Capítulo 14

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Nunca fui una persona que demostrara su tristeza mediante las lágrimas, pero en ese momento no conseguía parar de llorar, ni siquiera porque Jack estuviese sentado frente a mí con el semblante serio. En cualquier otra circunstancia me hubiese avergonzado por mi condición: las escleróticas rojas por el llanto, mi boca convertida en una mueca torcida, y seguramente algún moco embarrado en mi rostro; pero nada de eso importaba, no después de las palabras que mi  médico recitó tras realizarme un simple chequeo rutinario. 

Los estudios arrojaron resultados que conmocionaron a Jack, por lo que tuvo que realizar más pruebas detalladas sobre la condición de mi corazón. Me llevó a un consultorio especializado para anomalías cardíacas en el último piso del hospital, donde tuve que hacer rutinas en una caminadora y practicar exhalaciones. Mi rápida falta de aire, complemento para el cansancio que sentí luego de correr cuatro minutos y medio, me hizo deducir que perdí al atleta que fui apenas unos años atrás en la universidad. Mi condición se asemejaba a la de un hombre mayor de cuarenta años, lo que llevó a Jack a preocuparse y realizarme el estudio final que heló la sangre. 

Llevábamos alrededor de diez minutos en silencio, escuchando mis recurrentes sollozos. Un sentimiento desesperado me abrasaba las entrañas; me apretujaba el corazón... literalmente. Era como estar suspendido en medio de la nada, a merced del tiempo que transcurría con mayor velocidad para mí que para el resto. El final se acercaba, estaba tan próximo que podía rozarlo con las puntas de los dedos. 

No funcionó —repetí las trágicas palabras con voz temblorosa. 

—Existen otros métodos, Daniel. —Evitó mirarme a los ojos, a pesar de que los médicos tuviesen que mantenerse firmes ante sus pacientes—. No porque los medicamentos no hayan surtido efecto no significa que sea el fin. 

—¿No? —pregunté con cierta molestia. Suspiré mientras meneaba la cabeza de un lado a otro—. Entonces, ¿qué se supone que sigue? —Cerré los ojos un par de segundos e invoqué el rostro de Marcela; la palidez de su piel y el brillo de su mirada verde fueron como un detonante para mi dolor emocional. No podía dejarla, no así. 

—Un trasplante —respondió sin inmutarse. 

—¿Un trasplante? 

—Sí, eso dije: un trasplante. —Se quitó las gafas y frotó sus ojos con las yemas de sus dedos pulgar e índice. Se le veía cansado, pero se esforzaba por mantenerse alerta. Se levantó de su asiento y caminó hacia la mesa donde yacía el montón de hojas de mis estudios. Hojeó con rapidez hasta detenerse en la portada de un fólder y extrajo una hoja blanca membretada con la dirección del hospital. Volvió a su lugar y dejó escapar un pesado suspiro—. Es el último recurso al que los cardiólogos recurrimos, pero tu situación lo merita. Ya que el medicamento no surtió los efectos esperados la vena está más obstruida, a eso se debe tu falta de energía y los desmayos. Es menor la cantidad de sangre que fluye al cerebro y...

—Espera, espera. —Levanté las manos a modo de rendición—. ¿Me estás diciendo que un simple trasplante puede solucionar mi problema?

Frunció el entrecejo. —No es así de simple, Daniel. —Dejó la hoja sobre el escritorio y entrelazó sus manos sobre ésta—. Un órgano tan importante y delicado como el corazón puede tardar varios meses, incluso años en llegar al paciente receptor, y eso si es que se encuentra un donador compatible. —Suspiró—. Y en caso de que lo haya, existen probabilidades de que el cuerpo rechace el nuevo tejido. 

—Y todo esto significa... —Dejé las palabras al aire, a pesar de saber a dónde se dirigía el asunto. 

—Que no existe la certeza de encontrar un donador para ti, y tampoco que tu cuerpo acepte al nuevo corazón. —Volvió a colocarse las gafas y me miró fijamente—. Necesitaremos realizar más estudios, pruebas, meter una solicitud para la lista de recepción de órganos, y el consentimiento de un familiar. 

—Marcela... —dije en voz baja.

—Después de tantos meses Daniel, creo que es hora de decírselo. 

 Aparté la mirada de la suya. —Lo sé, pero sólo faltan cinco semanas  para que nazca Lucía, supongo que puedo posponer la noticia hasta ese momento, ¿no? 

—¿Se lo has contado a alguien?

—A mi madre y a mi abogado —Medité un par de segundos—, y una compañera de trabajo lo sabe. 

—Tu padre alguna vez le comentó al mío tu gusto por... explorar mujeres. No es el caso, ¿cierto? —Enarcó una ceja—. A pesar de que sólo he visto a tu esposa una sola vez me parece que es la chica ideal para ti. 

Suspiré. —No es lo que parece. Digamos que ella sabe más de lo que debería. 

—Las mujeres siempre saben más de lo que deberían —comentó con una sonrisa. 

Ambos reímos, pero fue una de esas clases de risas forzadas. El consultorio de un cardiólogo no se trataba del mejor lugar para sonreír, y menos después de recibir una noticia de tal magnitud: Mi vida pendía de un hilo, con la inevitable incertidumbre de no saber si alguien sería el donador adecuado para mí y, en caso de que no fuese así, debería comenzar a formular mi discurso de despedida. 

Después de un largo rato de silencio, Jack carraspeó para abstraerme de mis pensamientos. Su oscura mirada se fijó en los papeles sobre su escritorio y de nuevo se volvió hacia la mía. La seriedad que embargaba a su rostro era el detonante ideal para que mi corazón palpitase con más fuerza. Sabía que había algo más allá de lo que mi médico me decía, pero no estaba seguro si quería averiguarlo. Sin embargo, cuando cerró los ojos con los párpados apretados, remonté años atrás, cuando éramos mejores amigos y él hacía ese gesto cada que iba a decir algo crucial. 

—Necesito que estés consciente de que debes continuar siendo cuidadoso, cualquier cambio drástico en tu ritmo cardíaco puede terminar en tragedia. 

—¿Y qué debo hacer si tengo otro ataque? —pregunté, taciturno.     

—Lo has estado haciendo bien. —Me dedicó una sonrisa ladeada—. Debes respirar profundo y evitar que el ataque afecte tu estabilidad emocional, pues eso contribuye a la falta de oxígeno en el cerebro. 

—Es la segunda vez que lo mencionas... —Fruncí el entrecejo—, ¿qué ocurre con dicha falta de oxígeno? 

—Tu corazón dejará de bombear la sangre oxigenada suficiente al cerebro, esto afectará a los hemisferios encargados de las funciones vitales. —Su voz se fue apagando entre más se adentraba en la respuesta—. La hipoxia cerebral tiene distintos grados de lesión cerebral. La más leve de éstas incluye a las personas que caen en un coma reversible con retorno a la normalidad; el siguiente grado abarca a los que despiertan del coma con ciertas anomalías en sus movimientos, y pueden desarrollar estados epilépticos. —Suspiró pesadamente, y de nuevo fui víctima de la carencia de atención de su mirada—. Y en el peor de los casos se desarrolla un estado vegetativo permanente que culmina en la muerte luego de un año. 

Sonreí para no llorar otra vez. —Entonces tengo dos opciones: morir antes de encontrar a un donador, o convertirme en un vegetal. 

—Intentaré encontrar un corazón para ti lo antes posible Daniel, pero debes saber que la lista de espera es muy larga.

—No moriré antes de conocer a mi hija. —Mis dientes castañeteaban por la rabia y el temor que me consumían—. Haz lo que tengas qué hacer, no me importa cuánto dinero necesites, lo pagaré.  

—Daniel...

 —¡No! —Di un golpe con el puño sobre el escritorio de Jack—.  Todo en esta vida se resuelve con dinero, y lo sabemos desde pequeños —Su mirada expresó que estaba de acuerdo conmigo—, así que haz lo necesario para conseguirlo.     

—Lo haré, pero necesito que alguien firme el consentimiento de la cirugía. 

—Descuida, tengo a la persona indicada. 



        

Una noche sin oscuridad [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora