CAPITULO ESPECIAL

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En el instituto Gram los estudiantes estaban ajetreados, como las hormigas que salen de sus túneles para cumplir deberes. Las chicas ensayaban sus coreografías y desfilaban sus coloridos vestuarios que contrastaban con el brillante maquillaje que las hacia parecer mayores y al mismo tiempo inocentes. Mientras los chicos terminaban de acomodar las sillas que daban vista al escenario, los delegados de cada clase se acercaban a los puestos de golosinas que atenderían durante todo el evento.

— ¡Es algodón de azúcar! — Kura tiró de la mano de Raven.

— No deberías hacer tanto ruido, te reconocerán — el castaño protestó, pero su compañero estaba fuera de sí.

— ¿De qué color lo quieres? ¿Rosa? ¿Amarillo? ¿Purpura? — Raven lo miró irónico — ¡Azul! Está bien, espérame aquí.

Kura siempre era así; inocente, juguetón e infantil, sin embargo, era él quien mimaba a Raven y se negaba a que los papeles se invirtieran.

A distancia, Raven lo vio alejarse. Un par de años ya habían pasado desde la primera vez que lo vio, desde la primera vez que sostuvo su mano y desde la primera vez que le dijo un te amo. Y aun cuando el tiempo ya había pasado sus sentimientos no se desgastaban, pues era como si con el tiempo se hicieran más fuertes y a la vez inmortales. Raven conocía a Kura mejor de lo que creía, sabía que la distancia entre ellos le afectaba más al pelinegro que a él, también sabía que Kura se esforzó mucho para tener vacaciones y pasar tiempo juntos. Desde que Kura firmó contrato con una de las mejores agencias musicales, el trabajo lo consumió y se abrió una brecha entre ambos, pero que constantemente, el pelinegro intentaba saltar. Todas las mañanas se mandaban mensajes de buenos días, durante las tardes compartían fotografías de lo que habían comido, y por la noche media hora antes de irse a la cama hablaban por teléfono. Ambos se confesaban secretos y pequeñas mentiras que habían dicho en el transcurso del día, y se reían de las travesuras del otro. Nunca discutían por el poco tiempo que disponían para estar juntos, pues Raven sabía que Kura estaba cumpliendo su sueño, así mismo, el pelinegro sabía que Raven hacía lo mismo con su vida. Tiempo hay mucho y ya lo tendrían después para estar juntos.
El chico que atendía el puesto del algodón de azúcar no reparó en Kura, pues por estar concentrado en el móvil no le dio mayor atención al rostro del cliente que pagó con un billete generosamente grande.

— Puedes quedarte con el cambio, gracias — con el algodón de azúcar azul en la mano derecha y el de color rosa en la izquierda, Kura sonrió y se encaminó de regreso a Raven.

El castaño tenía una sonrisa tímida, le avergonzaba estar tan nervioso por el simple hecho de que Kura se acercara a él pocos minutos después de haberse alejado.

— Disculpa — un joven se acercó a Raven.

— ¿Sí? — lo miró con recelo.

— ¿Puedes darme la hora? — preguntó, pero Raven no contestó.

Cautivado, el castaño contemplaba los ojos de aquel que estaba frente a él.

— Un ojo azul y uno dorado... — musitó.

El chico de ojos peculiares sonrió de medio lado y fingió toser para que Raven saliera del estado de hipnosis en el que estaba.

— ¿Ah? — sacudió brevemente la cabeza para despejar su mente —. Son las 17:02 — dijo al ver el reloj en su muñeca izquierda.

— Aún falta para que la función inicié — resopló, frustrado —. Gracias — y con una sonrisa amplia se despidió al retomar su camino entre la multitud de estudiantes en constante movimiento.

Para cuando Kura llegó, el desconocido ya había desaparecido, pero la pupila dilatada de Raven aun lo buscaba entre la muchedumbre.

— ¿Quién era? — le interrogó el pelinegro, secamente.

— No lo sé — desconcertado, Raven miró a Kura.

— ¿Qué quería? — insistió.

— Sólo me pidió la hora.

— ¿Sólo eso?

— Sí... — Raven aún estaba bajo los efectos de aquella heterocromía, y a Kura eso no le gustó.

— Ven... — lo tomó de la mano.

— ¿Adonde? —preguntó Raven mientras le seguía el paso. Por un breve instante creyó que Kura le contestaría pero no fue así.

Ambos entraron en el edificio más cercano, subieron las escaleras y se encontraron con una chica que llevaba unos vestuarios en sentido contrario a ellos. La mirada muerta de aquella mujer se sosegó al sonreírle a Raven, quizá también le sonrió a Kura pero este la ignoró. Al final del último escalón, Kura llevo a Raven en dirección a la derecha, atravesaron el pasillo y entraron en el aula 104. El murmullo de las risas estudiantiles se quedó al otro lado de la puerta cuando Kura la cerró.

— ¿Qué sucede? — inquirió Raven a un costado del escritorio.

Desde la puerta, Kura se negaba a verlo.

— ¿Qué sucede? — volvió a preguntar. Ahora se sentía temeroso por lo que iba a pasar.

En ese momento, Kura se apresuró a llegar hasta él y cuando se encontraron frente a frente, besó a Raven. Normalmente, Kura solía ser delicado cuando lo besaba: "Me gustan los besos lentos porque así puedo disfrutar más de ti...". Pero, este beso era diferente; era rudo y frágil al mismo tiempo dando la impresión de ser inseguro. "Los celos déjaselos a las personas inseguras", le dijo Kura a Raven el día en que Sebastián pasó la noche en casa del castaño. Con aquella frase Kura aseguró que no existía rival para hacerlo dudar sobre lo que Raven decía sentir por él. Pero cae más rápido un hablador que un cojo, decía Sora.

— ¿Me quieres? — los labios de Kura estaban a sólo unos milímetros de él.
Desprendían una tibieza que resultaba exquisita y que a Raven mareaba.

— Por supuesto... — gimió el castaño al aferrarse de la playera de Kura para acercarlo a él — ¿Y tú? — no quería poner en duda los sentimientos del otro, tan sólo quería continuar con el beso que le había activado el sistema nervioso al 100%.

— Más que a mi propia vida — tomó la mano de Raven y la puso sobre su bragueta que aprisiona el ferviente deseo de poseerlo en ese momento — ¿Puedes sentirlo? — ambos se estremecieron al sentir que el otro lo tocaba.

Sonrojado, Raven asintió, y Kura sonrió satisfecho. El pelinegro volvió a tomar las riendas de la situación, dominaba al castaño durante el beso y Raven se lo permitía porque así quería que fuese. Entonces, Kura mordió el labio inferior de su amante, mientras su parte más sensible era masajeada por las manos que en la mañana había besado. Una sensación tibia le estremeció el cuerpo y Kura dejó salir un pequeño gemido de placer.

— ¿Cerraste la puerta? — Raven quería asegurar su intimidad.

— Lo hice — afirmó Kura, frenético — No te preocupes.

Pero, mintió. Fue en ese preciso momento cuando abrieron la puerta y avergonzado; Raven empujó a Kura que cayó de espaldas.

— ¡Por fin los encontré! — Ike suspiró aliviado —. Les pedí que no se movieran de lugar. Aunque... — examinó a Raven y se dio cuenta del exagerado rubor que tenía — ¿qué hacían los dos solos en un salón? — reprendió a Kura con la mirada.

— ¿En verdad quieres saberlo? — y ahí estaba el Kura juguetón que su primo conocía.

YO MORIRÉ CONTIGO (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora