XVI. YO CUIDARÉ DE ÉL

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El clan de otoño estaba empeñado en exterminar a todos sus enemigos. La escena era digna de una leyenda o de algún mito que se les narra a los niños que sueñan con ser guerreros. Las espadas chocaban, las flechas penetraban en las entrañas de los ángeles y hacían que sus rodillas colapsaran. Dentro de la trifulca, los cinco híbridos luchaban mejor de lo que Raiden había imaginado, eran un equipo, no, eran una familia que se protegía entre ellos. Fummy protegía a Fanny, pues no permitiría que algún ángel la lastimará, no ahora que sentía la sangre hervir, el corazón desmoronado y el poder de Fernán en la mano derecha. Y aun con la visión borrosa, el híbrido blandía  la plateada espada en el aire y, acertaba puñaladas y cortes precisos, contundentes y mortales en sus contrincantes. Faty era de gran ayuda, pues su lealtad hacía de él un compañero confiable, uno al que Fummy no dudaba encomendarle la vida cuando le daba la espalda al enemigo. Faty siempre estaba ahí; cuidando de él.

— ¿Estás bien? — preguntó Sofy al ayudar a Finny.

— Sí, gracias. — el niño se pusó de pie.

— No bajes la guardia. — le advirtió mientras se encaminaba a enfrentar a dos ángeles que iban en dirección a ella.

Finny admiró la habilidad y resistencia de aquella mujer que aunque su peinado era un desastre, su respiración no se veía afectada. Los movimientos de Sofy eran lentos con un toque de elegancia, dignos de un ángel de más de tres siglos y del representante del clan de verano. A pesar de ser un ángel, Sofy no miraba a los híbridos por debajo del hombro, les hablaba con respeto y sin ese acento de superioridad al que estaban tan acostumbrados.

Raiden se había esfumado, y su ausencia había sazonado el odio de Fummy, condimentado con lágrimas de dolor y una pizca de desesperación. No importaba quien le hiciera frente a Fummy, él acababa con cualquier adversario que se atreviera a enfrentarlo. Mientras tanto, Faily estaba orgullosa de su poder. Sus enemigos les ganaban en número, pero por extraño que pareciera los cinco híbridos y los dos ángeles — Sofy y Gabriel (?) — quienes los ayudaban; mantenían al margen la disputa. Raiden tuvo razón; los híbridos eran más fuertes que los ángeles; su resistencia, fuerza e incluso su velocidad superaban por mucho a quienes los repudiaban tanto. 

El niño rubio estaba cansado, ya había acabado con ocho, quizá diez ángeles, los números no importan cuando es la vida la que estás arriesgando, después de todo; había perdido la cuenta desde el número seis y desde entonces no dejaban de llegar enemigos a él con sed de vengar a sus hermanos caídos. Ya era suficiente, quería irse de ahí, alejarse de todo aquello que lo había lastimado en el pasado, de todo lo que lo hacía llorar cada noche cuando sus hermanos eran prisioneros de un sueño tan pesado que les era imposible escuchar su llanto. No obstante, lo único que lo mantenía de pie; era aquel deseo banal de conocer el mar, o cualquier cosa más allá de los enormes árboles que rodeaban la mansión, parecía que sus troncos eran las piernas de un gigante que se encargaba de proteger a los ángeles y de asegurarse que ningún prisionero escapara. Había veces en las que lograba asegurar que los árboles susurraban su nombre cuando estaba tentando a escapar, importando poco los riesgos que corría al hacerlo, pues dejaba de lado el hecho de ser asesinado por una flecha que atravesaría su corazón, de perder un ojo o de quedar cojo de por vida, pero si no anhelaba la libertad, poco a poco perdería la cordura y no alguna extremidad u órgano. En aquellos atardeceres que tornaban el cielo de naranja, Finny escuchaba a los árboles decir: "Ven aquí. Huye. Abandona tu dolor y adopta la felicidad que el mundo lejos de ellos te promete... Hazlo." Pero Finny siempre contestaba de la misma manera; daba media vuelta y se encaminaba a la tarea que debía cumplir si no quería un latigazo en la espalda.

YO MORIRÉ CONTIGO (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora