Capítulo 15

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Cuando mi hermana Beatrice entró a la universidad dos años atrás, les pidió a mis padres que fuesen equitativos con lo que me dieron a mí en el ámbito académico desde la preparatoria, hasta que me hice independiente en la universidad y me fui a vivir con Marcela sin la necesidad de ocupar el dinero de los Blair. Así como yo tuve una casa en Monreal completamente equipada y un departamento en Barsoix, mi hermana les exigió que le rentasen un inmueble donde pudiese experimentar su vida universitaria como se debía: sin padres, viviendo con amigas, llegando a la hora que quisiera y sin reglas conservadoras. Enrique no dudó en aceptar la petición de su hija consentida; sin embargo, mi madre temía que en una noche alocada de estudiantes mi hermana terminase embarazada de algún sujeto que se aprovechara de ella en su borrachera. Luego de discutirlo durante meses, peleando casi cada noche, Laura terminó por aceptar, con las condiciones de que Beatrice mantuviera su excelencia académica, que el departamento estuviese ordenado, y nada de chicos por las noches. Desde entonces, mi hermana vivía con sus amigas Verónica y Leslie, dos chicas igual de inteligentes que ella y con familias tan importantes como la nuestra.

El edificio donde se encontraba el hogar temporal de mi hermana estaba a menos de veinte minutos de la casa de mis padres, en una zona residencial determinada para estudiantes de la Universidad de Ponan Mills, donde viví los primeros semestres de mi carrera en ingeniería automotriz. Las construcciones eran similares entre sí; la mayoría de ellas era de color blanco con amplios ventanales en el lado norte. La monotonía de Barsoix era otro motivo por el que detestaba vivir ahí; todo era tan aburrido, gris y repetitivo; no tenía comparación con la calidez y alegría de Monreal.  

Avancé entre los estudiantes que caminaban con sus maletas llenas de pertenencias, listos para volver a la universidad en menos de tres días. Algunas chicas me miraron y susurraron entre ellas para después de reírse con complicidad, lo que me hizo retroceder en el tiempo y recordar aquellos días en los que mis compañeras de clase intentaban coquetearme con un batir de pestañas o una pícara sonrisa, a lo que respondía con un simple resoplido de molestia. Desde que descubrí el diario de Marcela sólo tenía ojos para ella, por más patético y cursi que se escuchase. 

Ya que los estudiantes de la Universidad de Ponan Mills eran hijos de importantes empresarios o de actores reconocidos a nivel mundial, la seguridad en los edificios era sofisticada y eficiente. La entrada del complejo donde radicaba el hogar de mi hermana estaba vigilado por una cámara a cada lado; para abrir la puerta principal se debía correr un cerrojo de doble seguridad y deslizar una tarjeta con chip especializado; además, la puerta de cada departamento contaba con un segundo sistema de seguridad, el cual consistía en dos cerraduras y un teclado digital para introducir un código. Como última precaución, en cada vivienda había una computadora que le mostraba a los inquilinos una imagen de las personas que llegaban y llamaban a su timbre, como un sustituto para las tradicionales mirillas. 

Toqué el timbre número cuatro y aguardé hasta que la voz de Beatrice se  escuchó a través del intercomunicador fijo a la pared. Me planté frente a la cámara de seguridad y saludé como un niño pequeño, divertido por ser observado. 

¿Daniel? —Parecía sorprendida—. ¿Qué haces aquí?      

Reí. —Si me dejas pasar quizá pueda responder a tu pregunta. 

De acuerdo, bajaré enseguida.   

Esperé alrededor de diez minutos, en los cuales me planteé las diferentes posibilidades para que Beatrice tardara tanto. El edificio contaba con dos elevadores, por lo que no era factible que mi hermana bajara por las escaleras, a menos que estuviese en alguna de sus rigurosas dietas que le indicaban hacer el mayor ejercicio posible. La segunda opción es que estuviera arreglándose para salir a recibirme; la vanidad de mi hermana rozaba los límites del narcisismo.  La última idea que cruzaba por mi mente era que, en uno de sus divagues, olvidara que acababa de hablar conmigo.

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora