XVIII. ESTOY EN CASA

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Esa mañana, Daigo dejo de negar su nombre de hibrido y volvió a caminar con ayuda temporal de un bastón. Ella empacó su ropa para un largo, pero muy largo viaje. Eita sacudía su mano de izquierda a derecha, mientras observaba a la hermosa mujer abrirse paso en el mundo. Una sonrisa le despedía.

El día sábado dio inicio a las vacaciones de invierno. Eita e Ike decidieron pasar juntos las vacaciones. Eita estaba dispuesto a no desperdiciar ni un momento de la vida de su amante humano. Con el tiempo sus sentimientos fueron más que correspondidos por Ike. Fueron atesorados. Ike sabía que si al morir tenía la oportunidad de reencarnar lo aceptaría, porque Eita estaría esperando por él.

Fanny y Faily volvieron a la cabaña donde pertenecían. Desde entonces, no volvieron a alejarse de allí, y se mantuvieron con la esperanza de ver a Fummy y Faty volver a su lado. Todas las tardes, en el pórtico de la cabaña, observaban el horizonte, mientras las primeras estrellas del anochecer les saludaban con sus pequeños tintineos de luz.

El panorama era hermoso, o eso consideraba Fummy. Recostado sobre el césped, mantenía su atención en el paisaje, descifrando cada elemento del clima. A sus espaldas, a pocos centímetros de distancia Faty velaba por él, con su espalda recargada en el tronco de un gran árbol. Faty le sería fiel a Fummy hasta el fin del tiempo. Es probable que esta pareja de amigos se encuentre con sorpresas en el futuro...

Ese sábado, todos almacenaron el recuerdo de Izan y Finny en un lugar preciado en sus memorias, pero aún vivía una promesa que quizás para muchos sería insignificante, pero para una niña de salud inestable esa promesa la mantenía con ganas de ver el cielo todos los días.

Sábado por la tarde. El crepúsculo se encontraba próximo. La hora de cenar anunciaba la llegada de papá.
Entonces, el timbre de una casa residencial sonó "ding-dong" repitió una dulce y suave voz. El timbre parecía haber sido tocado por un ser paciente. De las escaleras unos débiles, pero entusiasmados piecitos descalzos bajaron lo más rápido que su salud les permitía.

— ¡Yo abro! ¡Yo abro! — gritaba repetidas veces Dianne, mientras llegaba a la puerta.

— ¡Dianne, no corras descalza! No te esfuerces si no es necesario. — ordenaba Dennice al tratar de seguir a su despreocupada niña.

Dianne llegó a la puerta y con una huesuda y blanca mano giró el picaporte y jaló de el para dar la bienvenida a su padre como ella suponía.

— Biel, no hagas eso que Dianne se exalta de esta manera. — dijo Dennice al llegar a la puerta, sin ver antes a quien le daba ese sermón.

Los ojos de Dianne se agrandaron y con brillo en ellos saludo a...

— Estoy en casa... — contestó una voz.

Sorprendida, Dennice miró a la persona que había hablado. Frente a ella se encontraba...

— I-Izan... — susurró ella. Sus ojos brillaban por las lágrimas que quería retener. Ella siempre fue así de sensible. Lo abrazó más fuerte que nunca.

— También te extrañe. — dijo Izan al oído de su madre con voz clara y suave..

A espaldas de Izan, un león se ocultaba temeroso de saludar a Dianne.

— ¡Hola! — saludó ella al cachorro. El sin más temor camino a ella y restregó sus mejillas en sus muslos.

— Su nombre es Raion y significa "León". — dijo una voz juguetona escondida tras Izan.

— ¡Qué lindo! — pronunció Dianne. Ella no se refería al león, su intención era halagar a...

— Mi nombre es Finny. — anexó y sonrió. Su cabello era de un tono naranja, consecuencia del atardecer. — ¿Sabías que los leones frotan sus mejillas para saludar, Dianne? — preguntó.

La niña quedó encantada por los ojos grises de la persona que sabía su nombre.

YO MORIRÉ CONTIGO (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora