Prólogo

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El sexto nivel del hospital Beaune se encuentra en silencio, a excepción del llanto de un recién nacido que proviene del fondo del pasillo. El olor a alcohol medicinal se filtra a través de las fosas nasales de las cinco personas reunidas en la sala de espera.

Enfermeras y médicos caminan de un lado a otro sin reparar en la angustiada familia que espera noticias del importante magnate de la ciudad de Barsoix. 

Una mujer entrada en sus cincuentas sostiene entre sus brazos a una pequeña bebé de cabello oscuro y piel pálida; la arrulla contra su pecho y besa su cabeza repetidamente en una clara muestra de nerviosismo. 

Dos adolescentes intercambian palabras en voz baja, sin querer llamar la atención de la única persona que se encuentra de pie y camina de un lado a otro sin cesar mientras se muerde las uñas. 

Ella lleva ahí más de siete horas. 

El amanecer tiñe el cielo de tonos azules y violetas. Son casi las seis de la mañana del primero de noviembre, y el hermoso paisaje que se observa desde los amplios ventanales del hospital, parece un mal chiste para los familiares de los enfermos; apreciar tanta belleza desde un lugar que huele a muerte, no es la mejor combinación.

A pesar del cansancio que amenaza con embargarla, no pretende marcharse antes de que la cirugía termine y se le informe que todo ha salido con éxito. 

Marcela Rivas se detiene apenas unos segundos para mirar a la pequeña bebé. 

«—Todo estará bien —piensa luego de ojear a Lucía, su hermosa hija».  

Reanuda su interminable marcha a través de la sala de espera. Los músculos de sus piernas le duelen por caminar durante mucho tiempo, pero su trasero le duele aún más por llevar más tiempo sentada. Lo único que desea es que el cardiólogo encargado de la cirugía de su esposo vaya hasta ellos con la noticia de que todo salió bien y no hay ningún posible riesgo con la salud de Daniel. 

—Si sigues caminando de esa manera harás un agujero en el suelo —comenta su hermano Edgar, quien ha dejado de cuchichear con Liliana para analizar el semblante cansado de su hermana mayor—. Daniel es un hombre fuerte y podrá lidiar con esto. 

Antes de que ella pueda responder, un médico ataviado con bata azul a juego con el resto de su uniforme aparece por el pasillo principal del nivel. El resto de los familiares se levanta para unirse a Marcela, quien siente que su propio corazón dejará de latir. Ella se acerca al hombre en el cual dejó depositada la vida de su esposo. 

Temblorosa, pregunta: —¿Cómo está mi esposo? Él... él está bien, ¿verdad?

—Lo siento mucho, señora Rivas. 








Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora