X. UN ANGEL CON ALAS DE DEMONIO

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Mi nombre era Raiden, tenía mil quinientos cincuenta y dos años de antigüedad, y a mi corta edad insistía en ser estúpido y confiado.

Cierta tarde, durante la cena, papá me ordenó asistir a la reunión del clan de otoño. La mayoría de mis hermanos se desconcertaron cuando escucharon el decreto de papá.
A la mañana siguiente, toda la familia se reunió para despedirme.

— No puedes ir tú solo. No sabes quien representará a los otros clanes, eres demasiado pequeño, te pueden intimidar. — Eita estaba intranquilo.

— Sólo será por dos o tres meses. — le quise hacer razonar. — Papá dice que aún no se decide la fecha para la reunión, así que podemos cruzar los dedos, y quizá con un poco de suerte, regrese un poco antes de lo pensado.

— Raiden, tengo un mal presentimiento. — advirtió, con expresión seria.

— Prometo que te escribiré, la distancia sólo será temporal. Además, siempre he querido escribirte una carta. — junte las palmas de mis manos y lo miré suplicante.

— De acuerdo. — suspiró — Pero no será mi culpa si a tu regreso mi mejor amigo es Scarlett.

— ¿Scarlett? ¿Estás loco? — solté una carcajada. — Ni en mil años llegarían a ser amigos. Ese pelirrojo y tú se odian desde que tengo memoria.

— ¡Oye! — Eita me dio un empujón amistoso que casi me hizo perder el equilibrio pero no evito que continuara riendo.

— Raiden, papá te espera en el jardín principal. — Scarlett había entrado a mi habitación. Sus ojos dorados y los ojos turquesa de Eita coincidieron. No entendía bien la razón, pero Eita detestaba a Scarlett y el pelirrojo sentía lo mismo por el rubio.

— Dile que voy en camino. — Scarlett no dio atención a mis palabras.

Eita y el pelirrojo estaban a mitad de su típico juego de miradas, el primero en retirarla era el perdedor.

— Se hará tarde, debes darte prisa. — Scarlett le dio fin al juego y salió de la habitación azotando la puerta.

— Bueno, ya oíste al cabeza de fosforo. — Eita se acercó a mí y me tomo de la mano.

En aquella mañana, papá había preparado un caballo. El corcel me llevaría a la mansión en donde la amistad se fortalecía cada año. No pregunté el por qué papá me había enviado a caballo, quizá tenía sus razones. Entonces, monté al caballo. Sin gota de agua,  pisca de alimento o llevar ropa conmigo para el viaje, me despedí de todos. Papá aseguró que el clan anfitrión cumpliría cada uno de mis caprichos. Cuando me alejé de la casona donde vivía, mis hermanos movían de izquierda a derecha las manos para despedirme.

"Esperaré por ti" me decía Eita con palabras silenciosas. Él fue el único que no levanto la mano para despedirme, y por un largo, pero muy largo tiempo, Eita se arrepintió de no haberlo hecho ese día.

El día que desperté como ángel, Eita tenía cinco años de edad. Desde entonces, fuimos los mejores amigos. Nuestro padre estaba feliz por nuestra amistad, pero con el tiempo, Eita inició a desarrollar sentimientos amorosos por mí. Eita era un buen amigo, era mi mejor amigo y único en el mundo. Su cuerpo era más grande que él mío. Su cabello rubio y sus ojos turquesa le daban aquella apariencia amable, cálida y coqueta, su personalidad era lo que más me gustaba de él.

YO MORIRÉ CONTIGO (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora