Capítulo 3

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Ni por mi corta mente se me hubiera pasado, que un empresario tuviera tanto poder para poder pagar al Ayuntamiento por un capricho de construir un hotel. Por mi boca no salían precisamente palabras para halagar a ese gilipollas que quería quitarme mi negocio y las casas a esas familias.

De pronto mi enojo se fue expandiéndose por cada vena de mi cuerpecillo. Estaba tan enojada que dejé con la palabra en la boca a Marcos. El pobre hombre, que ojo que guapo es, todo hay decirlo. Intentaba de alguna manera justificar algo que no cabía en la cabeza a nadie.

Llegué al ascensor y para mi poca paciencia esperé al que el dichoso aparato llegara y nada. Me di la vuelta en busca de otro, caminé por un pasillo estrecho con poco tránsito de gente, hasta que divisé otro. Pulsé el botoncito y para mi buena suerte al abrirse la puerta vi a mi víctima.

Elían

Menuda noche me había pegado de sexo con Iris, uff que bien me encontraba. Hasta no me importaba sonreir a la cámara de esos periodistas que hacían cola para desprestigiarme con sus comentarios absurdos. Nada más abrirse la puerta del ascensor, mi pequeña felicidad se esfumó.

¿Pero que hacía la pirada esta aquí parada en mi ascensor privado?

--Buenos días. Le puedo preguntar que hace aquí Samia.--Le pregunté lo más cordial que podía.

--Mira guapito de cara, tú a mí y a esas familias no nos van quitar lo que es nuestro, te queda claro.

Miré fijamente a Samia a sus ojos marrones difuminados por la rabia que tenía. Nunca me he sentido tan intimidado y menos amenazándome una perturbada.

Me repuse antes de que me soltara un bofetón, la veía venir y en pequeño sitio como éste no tenía mucho terreno para salir corriendo. Si quería guerra la iba a tener. Entrecerré mis ojos fulminándola, haciéndole entender que no me asustaba con muy brava que se pusiera.

Me aproximé a ella haciendo que su espalda pegase contra la pared. Pude notar un brillo en sus ojos, un pequeño pero leve temor admirando como sus mejillas cambian de tono, la manera de cómo se humedeció sus labios y su respiración aumentaba, consiguió ponérmela dura. Me excite y a la vez me tenía enfadado. Estaba muy cerca de ella, la miré directamente a su escote, esos pechos imaginándomelos en mi boca, tragué saliva disimulando que aquella mujer que mantenía acorralada entre la pared y mis brazos estaba causándome un efecto que nunca antes he tenido.

--Dime Samia, a qué te refieres cuando dices que yo quiero quitarte algo que por ley me pertenece.

--No, eso es mentira. Ese edificio no te pertenece.

--Yo diría que sí. Si lo he comprado es por que es mío y hago lo que me de la gana con él.

--Eres un capullo.

Aquella palabra me sentó mal, aún así pronunciándola ella era música para mis odios.

--Umm, Samia mírate no tienes nada qué hacer eres tan....

--¡¡Qué!! Que soy. Una gorda, una mujer gordita. Pues para que te enteres so' payaso, no te voy a consentir que con tu carita de niño guapo vengas a faltarme el respecto.

--Yo no digo nada. Eres tú sola la que te lo dices todo. Y si, con unos kilos menos estarías mejor.

Hostias mi madre, que rodillazo en mi entrepierna me ha dado.

--Para que aprendas imbécil, las mujeres gorditas somos muy guapas. Y yo me quiero tal y como soy. Al que no le guste que no mire.

Joder, me duele a rabiar. Maldita sea Samia te va costar caro lo que me has echo.

SE CIEGA POR AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora