Capítulo 17

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El cabello grisáceo de Malcom relució bajo la luz de las bombillas de mi oficina. Así como la vez que lo conocí, llevaba puesto un traje negro hecho a la medida. Para su edad poseía un buen porte; se veía elegante y poderoso, la impresión que cualquier ejecutivo de Barsoix quisiera imponer ante los demás. Se notaba el cuidado que le brindaba a su delgada apariencia, aunque no era inmune al transcurrir de los años; pequeñas arrugas bordeaban sus ojos, y su descolorido bigote revelaba su edad. Sin embargo, él parecía estar conforme con su ser. 

Cerró la puerta una vez que Andrea abandonó el lugar. Una maliciosa sonrisa se dibujó entre sus delgados labios, acompasada a la intensa mirada que me analizaba detenidamente de pies a cabeza. Caminó hacia mi escritorio con largas pero elegantes zancadas, como si quisiese demostrar un punto. Su semblante reflejaba lo seguro que se sentía de sí mismo al estar frente a mí, pero no le permitiría sentirse tan cómodo. Un Blair no se doblegaba ante nadie. 

Hizo ademán de caminar hasta mi lado, traspasando la pequeña barrera que me brindaba el escritorio, pero levanté la mano haciendo un ademán para que se detuviera, lo que acató al instante. 

—Le recomiendo que mantenga su distancia. No es el único que cuenta con seguridad dentro del edificio. 

Su sonrisa se intensificó. —Bien, por lo menos ya comienzas a comportarte como el hijo de Enrique.   

 —Señor Cechz —Ignoré su comentario—, tome asiento. Escucharé con gusto el motivo que lo trajo a mi oficina. Debe ser uno muy bueno, supongo.      

Malcom tomó asiento en una de las tres sillas de cuero negro que estaban al otro lado del escritorio principal de mi oficina. Juntó las manos sobre la superficie de éste y se inclinó ligeramente hacia adelante, asegurándose de que la distancia entre nosotros fuese la menor posible. Si pretendía intimidarme con su cara arrugada, estaba fallando en su propósito. 

Me senté en mi respectivo lugar, sin atreverme a apartar la mirada de la suya. La tenacidad que Malcom expresaba me estaba incomodando; quizá para triunfar en el mundo de los negocios de Barsoix se necesitaba una actitud petulante, manipuladora y egocéntrica; características que abandoné cuando me mudé a Monreal en preparatoria. 

—Como ya sabrás, joven Blair... ¿o prefieres que te digan señor Blair? —Jugueteó con sus dedos, tentándome a perder la paciencia. 

—Daniel está bien. —Enarqué una ceja para darle a entender que su juego era patético. 

—Bien, bien, Daniel, las utilidades y el valor de mi compañía se dispararon hacia el cielo, lo que significa que cuento con una jugosa cuenta bancaria ansiosa por ser utilizada para comprar este modesto edificio al que llamas "empresa". —Se recargó en el respaldo de la silla y cruzó sus brazos por detrás de la cabeza—. Así que estoy dispuesto a escuchar tus ofertas. Anda, no seas temeroso, puedo costear cualquier cantidad que desees. 

Suspiré mientras apretaba el puente de mi nariz con mis dedos índice y pulgar. —Señor Cechz, ya le dije que nunca venderé la empresa que mi padre construyó con tanto esfuerzo. No me interesa si puede triplicar el valor de ésta, no está a la venta, ¿comprende? ¿O sus neuronas comienzan a morir debido a la vejez?

Su actitud petulante desapareció apenas un instante, al parecer no se esperaba que lo insultara tan sutilmente. Sin embargo, tras volver a acomodarse en el asiento, aquella vez más tenso, retomó su sonrisa confiada. Empezó a hurgar en los bolsillos de su saco, justo en el lugar donde años atrás mi padre me dijo que las personas guardan sus armas de fuego. Coloqué mi mano a un lado del botón secreto de emergencia, el cual haría sonar una alarma en todo el edificio para alertar a seguridad. Para mi sorpresa, Malcom extrajo un paquete de cigarrillos, el cual extendió en mi dirección y rechacé con un gesto de mi otra mano. 

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora