, valió madre. No sé si en los libros que él decía tanto leer, jamás se le atravesó un diccionario con la palabra "coherencia" o "honestidad".

Así todos los benditos días —hoy tuve inglés, odio a ese tipo—, entre sus tantos odios. Aunque, creo que lo más, lo que me mató, ya sea de risa por mi estupidez o decepción por mi credulidad fue una de las tantas hermosas notas de audio que me enviaba en horario matutino:

«Bayron: ¡Ay, yo nunca volví a tener nada con un ex!

Sophie: ¿No? ¿Y David, y Daniel, y Brayan, y Diego, y Nino...?

Bayron: ¡Ay! Con esos... Pues nunca hicimos cochinadas, creo. Además Nino es un amigo.

Sophie: Un amigo que se la chupa, ¡tan marica!

Bayron: ... »

Aparte de estúpido, tapete, boñiga, feo, juguete, almohadilla, puto, sin talento, inútil, vacío, bruto, cobarde y aburrido, también fue una atracción de feria. ¡Ja, ja, ja! Sí, por lo menos el resto de cosas lo era solo para él, pero al parecer este libro no es la única narración de los hechos.

El Príncipe y el ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora