La luz del sol apenas y acariciaba al bosque que rodeaba al imperio, el silencio y la tranquilidad de la mañana era acompañado por la suave brisa que movía con gentileza las ramas de los árboles, las flores silvestres se asomaban, tal y como si saludaran al nuevo día. A lo lejos, el creciente canto de un gallo se hacía presente, desvaneciendo la afonía del momento.
El reloj del centro sonó sus características nueve campanadas justo a las doce en punto, como todos los días, el ruido se hacía más notorio, conforme los habitantes comenzaban con su jornada.
El pueblo empezó a cobrar vida, todo estaba en total movimiento, sin embargo, nadie estaba más apurado que aquel joven moreno. Caminaba con prisa, por los largos pasillos, correr era una total prohibición, al menos de tener una buena razón, seguro y él la tenía, pero por mandato de su amo, no podía revelarla, no le quedaba más que hacer su mejor esfuerzo y balancear sus pies con gracia. Después de esquivar a todo aquel que interfería en su camino, se detuvo enfrente de una gran puerta, espero un momento mientras recuperaba su aliento, y se decidió a abrirla.
-Señor Agreste- dijo apenas entro a la habitación, revelando la inmensa biblioteca, donde su joven amo acostumbraba a estar todas las mañanas.
-Vamos Nino, podrías dejarte de formalidades, sabes que puedes llamarme Adrien, ¿cierto?
-Lo lamento señor, quiero decir, Adrien, es solo que no logro acostumbrarme, no es común que alguien de mi rango se dirija así a alguien como usted.- el rubio lo miraba con una mirada de entendimiento.
-De acuerdo, te perdonare por esta ocasión, - dijo antes de dedicarle una sonrisa-pero la próxima, quizás tenga que darte algún castigo.
-Como si fuera capaz- contesto incrédulamente, para dejar al aire una risa por parte de Adrien.
-Por eso es que eres mi mejor amigo Nino, nunca puedo engañarte.
Adrien Agreste, era el primogénito de una familia de alto rango social, razón por la que disfrutaba de varios lujos, como tener su propio mayordomo, aunque él lo consideraba su amigo y no un servidor. A pesar de tener varios años de amistad, para Nino, era complicado hablar sin formalidad, desde su nacimiento se le asignó el oficio de sirviente, tuvo que aprender todas las reglas de etiqueta y formalidad, a lo que él llamaba el arte de servir. Nunca puso ninguna queja ante su decidido futuro, para él fue un reto que eligió tomar, esforzándose día a día, convirtiéndose en el mejor, motivo por el que Gabriel Agreste, lo había escogido para el cuidado de su hijo.
Nino, estuvo siempre preparado para cualquier trabajo, se había acostumbrado tanto a ser demasiado moral, que se olvidaba de sí mismo, hasta que conoció a Adrien, pues le brindaba la libertad de expresarse y el privilegio de tener un amigo, sabía que debía ser demasiado sigiloso, no solo porque debía mantener su formalidad con las otras personas y hablarle de "tú" a Adrien solo cuando estaban los dos solos, cosa que lo confundía muchas veces, sino, también por mantener el secreto confiado por su mejor amigo.
-Pero dime Nino, ¿te gustaría salir a montar? Es un lindo día.
-Adrien- exclamo mientras observaba a todos lados, vigilando que no hubiera nadie cerca, aun sabiendo que estaban solos.- Surgió otro.
Su despreocupada sonrisa había desaparecido, revelando un rostro de seriedad.
-Debemos irnos.- dijo haciéndole señales con sus ojos a Nino, indicándole que lo siguiera, se dirigió a uno de los muchos estantes de la habitación, y jalando el noveno libro del quinto nivel, dejando a la vista un pasadizo.
Nino había, cerrado de nuevo la compuerta y tomado la antorcha que hasta hace poco estaba en la pared. Adrien caminaba al frente, por el oscuro camino, acercándose a su destino.
-Bajarte la luna pediste, y algo oloroso recibiste- los jóvenes oyeron decir de la habitación a la que habían llegado.
-¡Es queso Plagg!, acaso no puedes inventarte mejores acertijos.- Contesto Adrien, mientras observaba a la pequeña criatura negra, visible por la luz de la antorcha.
-No puedo evitarlo, sabes que es mi favorito, por cierto, ¿Trajiste algo para mí?- Nino incrusto de nuevo la antorcha en la pared y se acercó, a Plagg, sacando un trozo de queso brule de su bolsillo. El tiempo que duro el alimento en la mano del moreno fue más que el instante en el que la criatura se la rebato y jambo de un solo bocado.- Suculento, quizás un Roquefort para la próxima vez.
-No estamos a aquí por eso, ya deberías saberlo.
-Lo se Adrien, pero en verdad lo necesito, tiene rato que no consumo uno de esos.
-No perdamos el tiempo- dijo antes de añadir- ¡Plagg, Tranformación¡

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Akuma
FanfictionMarinette es una chica normal que trabaja como panadera a las afueras del reino. Nunca se explico el porque le temía a las mariposas, hasta que conoció a Adrien, un joven que se dedica a cazar esas mariposas, o mejor dicho, akumas.