Facundo no quería arruinar ese maravilloso momento hablando de sus mambos. El se hacía cargo de sus demonios, pero sentía que ella no tenía por qué conocerlos.
¿ Y si la espantaba?
Ya suficiente tenía que hacer para que no huya de él.
Dejó ciertos traumas de la infancia para otro momento, y le contó lo mal que lo pasaba en la secundaria.
Ella lo escuchaba mientras preparaba la cena. Esa noche se enteró de que Facundo sufrió durante seis años el maltrato y el rechazo de todos sus compañeros.
Nadie le tenía ni siquiera empatía.
Quizás el volver con su mente a esos años, le aclaró mucho el panorama. Entendió muchas cosas. Creyó haber crecido como diez años de golpe.
Lo odiaban, porque el se odiaba. Se consideraba torpe, feo, antisocial y aburrido.
Vivió la mitad de su vida deseando ser alguien más. Cualquiera. Ser cualquiera menos él.
- ¿Eso te dolía? ¿Ahora no te afecta?
-No del todo.
-¿ En serio?
- ¿Tan frágil parezco?
-No, no es eso. Pero..
- ¿Sabés qué? Nadie puede herirme más de lo que yo me hiero a mí mismo. Lo que digan los demás nunca me afectó lo suficiente. Es difícil tenerme más odio del que me tengo a mí mismo, o al menos, del que me tenía. Y eso es peligroso.
-'¿qué cosa?
- Que nadie pueda lastimarme más que yo. Somos nuestro talón de aquiles. Tenemos el arma más letal a disposición. Todo el tiempo a disposición.
Ella lo miró, y suspiró.
- Siempre hay alguien que puede lastimarte hasta la muerte. Facundo, nunca permitas que ese alguien sea yo.