Midnight Rider

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La carretera discurría en una interminable línea recta hacia el horizonte abrasador, millas y millas de asfalto agrietado donde el calor flotaba en forma de espejismos. En medio de la carretera, una vieja lata de refresco rompía la monotonía del paisaje. Una familia de moscas zumbaba a su alrededor cuando el Mustang pasó rugiendo y la envió rebotando hasta el arcén, donde se quedó inmóvil mientras el coche se alejaba carretera adelante.

En el interior se habían sucedido una serie de fases: hubo un periodo de gritos seguido de un breve intercambio de nombres, más gritos, una implacable búsqueda de culpables y una última andanada de gritos e insultos antes que los cuatro cayeran en un silencio exhausto.

Amaneció en el desierto. Las Vegas ya había desaparecido en el horizonte.

Courfeyrac conducía con unas gafas de aviador que parecían hechas a su medida. Cuando las encontró bajo el parasol del asiento del conductor, había declarado que era su día de suerte, una afirmación que decía bastante sobre él si se tenía en cuenta que ese mismo día lo habían perseguido, le habían disparado, lo habían golpeado con una plancha y había recibido una paliza de una chica que tenía a My Little Pony tatuado en el muslo. Podía verlo ahora mismo, rampante sobre el arcoíris que asomaba bajo el dobladillo de su minúsculo vestido. Como parecía tener frío, Courfeyrac le había dado su chaqueta, que colgaba ahora de los hombros de Cosette mientras ella se asomaba a la ventanilla del copiloto con la mejilla apoyada en la mano y finas hebras de su cabello flotando ante su rostro absorto. Sus grandes ojos azules se perdían en la inmensidad del cielo color vainilla que se extendía sobre el árido paisaje desértico.

Por su parte, Éponine y Combeferre compartían el asiento trasero procurando sentarse bien lejos el uno del otro. Parecían dos gatos obligados a coexistir en la misma caja de zapatos.

―Qué hambre tengo ―comentó Cosette en un momento dado.

―Y yo ―dijo Courfeyrac―. Podríamos parar en algún sitio.

―¿Por qué no? ―bufó Éponine, fijándose con desgana en la vacía llanura que los rodeaba―. ¿Os apetece un poco de sushi? ¿Y qué tal un brunch?

―Eh, ¡me encantaría un brunch! ―dijo Courfeyrac, animándose.

―¡Y a mí! ―dijo Cosette.

Éponine puso los ojos en blanco y dio otro trago a la botella de whisky que había encontrado entre los envoltorios de comida rápida y las demasiadas botellas vacías que alfombraban el espacio entre los asientos. Por lo que a ella respectaba, aquel era un desayuno tan bueno como cualquiera.

―¿Un poco de música? ―sugirió Courfeyrac cuando el silencio volvió a hacerse opresivo. Encendió la anticuada radio y movió el dial a través de una serie de chirridos e interferencias hasta que captó una señal:

"...que fue asesinado en la madrugada de ayer en su habitación de hotel de Las Vegas. Prosigue la búsqueda de los presuntos..."

Courfeyrac apagó la radio.

―Mejor nada de música.

Combeferre contemplaba el paisaje a través de la ventanilla. La cinta negra que había sido su pajarita se mecía sobre el cuello abierto de su camisa.

―Convendría desaparecer un tiempo ―murmuró.

―Gran idea ―dijo Éponine―. Lástima que no se os ocurriera anoche.

―Anoche estábamos un poco ocupados cargando con la culpa de vuestro crimen.

―Oh, vamos, chicos, no empecéis otra vez ―sollozó Cosette cansadamente.

God's Gonna Cut You Down | Les Miserables Humor/Road Trip AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora