Capítulo 23

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Pasé la noche dormitando en la silla a un lado de la cama de Marcela, atento a cualquiera de sus movimientos. Hasta la más insignificante irregularidad en su respiración me alertaba, preso del miedo y la impotencia. Sin embargo, me obligué en distintas ocasiones a tranquilizarme, el pecho aún me calaba tras el último ataque cardíaco que sufrí, y la presión que la situación ejercía en el centro de mis costillas era abrumador, pues me recordaba la fragilidad con la que mi corazón estaba latiendo. Cualquier cambio drástico en el ritmo de éste podría significar una recaída de la cual quizá no me recuperaría. 

Con los primeros rayos del sol consumí la siguiente dosis del medicamento. En silencio, guardé el frasco de cápsulas en el bolsillo interior de mi saco y regresé a mi asiento de vigilancia. Hasta ese momento Marcela no había despertado en ninguna ocasión, no sabía si se trataba de un buen augurio sobre su descanso o si era un exceso de sedantes lo que la mantenía en aquella faceta parsimoniosa. Sólo esperaba que estuviese recuperándose. 

Los párpados me pesaban, sin embargo, me rehusaba a quedarme dormido y descuidar la estabilidad de mi esposa. Lucía y ella eran lo primordial, quizá estuve cegado por el trabajo y el poder que la compañía me propició, pero eso había terminado; el dinero no era importante en comparación con mi familia. Tenía que remediar todos aquellos meses en los que estuve ausente y abandoné a Marcela cuando más me necesitaba, no lo volvería a hacer. 

Me incliné hacia ella, cautivo por mis anhelantes pensamientos. Ansiaba que despertara y me dedicara una de sus cálidas miradas, conectar sus ojos con los míos y transmitirle que todo estaría bien. Me acerqué aún más, lo suficiente para que mis labios rozaran la tibia piel de su mejilla izquierda. Permanecí estático por varios segundos, limitándome a sentir el bienestar que su cercanía me causaba, era como un sedante para mis inseguridades. Ella me tranquilizaba, conseguía calmar mis demonios con una simple caricia o una calmada palabra. La necesitaba en ese momento, pero debía aguardar a que estuviera mejor para poder compartir más tiempo. 

Mientras la observaba, fascinado por su inquebrantable belleza, la puerta de la habitación se abrió. Me costó alejar la mirada de su rostro, pero lo hice por mera educación hacia la persona que se acercaba con lentitud a nosotros. Era su tía, quien llevaba entre sus manos una taza de café humeante que desprendía un exquisito aroma que hizo rugir mi estómago. Natalia sonrió con esfuerzo ante el sonido de mi hambre. 

—Te traje esto —Extendió la bebida en mi dirección.

Me levanté para recibir el vaso y lo tomé, intentando disimular la desesperación que me embargaba. —Muchas gracias.       

Intercaló la mirada entre ambos, deteniéndose más tiempo sobre Marcela. Sus ojos denotaban el cansancio y la preocupación que una madre sentiría por un hijo. A pesar de que fueron pocas las semanas que Marcela vivió con ellos antes de ser internada en la clínica, compartieron momentos que las unieron con un vínculo más fuerte que uno de sangre por compromiso. Su madre biológica nunca se preocupó por ella, y recibir el cariño de una mujer tan atenta como Natalia fue una especie de salvación para su ya endurecido corazón. 

—¿Cómo estás, Daniel? —preguntó en voz baja.

Miré de soslayo a mi esposa. —Me tranquiliza saber que ella estará bien, pero... —Me detuve al sentir el familiar cosquilleo dentro de mi garganta; esa misma sensación que me atragantaba cada que me obligaba a ser fuerte cuando lo único que deseaba era quebrarme—, pero todo se viene abajo cuando recuerdo que la vida de  mi hija depende de máquinas.

Notó el dolor que estaba conteniendo y se acercó a mí. El contacto que ejerció sobre mi hombro fue como una descarga de calor que se extendió por todo mi cuerpo, consiguiendo que cada uno de mis músculos se relajara. Fue un sentimiento que sólo mi madre lograba sobre mí, pero en ese momento mi vulnerabilidad estaba al tope, y el apoyo de una mujer fuerte me ayudó a comprender que no estaba solo en aquella situación; quizá mi familia aún no estaba conmigo para brindarme su aliento, pero sí lo estaban los hermanos y tíos de Marcela, quienes con el pasar de los años se habían ganado mi cariño.      

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora