VII. UN VIAJE AL PASADO

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Hace quince años... en un consultorio médico, una pareja de fieles enamorados era lastimada profundamente; sus ilusiones fueron destruidas por la naturaleza. El matrimonio trataba de ser fuerte con cada último suspiro de esperanza que les quedaba en el cuerpo.
Biel sujetaba mi mano izquierda y me brindaba su apoyo incondicional, pero...

— Dennice... — pronunció el médico. — El tratamiento no funcionó. — añadió.

— ¿Qué broma es esta? — preguntó Biel. — ¡Tú nos aseguraste que el tratamiento funcionaría! — gritó furioso. — ¿Durante todo este tiempo el esfuerzo de Dennice no fue suficiente? ¡Solo eres un médico incompetente! — dijo.

Me mantuve en silencio, con los ojos llorosos, y con la mano derecha reposada sobre mi vientre.

El sueño de formar una familia con el amor de mi vida, se había roto. Biel aún se mantenía  a mi lado, pero mi cuerpo no era capaz de hacerle feliz.
Esa impotencia... ¡Y esa furia interna! Me invadían sin compasión. Conocer a Biel desde que éramos niños, fue lo mejor que me pudo haber pasado en la vida. Biel siempre fue amable, y su sonrisa iluminaba los días más lluviosos en mi corazón.

Cuando nos comprometimos estábamos muy nerviosos, nunca llegué a imaginar que Biel tendría miedo de mi padre, y era totalmente absurdo porque no era la primera vez que hablaban. Durante nuestro tiempo en la universidad, pensamientos incesantes se entrometían en mi mente, "¡Quiero verlo! ¡Quiero verlo! ¿Por qué? ¡Porque me enamoré de él!" Siempre lo estuve, me enamoré de él aquella vez que cazamos ranas. Me enamoré de él, la primera vez sujetó mi mano e hizo que el miedo a los truenos fuera insignificante. Me enamoré de él cuando dejó que su hombro fuera mi almohada. Desde aquellos días en los que añoraba ser algo más que su amiga, soñaba con formar una familia; Biel quería hijos, quizá dos o tres decía él, y lo sabía porque me lo había confesado en secundaría. Yo también quería tener hijos, quería complacer su deseo, quería que se volviera realidad, además de que quería algo que fuera sólo nuestro, y que al verlo, ese "algo" tuviera sus ojos, o esa sonrisa perspicaz que me había convencido de casarme con él. Más que nada en el mundo lo quería, pero no se cumplió.

Durante seis meses me encarcelé en la gran habitación que compartía con Biel. En esos seis meses, era más que suficiente intercambiar un par de palabras, como para que las lágrimas se hicieran presentes. No importaba cuantas veces Biel intentará animarme, el resultado siempre terminaba en una discusión que nos lastimaba a los dos. Días, semanas y meses pasaron, y las palabras de amor entre nosotros se extinguieron. En la casa aún se sentía una llama de amor entre nosotros, pero la pasión desapareció. Las palabras no salían de sus labios y los míos se estaban sellados, por miedo a lastimarlo una vez más, quizá Biel se sentía de la misma manera.

En ocasiones, llegué a considerar quitarme la vida, pero sabía que eso dañaría a Biel. Yo era una persona patética al grado que llegue a imaginar que Biel mantenía una aventura, o que planeaba pedirme el divorcio, esas y más estupideces surgían de mí, mientras dejaba que la vida se me fuera de las manos, una vida... que me había hecho feliz desde que conocía a Biel, pero...
¿Por qué tuvo que cambiar? La respuesta era simple; me perturbaba no poder ser madre. ¿Acaso había hecho algo tan malo para merecer tal castigo?

Brenda, la hermana menor de Biel, me visitaba todos los días. Ella me hacía compañía mientras su hermano trabajaba. Sólo con ella, me era posible mantener una conversación donde las lágrimas no me lastimaran.  Juntas, ella y yo, disfrutábamos de comer helado, de escuchar música o de leer libros, incluso ver televisión con ella era divertido. Pero aún con su apoyo, el dolor se mantenía aferrado a mí, impidiendo que la felicidad y la serenidad habitaran en mi hogar nuevamente.

YO MORIRÉ CONTIGO (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora