Capítulo 17

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Bueno, quizás su alma no le estaba hablando. Puede que sólo necesitara convencerse a sí mismo de que no podía dejarla ir.  

Facundo todavía necesitaba motivos. 

Distraído miró una de las fotos de su mesita de luz. Recordó entonces, que no tenía una foto con ella. A veces una simple foto, nos remonta a todo un día, a todo un mes, a todo un amor. 

Hacía bastante que no miraba esa foto en específico. Un chico inclinaba con la mano a Facundo, revolviéndole el pelo. Se veía una sonrisa. Parecían felices. Ambos eran bastante parecidos entre sí, especialmente en la mirada. Era la misma, el mismo brillo. 

Facundo se miró al espejo, con el portaretrato en la mano.  ¿Hacía cuánto se había apagado su brillo?

No pudo evitar que una tibieza salada le recorriera las mejillas. Lo extrañaba, cuánto lo extrañaba. Su hermano era lo más hermoso que tenía en la vida, lo supo siempre. Siempre se lo dijo. Eso, en parte, lo dejaba tranquilo. 

A muchos les atormenta la muerte de la gente cercana, O eso dicen. En realidad, atormenta el quedarse sin esa persona, el sentir la ausencia a diario, y , como un acto de egoísmo extremo, atormenta la culpa. Siempre se siente culpa. ¿Cuántas cosas podríamos haber dicho que no dijimos? ¿Esa persona que hoy no está, sabía en realidad cuánto la amábamos?

Entre Nahuel y Facundo existía un lazo muy fuerte. Siempre supieron que el lazo era irrompible, siempre se dijeron cuánto se querían. 

"Una unión eterna" le había escrito Nahuel a su hermano para un  cumpleaños. 

Y no se había equivocado, si que era eterna.

Facu estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas entre sí, y la cabeza entre las manos. No podía dejar de llorar.

Sonó el timbre, pero no pensaba atender. Tenía la nariz y los labios hinchados, la cara desfigurada, los ojos rojos y casi verdes. Tenía 25 años, y lloraba como si tuviera seis. 

- Facu, soy yo, abrime. - dijo una voz temblorosa desde la ventana. 

Era ella. Siempre ella. 

Abrió la puerta, y ella pareció desarmarse al verlo así. Lo abrazó, muy fuerte. Lo envolvió como si tuviera cuatro o más brazos. No pensaba soltarlo. 

Se sentaron juntos en la alfombra, y él lloro sobre la falda de La Piba durante media hora. Ella apoyó su cabeza en la de Facundo, y acariciaba su espalda. Ella estaba ahí. Realmente estaba. 

Mientras tanto miraba a su alrededor buscando pistas de la angustia que desesperaba al pibe. En eso, vio el portaretratos. Lo miró, para luego mirar a Facundo. 

- Es mi hermano. Era. Es. No sé.

-¿Querés hablar?

-Sí. 

-Te escucho.

- Lo mataron a los 21. ¿Escuchaste hablar del gatillo fácil? Mi hermano estaba metido en el quilombo.  Se empezó a drogar a los 15. Fumábamos los dos, pero yo dejé. A él le hicieron probar la merca. Pero después no la pudo comprar más. Como a los 18 empezó a consumir paco. Mi vieja no tuvo mejor idea que echarlo de casa, porque Nahuel vendía todo para comprar más. Sabés como son las cosas. Una vez le afanó al hijo de un milico, y uno de ellos le pegó tres tiros. El primero fue en la pierna. Estaba tirado en el piso. No podía moverse. Lo podrían haber arrestado ahí. Pero el tipo se acerco, y le tiró dos veces más, en el abdómen.  A nadie le importó la muerte de un chorro más. A nadie.

Pudo decir todo eso de un tirón. Después volvió a llorar.

Ella lo abrazaba y no decía nada. 

Le hizo una promesa en un pacto silencioso. El la entendió.

¿Acaso esos silencios compartidos no eran parte de el amor? ¿Acaso ella  no abrazaba la esencia destrozada de Facundo, por amor?

Amor en tiempos de música.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora