Capítulo 9

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- Matsumoto dice que Sōtarō y Kakuzaemon están demasiado graves y que las próximas horas serán vitales para saber si vivirán, aunque Sōji, Shinpachi y Heisuke ya se encuentran fuera de peligro.

- Parece ser que el Shinsengumi no volverá a ser menospreciado por las fuerzas pro-imperialistas después de anoche. Los refuerzos de Aizu llegaron a Ikeda-ya demasiado tarde pero escuché que Hijikata-kun no permitió que se llevaran el crédito por la batalla y los obligó a permanecer afuera, por lo que solo tuvieron que llevarse a los hombres que lograron arrestar. ¿Eran veintitrés?

- Así es. Y ocho muertos, según recuerdo.

- Lamento no haber podido ser de alguna ayuda. Si no estuviese herido, yo-

- No tienes que disculparte, Sannan-san. Estás demasiado lastimado para pelear por ahora, además fue de ayuda que estuviese aquí para poder ayudar a Koizumi-kun y los demás. A veces se me olvida lo bueno que eres en todo, habría sido todo un desperdicio perderte en Ikeda-ya.

- Arigatō, Kondō-san.

Tomoe había tratado de mantenerse callada desde el momento en que abrió los ojos, ya hacía unos cuantos minutos, por lo que el escuchar la conversación del comandante y el secretario en el pasillo externo de su habitación la ayudaron para terminar de despertar, pudiendo divisar la sombra de ambos hombres sentados mientras el sol mañanero entraba por las bisagras de la madera.

- ¿Cómo está Koizumi?

La voz de Toshizō hizo que su corazón diera un salto, llevándose las manos a la cara como por instinto al sentir sus mejillas enrojecer por el recuerdo de él llevándola abrazada contra su pecho. Vio su sombra posarse frente a la puerta junto a Isami y Keisuke y, todavía asustada de sentir de nuevo el mismo dolor si se movía, hizo lo posible para recostarse de costado para poder enfrentarlos cuando éstos entraron, encontrándose primero con los ojos negros que, como el día en que se conocieron, la examinaron por completo. Los tres tomaron asiento en el suelo frente a ella.

- Despertaste – admitió el secretario con una sonrisa -. ¿Cómo te sientes?

- Mejor – respondió con voz rasposa que tuvo que solucionar con un aclaramiento de garganta -. Feliz de estar con vida. ¿Y los demás?

- Nagakura-kun tenía una herida que curó en pocas horas y Tōdō-kun parecía haber recibido un golpe fuerte en la frente pero también estará bien – le informó -. Okita-kun todavía sigue en cama porque sensei dijo que debía descansar, aunque ya está esperando volver a la normalidad.

- Yokatta... - soltó con alivio - ¿Cómo se siente usted, Sannan-san?

- Bien, muy bien en realidad. Escuché que todavía estoy vivo gracias a ti. – El aludido llevó a cabo una reverencia, apoyando ambas manos y frente en el suelo. – Arigatō gozaimashita. No sé qué sería de mí si no hubieses estado allí.

- Para nada, sōchō.

Toshizō bajó la mirada al suelo y soltó un bufido.

- ¿No crees que hay algo que debas decirnos?

- Hai – asintió con la cabeza, entendiendo a lo que se refería.

Sin prestar atención a las palabras de los presentes al decirle que se quedara en cama, Tomoe usó la fuerza que todavía le quedaba en los brazos para poder sentarse en su lugar – su mano todavía le dolía de la fractura del día anterior y la pierna cortada le palpitaba. En el camino, dejó que el cobertor del futon se resbalara por su cuerpo para dejar a la vista su torso vendado, formando una curva en la zona de sus pechos y mostrando la desnudez de sus hombros delgados y abdomen plano. Su cabello suelto caía por su espalda. Tanto Isami como Keisuke abrieron los ojos como platos y miraron en otra dirección, avergonzados, pero Toshizō no se mostró incómodo.

Mujer SamuráiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora