Para colmo de males, una gripa muy extraña me atacaba por esos días. Todo el mundo parecía saltar de la salud y yo enfermo, ni decir del susto que sentí cuando me acaricié por debajo de mis oídos, tenía inflamadas las amígdalas, cuando a mí, nunca me había pasado algo así.
Cada noche acompañaba a Lila a su casa, hacia el occidente del colegio. Primero, junto a Camile, recogíamos sus respectivos bebés de un jardín bastante acogedor. Recuerdo la sensación que daba dar un solo paso, aquel olor que la nodriza Jeanne Bussie definió en "El Perfume" como caramelo se sentía en el aire.
Si salíamos temprano, podíamos apreciar la inexplicable pero muy útil pedagogía de la señora Alejandra, la cuidadora del lugar. En promedio, nueve niños en sus respectivas cunas esperando a dormir. No se oía un lloriqueo o un quejido, ella sabía hacer muy bien su trabajo.
De todas maneras, no salíamos mucho temprano, ya fuese por el horario del colegio o las innumerables comidas a las que nos invitaba Lila.
En una casa, con paredes muy bien detalladas de los personajes infantiles más conocidos, se escuchaba el timbre y unos estrafalarios gritos productos de la confianza que produce la amistad se oían tras el portón.
Por la ventanilla unos ojos maquillados muy bien con delineador negro, que nos daba entrada con algún apunte sobre nuestro aspecto. Al cabo de unos segundos, se asomaba una niña de unos dos años, era la hija de Alejandra. Ésta última junto a Lila, intercambiaban una que otra palabra sobre el comportamiento de Tomás. Camile y yo hacíamos comentarios a tono de chiste sobre la manera de ser de Lila. La dueña del lugar no evitaba reírse.
Entonces, ahí estaba, el producto de uno de los momentos más difíciles en la vida de mi amiga. Ojos grises, tal vez verdes, por qué no, también miel. Una increíble piel trigueña y un cabello ondulado castaño. Tomás, el hermoso hijo de Lila lo trataba yo, como a mi propio hermano, tal vez por ser hijos de mujeres que aprecio mucho o por ser ellos dos tan preciosos.
Todo esto lo vivía cada día laboral. Conmigo, él siempre se reía, pero aquella vez no podía alzarlo por más que el bebé extendiera sus brazos para ello, pues Lila y yo sentíamos temor que le pudiera enfermar.
Esa noche fue algo extraña, la luna llena se clavaba en los ojos de todo espectador. Bueno, los pocos que pudiésemos apreciarla con detenimiento. Producía una hermosa tristeza, como un aay'han debido, a la amenaza que representaban las nubes ante semejante vista.
—Nino, ¿tú crees que Andrew me ama?— salieron intrépidas las palabras de su boquita.
—Lila, tú sabes que eres su amante.
—Pues sí, pero ellos dos no deben estar bien, ella lo molesta mucho.
—Pero, ¿se casaron, no?
—Pues sí, Nino. Pero mira que el primer día que nos vimos él me llevó en su moto y me trató muy bonito. Me besó y todo.
Me partía escucharla hablar con esa esperanza, como ella con el cretino del papá de su hijo años antes o como yo con mi cortador de alas de apenas unas semanas.
—Lila, infortunadamente me he incluido algunas veces, pero para conseguir lo que queremos, muchas veces los hombres somos cosas que no somos— apunté con una falsa y dolida cara de indiferencia —él solo te usa—.
—Pero Nino, él puede tener a la mujer que quiera, ¿por qué me escoge a mí?
—Eres presa fácil por tener un hijo, no sé si te has dado cuenta, pero eso hace creer a los hombres que lo sueltas fácil.
—Sí, lo sé.
La admiro mucho por su valentía, su necesidad de conocimiento, su frescura, eran cosas que en mí no habían en demasía y que me encantaba aprender de ella, pero jamás pensé que pudiera ver un espejo de mis emociones en Lila.
Caminando por las bulliciosas calles de Valladolid, dos amigos con ojos casi perfectamente iguales de pícaros, que solo varían en la cantidad de inocencia que irradia cada par, estaban en encrucijadas muy parecidas. El demonio se les vistió de ángel para empujarlos de mala gana a crecer.
Me moría por besarle la mejilla y decirle que me pasaba lo mismo y que me disculpara por mi carácter rudo. También yo me sentía culpable por errores de otros, también yo lloraba por quien no lo merecía, también yo era presa fácil.
—Pero mira que cuando él y yo lo hacemos me obliga a mirarme en el espejo— interrumpió ella la bomba de emociones que se desataba en mi corazón —diciéndome "usted es hermosa, mírese" y cuando se viene me dice "te amo, te amo, te amo" con cara de placer.
«¡Cállate, cállate, cállate!» pedía mi alma a gritos. No sé si por saber lo maldito que era Andrew con ella o lo que fue Bayron conmigo. Da la misma, todo nuestro diálogo podía cambiar de interlocutor y receptor sin perder el sentido.
—Porque sabe que así te atrapa, tú sabes que para muchos y aún más para él, la mejor manera de hacerse amar, es haciéndose odiar.
—Tienes razón, ese hombre es un maldito— dijo como leyendo mi mente.
—¿Por qué vives cerca a Oasis?— exclamé histrionico, con fastidio y desgracia.
—¡Ja, ja, ja! ¿Por tu Bayron?
—Algún día va a pasar por ese alimentador y que fastidio, que tal me vuelva a hablar.
—Rico, terminan lo que empezaron.
No pude evitar sonreír, el sexo nunca fue un tabú para ella. Pensar que era yo la oveja negra del grupo hasta la llegada de la dominatriz Lila.
Ella quiso hablar sobre su futuro como enfermera o abogada en el portón de su casa de cinco pisos. Aquel lugar era testigo de sus numerables parejas sexuales a lo largo de su estadía desde que su madre, la señora Elisa, compró la casa para mudarse a un lugar menos costoso.
Bajo las lámparas largas de los pasadizos del barrio, que precisamente se encontraba en reparación, apareció la silueta de un hombre grande junto a la de un niño.
Poco a poco pude divisar sus rostros, bueno, solo el del hombre. Calvo, cejas anchas con unas pestañas ligeramente arqueadas que le daban una mirada burlona pero tierna, de piel blanca con una vestimenta totalmente negra que contrastaban como la luz de la luna en una noche sin estrellas.
Ajustada su ropa tal vez, pero no se compara a la reacción poco disimulada que tuve al ver su abundante barba. Ésta, no me producía el fastidio que me producía la de papá. La de este hombre, adornaba sus labios como la cereza acaricia la crema de un postre.
Tremendos éclairs que se ven y, ¿yo sufriendo por un caramelo sin relleno ni gracia?
Aquel sujeto habrá dicho una o dos palabras refiriéndose a la incomoda ubicación de Lila y yo, quizá pensó que éramos algo. En fin, al entrar, le seguí con la mirada lo que parecía cabello en su quijada.
—Es el hijo mayor de los que viven en el quinto piso— susurró Lila en cuanto se perdió de vista en las escaleras —recoge a su hermano—.
—¿Por qué lo dices? Me asustas.
—Nino, tú no sabes disimular, además... ¡Estudia arquitectura!
Decidí no seguir, como no es ella capaz que empezaba a hacerle charla para hablarle de mí, aún sin saber sus intereses sexuales. De todas maneras, por más que tuviera oportunidad, yo no estaba dispuesto a nada, ya había tenido suficiente de las descripciones tan incompletas que me daban mis amigas de los hombres.
No tenía control sobre mis emociones, y por eso debía pagar con meses lo que pasó en semanas —¡Ay, Lila! No se te olvide decirle a tu madre si puedo trabajar con ella— recordando el motivo de mi visita.
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El Príncipe y el Ángel
Novela JuvenilNino está destinado a ser un ángel, él lo sabe y día tras día ve la oportunidad de amar a la humanidad y a la vida en general. Dios, el universo o los extraterrestres; como sea que la gente los llame, decide ayudar a Nino enviándole, contradictoriam...