Capítulo 16

5.9K 61 0
                                    

Facundo no estaba esperando que nadie tocara el timbre, ni que sonara el teléfono. No la esperaba. No por haber aprendido que no valía la pena esperar nada de nadie, le faltaba todavía mucho para asimilar eso; simplemente sabía que no iba a pasar.

Extrañamente, tampoco le importaba demasiado. No estaba enojado, pero lo sorprendía lo absorto que estaba en la preparación de uno de sus últimos finales. Estaba sentado en el piso, rodeado por hojas subrayadas y cuadros sinópticos. Esa imagen lo mareó. 

No quería dejar de estudiar, porque sabía que iba a comenzar a pensar y no iba  a poder parar,  comenzaría a fantasear, y de eso no había vuelta atrás. Pero, evidentemente necesitaba un descanso. Las letras se le mezclaban, y ya no tenía los conceptos tan claros.  Además, nunca había estudiado con tanto tiempo de anticipación. 

Preparó mate rindiéndose ante sí mismo, y amo por un segundo su vida al descubrir que tenía bizcochitos de panaderia. Eso era felicidad, pensó. Al menos en los actos cotidianos, como el mate y los bizcochitos, existía una cierta constancia o estabilidad, pensó. Ya apareció ella otra vez, pensó. Estoy jodido, pensó.

Le preocupaba un poco que los últimos veces de su vida, hayan tenido pulso solo por la existencia de ella. Cada vez se acostumbraba más a ciertas cosas, y ya no le molestaban; como tener su número de teléfono, pero no su nombre. 

¡¿Hasta dónde estamos dispuestos a aceptar, por amor a alguien? ¿Y el amor propio? ¿Qué hay del amor propio?

Es interesante descubrir cuál es el precio que se paga por recibir amor. Según la piba, la mina, la chaboncita, el amor real no concebía la alienación. Sin embargo, Facundo creía que entregar cuerpo y alma, era una forma de amor. La más correcta, al menos. 

¿Qué nos queda a nosotros si entregamos el alma? ¿Acaso nos faltará un poco de nosotros mismos, o estaremos rebosados de almas rebotanto en nuestro obsoleto cuerpo?.

Él nunca sintió que había entregado demasiado. Nunca, hasta ese momento. 

¿Y si a ella la alejaba que el la amara tanto? 

Empezó a creer que quizá, a ella le dolía ver como el le entregaba su esencia en cada beso. Eso, si es que a ella le importara la integridad de ese pibe de 25 años que empezaba a tener cosas que perder. Porque esa es la edad donde se empieza a tener cosas que perder. 

- Las minitas, aman los payasos y la pasta de campeón.-  le dijo a la nada. 

Facundo nunca había tenido pasta de campeón. Estaba a punto de gritar cuando resonó una voz. No en su cabeza, si no, en todo su cuerpo. Parecía que esas palabras le recorrían las venas. 

"Quizá, ella no es una minita. ¿Y si es la mujer que necesitas?"

Estaba convencido de que eso era el alma. El, un don nadie, había descubierto el alma. ¡Le había hablado!

Amor en tiempos de música.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora