CAPÍTULO XXII A LA DERIVA

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El día siguiente, 12 de junio, a las ocho de la mañana, el capitán Pip bajó del puente, donde


había pasado la noche, e hizo una visita a Mr. Bishop y al fogonero herido. Ambos iban mejorando.


Tranquilizado por esta parte, el capitán penetró en su camarote, y con mano tranquila escribió en


el libro de a bordo:


«Día 11 de junio. Levamos anclas a las diez de la mañana. Salida de La Orotava de Tenerife


(Canarias) con destino a Londres (Inglaterra). Modificada la ruta directa según órdenes del armador.


Proa al Oeste. A mediodía doblada la punta de Teño. Rumbo al Sur. A la una y media rumbo al


Sudoeste, dejado Gomera a estribor. A las cinco costeada isla de Hierro. Rumbo al Sur, un cuarto al


Oeste. A las seis y media doblada la punta Resigna de la isla de Hierro (Canarias). A las ocho, frente


al puerto de Naos, a cinco millas de la costa, la caldera ha cedido a tres pulgadas por encima del


fondo, ocasionando la extinción de los fuegos. Mr. Bishop, primer mecánico, herido en la cara y en el


pecho, sube con un fogonero desmayado y con graves quemaduras. Declara irreparable el accidente.


Largado todo el trapo. Hechas señales reglamentarias. A las ocho y media virado de bordo. Llegada


la noche, lanzados cohetes, sin resultado. A las nueve virado de bordo. A medianoche virado de


bordo.


»Día 12 de junio. A las dos virado de bordo. A las cuatro virado de bordo. Al despuntar el día


vista la isla de Hierro, a veinte millas al Norte. Sondeando, sin encontrar fondo. Continuamos


derivando impulsados por alisios del Nordeste. A las nueve, hallándome a unas treinta millas de la


isla de Hierro, me he dejado llevar. Puesto proa al Sur, un cuarto al Oeste, haciendo rumbo a las islas


de Cabo Verde.»


Habiendo puesto punto final, el capitán se tendió en el lecho y se durmió tranquilamente.


Por desgracia, no todos los pasajeros del Seamew poseían aquella serenidad de alma que


permitía al valiente capitán Pip referir en términos tan breves y sencillos unos tan singulares


acontecimientos. La víspera, por la noche, había faltado muy poco para que se declarara el pánico y


se hubiesen tomado al asalto las lanchas, como si fuese inminente el naufragio del malhadado navío.


Todo, sin embargo, se había calmado, gracias a la sangre fría del comandante, en quien se tenía


instintivamente una general confianza.


Durante, empero, una gran parte de la noche los pasajeros habían permanecido en el spardek


comentando las circunstancias del accidente y discutiendo sus consecuencias probables. En aquellos


grupos no se hallaba ciertamente Thompson en olor de santidad. Así, pues no tan sólo había atacado


a sus suscriptores en el bolsillo, sino que hasta ponía su vida misma en peligro. Con una inexcusable


inconsciencia habíales económicamente embarcado -las frases de Bishop eran aplastantes a este

Julio Verne
 Agencia Thompson y Cia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora