Capítulo 9

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Era la cuarta vez que nos encontrábamos en ese pequeño consultorio de paredes blancas y olor a alcohol medicinal. En una de las paredes pendían títulos y reconocimientos con el nombre de la doctora Mercedes Herrera, encargada de las ecografías de Marcela.

La radióloga aplicó gel frío sobre el vientre de mi esposa, ella chilló con diversión mientras apretujaba mi temblorosa mano. A pesar de que no era la primera vez que veíamos a nuestra pequeña bebé a través de una pantalla, los nervios me causaban estrés. Temía que en cualquiera de las consultas la doctora nos diera una mala noticia. Sin embargo, en ese momento me limité a acariciar los nudillos de Marcela, quien me miró con los ojos resplandecientes por la emoción.

Mercedes pasó el transductorsobre el vientre y una pantalla se iluminó con la imagen de nuestra hija. Observamos con atención cada detalle. Su pequeño cuerpo ya estaba formado, sin embargo, continuaba siendo diminuto para salir a conocer el mundo. Ambos intensificamos el agarre de nuestras manos, nos miramos unos segundos y Marcela dejó escapar una lágrima de felicidad que recorrió su mejilla, pero no se molestó en limpiarla. Volvimos nuestra atención al pequeño ser humano que anhelábamos tener entre nuestros brazos. 

—Todo parece ir bien. —Mercedes movió el transductor para seguir analizando la imagen.

—¿Cuándo se acomodará para nacer? —preguntó Marcela, inquieta. 

Desde que recibimos la noticia de su embarazo sintió la necesidad de conocer al bebé. Pues detrás de la chica que intentó terminar con su vida siempre existió el deseo de dar vida. Lo primero que Marcela nos hizo jurar fue que no permitiríamos que nuestra hija sufriera lo que ambos padecimos en nuestra niñez y adolescencia. A ella no le haría falta atención ni amor, no la obligaríamos a ser un vano intento de la perfección. Pero sobre todo, no le regalaríamos la ausencia de sus padres. O por lo menos así fue hasta que recibí la noticia de mi enfermedad. 

—Descuida, aún faltan varios meses para eso. A veces los bebés se acomodan momentos antes del parto, nada es seguro. 

—Pero todo está bien, ¿cierto? —pregunté preocupado—. ¿Sus órganos están bien? ¿Qué hay de su corazón?  

—Tranquilo señor Blair, la ecografía muestra que todo va bien. —Apartó el transductor del vientre de Marcela y lo limpió con un trapo blanco—. Es normal que estén nerviosos como padres primerizos, pero les aseguro que su hija nacerá sana. Ahora, ¿ya eligieron el nombre? —preguntó con una sonrisa.

—Lucía —respondimos al unísono. 

—Qué lindo, ¿tiene algún significado especial? —cuestionó con verdadero interés. 

Mercedes era una vieja amiga de mi madre de la universidad, pero sus caminos se vieron separados cuando Laura se casó con Enrique y comenzó con su arreglada vida de lujos. No tuvo la necesidad de ejercer su carrera en medicina al haberse casado con un importante empresario. Sin embargo, la mujer que estaba sentada frente a nosotros tuvo que estudiar una especialidad y un doctorado para salir adelante y obtener su tan reconocido estatus en Barsoix. 

Luego de tantos años sin comunicarse, la sincera amistad que un día tuvieron se rompió. Ni siquiera en el funeral de mi padre Mercedes hizo presencia, pero en ese momento, frente al hijo y la futura nieta de Laura, la taciturna sonrisa de la doctora me demostró que aún extrañaba a mi madre.

—Significa «luz» —respondió Marcela con tranquilidad—. Tenemos aversión hacia la oscuridad y queríamos un nombre significativo sobre ello. 

—Entonces su hija será la luz de sus días.

—Y de nuestras noches —agregué sin titubear. 

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora