Capítulo 9

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Estaba abatido. Si un camión le hubiera pasado por encima, estaría menos cansado y dolorido. 

Claro, más que dolor, era cansancio. Uno físico y mental. Sentía que tenía quince años otra vez, cuando en la escuela todos lo cargaban por no salir con ninguna chica y ser el virgen del grupo. No conseguía entender cómo los demás se creían con el derecho de cuestionar la sexualidad de los demás, y esa incapacidad de comprender, le causaba el doble de sufrimiento. 

Siempre relegado, siempre aparte. 

Ahora, con sus 25 años, era un pibe normal. Tenía un trabajo mediocre para estudiar lo que lo apasionaba. Vivía solo hacía menos de seis meses, y llamaba a su mamá para que le explique cómo cocinar una tortilla. No salía todos los fines de semana, ni buscaba estar con chicas todo el tiempo. Lo que se daba, se daba. 

Su grupo de amigos no era el mismo que el de la secundaria, porque ahí... ahí no tenía amigos. Cambiar de aire fue lo mejor que le podía pasar. Conoció gente en el trabajo y en la facultad. Empezó de vuelta.  Sus 18 significaron para él un nuevo comienzo.

Trabajaba bien, era buen alumno. Lo respetaban. No sabía si lo querían, pero lo respetaban. 

Y vino ella, a darle cariño a cuenta gotas. Vino para romper sus esquemas, y otorgarle descontrol a su vida, a devolverle la sonrisa y llenarlo de lágrimas, a dejarlo paralizado y a la vez hiperactivo. Vino ella, con su falta de horarios y su amor impreciso, con sus caricias a destiempo y sus susurros despeinados. Vino ella, a pedirle que no se acerque con sus palabras y a retenerlo con su sonrisa. Vino ella, para que no venga nadie más. Porque no podía ser de otra manera. Ella. Ella, tan sin nombre, tan hermosa, tan peroncha, tan fánatica de Soda Stereo. 

Y pensándola, derrotado, sonreía. Se le caían las lágrimas, y no quitaba la sonrisa de su rostro. 

Entonces tocó el timbre, porque aparecer en el momento justo era su fuerte. O quizás no era el momento justo, pero él se sentía conforme con que sólo apareciera. 

No lo saludó. Entró y lo abrazó, como si fuera la última vez. O mejor aún, como si fuera la primera.

- No me dejes. 

-Yo lo que menos quiero es dejarte- dijo él, con una pizca de resentimiento en la voz.

- No te hagas el poeta.Que sé yo, te necesito. Sé que no puedo darte nada, pero me cuesta tenerte lejos.

- Ojalá pudiera decirte que a mí así no me sirve. Que quiero alguien que me quiera ver todos los días, y me presente a sus amigos. Quiero alguien con quien planear un futuro. 

- Igual no tengo amigos.

-Ves, no te importa.

-No me dejes. Facundo, no puedo conmigo. No soy tan fuerte como quise demostrarte, Y vos no sos tan débil como aparentás. 

Amor en tiempos de música.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora