Capítulo 6

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Marcela se acurrucó en el sofá frente a la ventana de nuestra habitación desde que volvimos del edificio Blair. Tras su confesión sobre lo que mi padre le dijo en el vals su ánimo decayó y se rehusó a hablar de nuevo sobre el tema. Durante el camino sollozó con las manos contra su rostro y no se atrevió a mirarme, ni siquiera cuando le llevé una taza de té de manzanilla. Simplemente estaba ahí, ensimismada en sus turbios pensamientos. 

Los recuerdos de nuestra adolescencia volvieron como filosas astillas que se enterraron en mi pecho. A pesar de que Marcela estuvo ocho meses internada en una clínica psicológica hasta que fue mayor de edad,  tuvo algunos otros periodos cortos de depresión que tuvieron que ser tratados con medicamentos controlados. Mi mayor temor era que un día volviese la idea suicida a su mente, y por ello intentaba darle lo mejor y cubrir las carencias que sufrió durante tantos años.

Me acerqué a ella, preocupado, y coloqué una pequeña manta sobre sus hombros, donde me detuve el tiempo suficiente para que me diera un beso en los nudillos de mi mano derecha. Sonreí ante su tacto, pero la alegría se esfumó cuando ella volvió a enterrar su rostro entre sus delgadas manos. Con premura me hinqué frente a ella y sujeté sus rodillas. 

—Marcela...

Alejó las manos de su rostro y reveló sus ojos hinchados por el llanto. —¿En verdad crees que él se dejó morir por mi culpa? 

—Eso es absurdo. —Suspiré, molesto—. Mi padre sabía cómo manipular a las personas con simples palabras y quiso hacerlo contigo, bueno, en realidad lo está haciendo. 

—Eso es terrorífico, es como decir que un fantasma me está manipulando. —Sonrió a pesar de que una lágrima recorrió el contorno de su mejilla izquierda. Me alcé sobre mis rodillas para limpiarla y Marcela entrelazó sus dedos con los míos—. Promete que sabes que no fue mi culpa. 

—Te lo prometo. —Fue mi turno de llevar sus nudillos a mis labios. 

—Te amo —susurró sin apartar su mirada de la mía. 

—Yo las amo. —Besé su vientre y una risita se escapó de entre sus labios—. Y si las tengo a ustedes dos no necesito de nada más. 

—Sigo sin entender por qué me elegiste a mí —dijo en voz baja. 

Miré su delicado rostro, un lienzo con rasgaduras por el maltrato, y sonreí. Cada una de sus imperfecciones físicas y emocionales, cada sonrisa y palabra, fueron los que me cautivaron apenas nos hicimos amigos gracias a su diario más de seis años atrás. Pero la realidad, el verdadero motivo por el cual me enamoré de ella...

—Porque viste en mí algo más que a un idiota perdido y con dinero. —Su agarre sobre mi mano se intensificó—. Y porque yo vi en ti algo más que una chica tímida y con miedo. Descubrí que eres una guerrera y que quiero enfrentar contigo cualquier batalla. 

Otra lágrima se resbaló sobre el rostro de Marcela. Hizo ademán de ayudarme a levantarme, pero una repentina oleada de intenso dolor se extendió de mi pecho hacia mis brazos ocasionando que cayera sentado sobre el frío suelo de marmol. Permanecimos en silencio un par de segundos antes de que el dolor me hiciera gruñir y llevar una de mis manos al centro de mi pecho, donde sentí una extraña aceleración en mi pulso cardíaco. 

—¿Daniel, qué pasa? —preguntó alarmada.

Quise responder, pero mi respiración agitada no me lo permitió. Apreté el puño contra mis costillas izquierdas y respiré lo más profundo que pude. Marcela arrojó la manta que minutos antes coloqué sobre sus hombros y se hincó frente a mí con el rostro pálido y los ojos humedecidos por las lágrimas.

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora