Capítulo XI

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- ¡Si, por fin!, eh estado esperando por esto.- dijo Tikki sin ocultar su emoción.

- ¿No esperaremos por Plagg?- pregunto la azabache.

- Por el momento no sera necesario, dejemos que siga divirtiéndose.- contesto el rubio más relajado.

El silencio se prolongaba al igual que el camino, ninguno de los dos decía ni una palabra, quizás eran los nervios o la vergüenza al andar tomados de las manos o simplemente se encontraban disfrutando del momento. Para Adrien, aunque había vivido diecisiete años en la mansión, era como si la descubriera de nuevo, ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que se permito apreciar sus alrededores?, cada pasillo y su decoración, con cada uno de sus cuadros, plantas, pintura o tipo de piso, aquellos inmensos laberintos empezaban a tomar forma ante sus ojos, que se maravillaban por tan esplendida construcción, al igual que los de su compañera. Pensar en lo gratificante que puede ser un lugar al estar con la compañía correcta.

Ya habían dado varias vueltas en diferentes direcciones y cruzado algunos pasillos, cuando el rubio visualizo la inmensa puerta, como todas las de los salones importantes, a la que se dirigían, solo la empujo delicadamente y dejo que se abriera poco a poco, revelando un gran salón iluminado por los grandes ventanales que daban con una hermosa vista a los pinos que rodeaban la casa. La decoración, aunque simple, no dejaba de ser exquisita, las paredes de un suave color beige que culminaban por tiras de madera con diseños tallados. Los cuadros que ambientaban la habitación pertenecían a paisajes del reino y uno que otro de Adrien en traje de esgrima, seguramente y eso explicaba los trofeos y medallas que adornaban las estanterías.

- ¡Bienvenidas a mi gimnasio!- anuncio Adrien orgulloso.- aunque lo uso para mis prácticas de esgrima se adapta bien para otros fines.- esto último no era mentira pues el salón también contaba con artefactos básicos de gimnasia.

- ¡Es magnífico! ¿Por qué no empezamos ya?- el entusiasmo del kwami rojo no tardó en hacerse notar.

- ¿Qué tal un poco de calentamiento primero?- sugirió el rubio, que se giró buscando el consentimiento de la azabache, que aún seguía en silencio. Por un instante se perdió en sus lindos ojos cual cielo como en sus sonrojadas mejillas, se había quedado estática. Bajo la mirada encontrando el porqué de la tensión de la joven, se había sentido tan cómodo, que olvido que aun tomaba de su mano, en un segundo su cara se encontraba tornado del mismo rojo, sino que más intenso, pero la acción de soltarse se hallaba lejana, ya que aquel calor les brindaba una sensación de confianza, agradable y necesaria para ambos.

- Esto, ¿para qué sirve?- la curiosidad de Tikki no pudo mantenerla quieta, interrumpiendo el eslabón de los jóvenes.

- Es para practicar saltos,- contesto Adrien.- Comencemos con algunos estiramientos.- dijo, recibiendo el asentimiento de la chica.

Aunque tedioso, era importante valorar y practicar la flexibilidad de Marinette, pues aunque no tuviera técnica en combate, por lo menos sería capaz de esquivar los ataques de los akumatizados

El tiempo pasó rápido, excepto para Tikki, ella no necesitaba entrenar, y observar los cuadros empezaba a fastidiarla. Sabía que su portadora no era muy fuerte y por eso debía mejorar en otros campos, pero se estaban olvidando del arma, era preciso que aprendiera a manejarla.

-¿Por qué no seguimos con la transformación? – indagó al ver que se tomaban un descanso.

- Es buena idea.- acepto el rubio, causando alegría en la pequeña roja, tenía tanto anhelo de volver a transformarse.- Entonces, ¿cuál es tu miraculous?- cuestiono a la chica.

- ¿Miraculous?- estaba confusa, era la primera vez que escuchaba esa palabra.

- Creo que olvide explicar ese detalle- dijo mientras se pasaba una mano por su cabello.- Los miraculous, con la ayuda de los kwamis, tienen la habilidad de transformar a sus portadores, dándoles el traje arma y poderes.

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