CAPÍTULO XXI UN ACCIDENTE OPORTUNO

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El 11 de junio, a las diez de la mañana, abandonó el Seamew el puerto de La Orotava. El


programa fijaba aquella partida para el 7, a las seis de la mañana; pero teniendo ya un retraso de


cuatro días, no vio Thompson inconveniente en aumentarlo en cuatro horas. En realidad la cosa no


tenía importancia, desde el momento que se empezaba el regreso, y no venía mal a los pasajeros el


prolongar un descanso reparador.


Thompson, como se ve, volvía al sistema de los procedimientos amables. Ahora que cada una


de las vueltas de la hélice iba aproximándole al muelle del Támesis, estimaba conveniente el


conquistar a fuerza de dulzura a los suscriptores, muchos de los cuales se habían convertido en


enemigos suyos. En siete días de travesía un hombre diestro puede realizar muchas cosas y revolver


el mundo. Y, por otra parte, ¿para qué habría de servirle en lo sucesivo la frialdad? Ya no se


detendrían en ningún punto, y a bordo del Seamew no era de temer que se presentase ningún nuevo


contratiempo.


La delicada atención de su administrador fue debidamente apreciada por los pasajeros. Todos


durmieron hasta bien entrado el día. Ni un solo pasajero había salido de su camarote cuando el


Seamew aparejó.


Otra delicada atención: el capitán, por orden de Thompson, había comenzado un viaje de


circunnavegación; antes de poner proa hacia Inglaterra, se pasaría entre Tenerife y Gomera, se


rodearía luego la isla de Hierro, lo cual había de constituir un paseo encantador. Se remontaría


después hasta La Palma, a cuyas inmediaciones, verdad es, se llegaría durante la noche; pero era éste


un insignificante pormenor, pues el más exigente no podía obligar a Thompson a detener el curso del


sol.


Tras esta revista final del archipiélago de las Canarias, los pasajeros, al despertar al día


siguiente, experimentarían un vivo placer al hallar ante sí el mar libre.


De conformidad con este programa, revisado y corregido, el Seamew, con su velocidad


reglamentaria de doce nudos, marchaba siguiendo la costa Oeste de Tenerife cuando la campana


llamó para el almuerzo.


Los comensales no fueron numerosos. A causa de la fatiga; o por cualesquiera otra razón,


muchos de ellos permanecieron encerrados en sus camarotes.


El descenso del Pico había sido, no obstante, más rápido y más fácil que la subida; sólo los que


habían conquistado la cresta suprema tuvieron que vencer algunas dificultades. Si hasta Alta Vista no


se trató más que de deslizarse sobre el suelo inclinado, a partir de este punto tuvieron que volver a


subir sobre sus mulas y seguir de nuevo el sendero en zigzag, más inquietante aún para bajar que para


subir por él. Una vez llegados al circo de Las Cañadas, el regreso había sido muy semejante a la ida,


y, por fin, los ocho intrépidos se habían encontrado en excelente estado de salud, hacia las siete de la

Julio Verne
 Agencia Thompson y Cia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora