Un año antes.
Todas las miradas estaban sobre mí. Alrededor de cien pares de ojos me analizaban de pies a cabeza, sin detenerse a reparar en la hermosa mujer que estaba enganchada a mi brazo izquierdo: Laura, mi madre; quien incluso temblaba más que yo.
Detrás de nosotros caminaban otras quince personas, entre las cuales se encontraban mi padre, el cual sujetaba del brazo a Natalia, la tía de Marcela; Carmen y Alejandro, nuestros antiguos amigos de preparatoria junto con sus respectivas parejas; mi hermana Beatrice acompañada de su mejor amigo Fabián; entre otros familiares y amigos.
Los invitados se pusieron de pie y mi madre tiró de mi brazo con gentileza en el momento en que se suponía que debía de avanzar, pero mis piernas se sentían entumecidas junto con mis cinco sentidos, los que se nublaron gracias a los nervios que amenazaban con consumirme.
Caminé guiado por el delicado brazo de mi madre. De nuevo todos nos miraban, pero los nervios que tan sólo segundos antes parecían reinar mis acciones, fueron sustituidos por una sensación de tranquilidad y felicidad. Por fin era el día, era el momento. De igual manera, mi madre haló de mi brazo cuando, sin notarlo, mi caminata se volvió demasiado acelerada para que pudiese seguirme el paso.
—Tranquilízate mi amor —susurró mi madre con un apenas perceptible movimiento de sus labios.
Sólo atiné a sonreír ante su comentario. ¿Cómo se suponía que iba a estar tranquilo? Si en menos de una hora la mujer de mis sueños se convertiría en mi esposa.
Nos detuvimos frente al altar, donde mi madre besó mi frente y ambas mejillas antes de soltarse a llorar. La tomé de sus antebrazos y la atraje a mi cuerpo para abrazarla tan fuerte como mis temblorosos brazos me lo permitieron.
—Estoy tan orgullosa de ti —dijo entre sollozos. A pesar de que sus lágrimas estuviesen mojando parte de mi saco, la mantuve cerca de mí—. Te amo, mi niño.
—Yo también te amo mamá. —Besé su cabeza.
Una canción lenta, apenas perceptible, se escuchó cuando el cortejo nupcial entró a la iglesia, liderado por Enrique Blair y la tía de Marcela. Mis piernas temblaron cuando vi el semblante serio de mi padre; al parecer aún no aceptaba la idea de que me casara tan joven con una chica que no era de la alta sociedad.
Las puertas se cerraron cuando la última dama de honor, ataviada con un vestido color lavanda, entró al lugar. Las personas intercambiaron miradas entre los integrantes del cortejo nupcial, quienes caminaron a paso lento hasta situarse en sus respectivos lugares.
Un torrente de adrenalina se filtró a través de mis venas cuando la clásica marcha nupcial de Mendelssohn resonó por la iglesia y las puertas se abrieron de nuevo. Era la hora.
Los latidos de mi corazón se aceleraron cuando vi por primera vez a Marcela con su vestido blanco.
Las miradas de los invitados viajaron hacia la menuda chica que iba enganchada al brazo de su tío Eugenio, quien representaba el papel del padre de la novia.
Nuestras miradas se conectaron a un íntimo nivel, en el que ambos dijimos sin palabras que estábamos ansiosos por comenzar el resto de nuestras vidas juntos y que, a pesar de los más de cinco años que llevábamos juntos, aún nos amábamos como el primer día en que nació nuestro amor.
Sonreí y ella correspondió. La misma sonrisa verdadera que conocí cuando volvimos a encontrarnos en mi apartamento de Barsoix días antes de entrar a la universidad; la misma sonrisa que ayudé a pintar en su rostro cuando éramos adolescentes, la misma de la cual seguía enamorado.
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Una noche sin oscuridad [2]
Storie d'amoreAños después de que Daniel Blair descubriera el diario secreto de su antigua compañera Marcela Rivas, el amor entre ellos sigue intacto. Sin embargo, luego de la muerte del padre de Daniel, él debe hacerse responsable de los negocios familiares, car...