1100

22.5K 2.3K 3.7K
                                    

Miré mis pies hinchados sintiéndome indignado y adolorido. Maldita sea, ¿quién iba a decirme que me daría puta gota el maldito embarazo? Harry iba por ahí, de arriba a abajo, diciéndome que no era gota, era sólo una pequeña hinchazón por el peso.

Entonces había empezado a llorar y a comer yogurt helado como un gilipollas. Habían pasado dos meses y ya tenía claro que nunca más. 

Odiaba estar embarazado. Odiaba la Navidad. Odiaba la vida. Y, definitivamente, odio al que se esté leyendo esto y riéndose. Sí, tú, el que se está leyendo esto.

Me encantaría verte preñado y sufriendo. Te grabaría y te colgaría en internet para que todo el mundo pudiera reírse de ti. Y obviamente, a la idiota autora que se le ha ocurrido esta chorrada de historia que hace que esté preñado. ¿A qué mente perturbada se le ocurre esto? ¿Eh?

¿Dónde está mi helado?

Da igual. ¡Harry! ¡Mi helado!

Ya. Ya sé que estoy diciéndolo en mi mente, pero aún y con todo, Harry me trae el helado porque adivina con mi cara de culo lo que necesito.

Vale, estamos ahora con esto: es 23 de diciembre y estoy de dos meses, momento perfecto para mareos, vómitos y lloriqueos. Sí, lo sé mi vida es maravillosa.

Harry me miró desde el otro lado del sofá, mientras que yo me hinchaba a helado y a pepinillos, sin mirarme con asco ni nada. Sólo una amable sonrisa. Daba un muy agradable masaje a mis pies para que dejaran de dolerme tanto (y lo conseguía, él era el único que siempre lo conseguiría) y veíamos una película en la tele. La Purga dos o algo así. Me moví pesadamente por el sofá, arrastrándome porque quería que me abrazara. Lo mejor de estar con alguien como Harry era lo seguro, tranquilo y feliz que me sentía cuando me abrazaba.

Sólo pasaba sus brazos por mi cintura y acariciaba mi tripa ya con un pequeñísimo bulto con las dos manos, abarcándolo todo. Tenía unas manos gigantes, así que luego yo ponía las mías más pequeñas (y con las uñas hechas mierda) sobre las de él. Era entonces cuando besaba mi cabeza y me dejaba tumbarme entero sobre él, justo antes de arroparme con la manta.

Sí, estar con Harry era genial. Sia y Will estaban sentados cada uno en su sillón, Sia arrebujada en una manta azul que Harry había comprado la semana pasada y Will en el suelo, bebiendo una cerveza mientras veía cómo morían en la película.

Me arrasqué uno de los parches de Nicotina, ya que me había vuelto la maldita compulsión por fumar pero me negaba a hacerlo, así que me había empapelado en esos cacharros, y seguí a lo mío.

Cuando casi se llevan a Eva y a la hija (de cuyo nombre no tengo ni idea) y las salva el tipo con cara de malo gilipollas, suena mi móvil. Lancé un gemido de frustración y Harry paró la película para que no me molestara al hablar. Era el número del profesor, lo que me hizo fruncir el ceño. Eran las once de la noche del 23 de diciembre. ¿No debería estar en casa con su mujer y sus hijos?

"Teléfono" dijo Will con vagancia y sin moverse.

"Ya, ya lo sé" Harry no se inmutó al oírme hablar solo. Era una de las cosas que me hacían sentir bien, él nunca me juzgaba ni me decía nada malo por mis pequeños problemas.

"Odio ese puto politono. ¿No había uno mejor?" No le contesté, no le daría el gusto.

"Dime, jefe" dije, bromeando. Sin embargo, al otro lado del teléfono, la respiración agitada me hizo inquietarme. Harry puso su mano en mi tripa a modo de defensa cuando me puse "¿Profesor?"

"Louis... tienes que tener cuidado" susurró la voz tan conocida al otro lado. Me puse pálido como un muerto.

"¡Profesor!" me levanté de encima de Harry y corrí al cuarto a ponerme una sudadera y una chaqueta. "¿Dónde está?"

Código binario (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora