A la mañana siguiente, una enfermera de rizos oscuros me pidió que firmara mi hoja de alta luego de retirar la intravenosa de mi brazo. Me entregó una receta con los nuevos medicamentos para mi tratamiento y el horario en que debía consumir cada fármaco. Pedí ver a mi cardiólogo, pero Jack no hizo presencia en mi habitación a pesar de que insistí durante casi media hora. Tuve que marcharme cuando un guardia me advirtió que estaba perturbando la tranquilidad del hospital y ello era motivo para sacarme a la fuerza, así que opté por irme a voluntad propia.
Volví a mi hogar alrededor del medio día, a sabiendas de que mi esposa estaba ahí. Hubiese preferido huir al trabajo y refugiarme detrás de mis incontables pilas de documentos, pero no quería lidiar con la actitud cambiante de mi asistente financiera. Aún estaba confundido por su vulnerabilidad ante mi desmayo.
Conduje con los brazos tensos sobre el volante, temeroso de ser incapaz de reaccionar en alguna curva o un repentino frenado. Era como si realmente comenzara a temer por perder mi vida hasta en el más insignificante acontecimiento. Supuse que se trataba de un mecanismo de defensa creado para mantenerme alerta y ser más precavido con mis acciones.
Aparqué en mi lugar correspondiente de la cochera y esperé a que la puerta de ésta se cerrase por completo. Era una acción que nunca realizaba, pero en ese momento cualquier distracción era necesaria para retrasar el encuentro con mi esposa. No estaba preparado para enfrentarla; había intentando encontrar las palabras para decirle acerca de mi enfermedad, sin embargo, ninguna oración parecía lo suficientemente buena para contarle de mi posible muerte.
Permanecí en el automóvil alrededor de quince minutos, tomando profundas bocanadas de aire y obligando a mi cuerpo a calmar los temblores. No podía ser tan difícil hablar con Marcela, ¿o sí? Ya se lo había contado a mi madre y a Beatrice, lo que era igual de complicado, así que debía saber manejar la situación con mi esposa.
Inspiré una última vez antes de animarme a bajar del vehículo y caminar hacia el interior de la casa. Mis piernas temblaban en cada paso, pero me mantuve firme y avancé sin inmutarme por la compresión que los nervios causaban sobre mis costillas. La incertidumbre dominaba a cada uno de mis movimientos, sin embargo, un pequeño haz de tranquilidad se filtró a mis pensamientos: No debería cargar con una presión innecesaria después de confesar mi secreto. La culpabilidad terminaría, las mentiras, el egoísmo y el miedo también. Confesar sería mi liberación.
Mi hogar olía a una sutil combinación de cítricos y lavanda. Como era de costumbre, el lugar se encontraba en completo silencio; Marcela era sigilosa a la hora de realizar una labor, continuaba siendo precavida en sus acciones, reflejo del temor que sufría cada que su padre llegaba borracho a casa y exigía que nadie lo despertase. El único y leve sonido que se escuchaba provenía de la cocina, al otro extremo del pasillo, habitación hacia la cual me dirigí con pasos lentos.
Mis pasos no resonaron sobre el suelo de mármol. Caminé a través del silencio, como un fantasma. Un ser inexistente. Una fugaz punzada me atravesó el pecho al reparar en la posibilidad de que pronto me convertiría en ello, en una entidad traslucida que desaparecería con el pasar del tiempo, muriendo cuando Marcela pronunciase mi nombre por última vez.
Me detuve en el marco de la puerta al percatarme de la presencia de mi esposa, la cual se inclinó ligeramente hacia adelante para cerrar la puerta del horno. Al erguirse, acarició su prominente vientre y exhaló un largo suspiro. Olvidé todo, borré de mi mente todo aquello que ocupaba un lugar en ella, desaparecí toda preocupación existente y sólo me concentré en la hermosa mujer que estaba frente a mí.
¿Cómo sería su vida si yo muriese?
Seguramente encontraría a otro hombre que la hiciera feliz. O por lo menos eso es lo que quería creer; Marcela conocería a alguien que pudiese cumplir con todas su expectativas. Alguien que realmente la hiciera olvidar de su pasado tormentoso, alguien que consiguiese acunarla hasta olvidar sus más grandes temores. Alguien que le brindara una noche sin oscuridad en su vida.
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Una noche sin oscuridad [2]
RomansaAños después de que Daniel Blair descubriera el diario secreto de su antigua compañera Marcela Rivas, el amor entre ellos sigue intacto. Sin embargo, luego de la muerte del padre de Daniel, él debe hacerse responsable de los negocios familiares, car...