Capítulo 18

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Al abrir los ojos una luz incandescente me hizo parpadear varias veces antes de acostumbrarme a ella. El familiar olor a alcohol etílico embriagó a mi sentido del olfato. Una repulsiva combinación que me causó una fuerte punzada en el cráneo. Llevé mi mano derecha a la frente para intentar apaciguar el dolor, pero lo único que conseguí fue percatarme de la vía intravenosa conectada a mi antebrazo; fue en ese momento en el que reparé el lugar en donde me encontraba: una habitación de hospital. Era un espacio reducido que contaba únicamente con la cama y un electrocardiógrafo conectado a distintos puntos de mi caja torácica que pitaba al compás de mis latidos.

No había una ventana que me revelase si era de noche o de día, ni un reloj que me indicara la hora. Me sentía desorientado y confundido. Recordaba estar en mi oficina con Andrea luego de la acalorada discusión que tuve con Malcom, después todo se volvió negro. La puerta de la habitación se abrió. Del otro lado se encontraba mi asistente financiera ataviada con el mismo atuendo atrevido que llevaba en el trabajo; lo que me hizo suponer que aún se trataba del mismo día de mi desmayo. 

—¿Cómo estás? —Dudó varios segundos antes de adentrarse en el cuarto.

—Bien... Supongo que bien. 

Cerró la puerta tras de sí. Por primera vez desde que la conocía vi tambalear en su andar, sus pasos eran inseguros y temerosos, lo que no era usual en ella; parecía vulnerable, pero... ¿estaba así por mí? 

—¿Qué hora es? —pregunté con voz ronca.

Miró su reloj de muñeca. —Cuarto para las diez. 

—¿¡Qué?! —Me senté de golpe sobre la cama—. Mierda, Marcela debe estar muy preocupada. Se suponía que hoy cenaríamos juntos en casa.

Hice ademán de levantarme, pero Andrea se abalanzó contra mí para que permaneciese recostado. Luché un par de segundos para recuperar el control, en los cuales el electrocardiógrafo comenzó a aumentar la rapidez de su pitido. 

—¡Daniel —dijo con los dientes apretados—, no puedes irte!

—¡¿Por qué no?! 

Ambos manoteábamos como niños pequeños en un juego de luchas. Andrea se aferraba a mis brazos para someterme, pero yo luchaba para liberarme; en cualquier otra situación hubiese superado su escasa fuerza física, pero en ese momento mis músculos se sentían agarrotados y doloridos, lo que limitaba mis movimientos. En medio de nuestra riña, la puerta se abrió y ambos nos paralizamos en una posición comprometedora. La imponente figura de Jack permaneció estática en el marco de la entrada, observándonos fijamente, pero el molesto sonido de la máquina le hizo recobrar su urgencia de estar ahí. Corrió hacia el aparato y oprimió una secuencia de botones.

—Señorita, tiene que retirarse. Ahora. 

Andrea se mostró confundida y nerviosa por la petición de Jack. Me pareció extraño que no refutara sobre cualquier excusa tonta para permanecer conmigo. Simplemente acomodó su cabello y me dedicó una lánguida mirada que me hizo estremecer. En mi oficina se comportó como una mujerzuela, y en ese momento pretendía ser una pequeña niña regañada, ¿qué estaba ocurriendo con ella? Cuando la puerta se cerró, dándonos privacidad suficiente a Jack y a mí, su semblante cambió de ser serio a uno afligido. Eso me provocó un mal augurio, pues los médicos deberían demostrar imparcialidad ante el diagnóstico de los pacientes. 

—Daniel... —Se quitó las gafas y apretó el puente de su nariz—. ¿Sabes qué te trajo hasta aquí? 

—Hmm me desmayé en mi oficina.

—Sufriste otro infarto. —Suspiró, volviéndose a colocar las gafas—. La mayoría de las personas no consigue sobrevivir al segundo. Tu ventaja es que eres joven y no padeces ninguna otra enfermedad que pudiese aumentar tu índice de mortalidad, pero el pequeño lapso entre el primero y éste es... alarmante. 

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora