- Adelante.
El cuarto al que entró estaba cubierto completamente por tatami en el suelo, dividida en la mitad por unas puertas corredizas, fusumas, de madera y papel que, en ese momento, se encontraban abiertas. Distinguió un cubículo en la pared en donde colgaban unos rollos plegables de tres distintas pinturas, las dos de los extremos con paisajes verdes y árboles y, la del medio, con el dibujo de un samurái hecho en tinta. Y debajo, en una pequeña mesa, vio un diminuto árbol bonsái y algunos inciensos encendidos que emanaban un refrescante aroma a lavanda. Sentados a mitad de la habitación, nueve pares de ojos no la perdieron de vista mientras Tomoe inclinaba su cuerpo en una reverencia y se sentaba sobre sus tobillos. Tres hombres estaban de costado a su derecha y el resto a su izquierda. Repasó sus figuras, reconociendo a Keisuke y los dos hombres de la noche anterior. Sin embargo, hubo uno en particularidad que logró llamar su atención.
No recordaba haber visto un rostro más atractivo que el que estaba observándola en ese instante, con una forma de diamante que acentuaba su barbilla y fisonomías rudas pero, a la vez, delicadas, casi femeninas. Tenía labios finos, nariz alargada, un par de ojos color ónix y el cabello atado, tan negro que parecía casi azulado, lacio y largo hasta la mitad de la espalda, sobre una piel blanca. Su cuello era delgado y apenas podía vislumbrar el comienzo de su pecho y hombros debido a que la parte superior de su kimono crestado negro estaba deslizado a un costado, dejándole reconocer un cuerpo armado y estructurado. Antes de tomar asiento, su mirada fría y calculadora la estudió de arriba abajo, yendo desde sus rodillas hasta su rostro. Gracias a su hakama de seda de sendaihara, una de las telas más elegantes, supuso que se trataba de un hombre con clase.
- Yoroshiku onegaishimasu – saludó con otra inclinación, debiendo calmar los latidos descontrolados de su corazón que ese sujeto le provocaban -. Mi nombre es Koizumi, Tomoe.
- Chikushō – escuchó maldecir al hombre de ojos oscuros -. Es sólo un niño.
- No digas eso, Toshi – lo cayó otro de ellos, un hombre masizo con pómulos salientes, hoyuelos a ambos lados de su sonrisa, labios gruesos y el cabello tirado completamente hacia atrás en una coleta, de filosas facciones -. Hay que ser educados con los invitados. Es un placer, Koizumi-kun, mi nombre es Kondō, Isami. Ya has conocido a Sannan-san, él es Hijikata, Toshizō. ¿Por qué no se presentan, muchachos?
Tomoe repitió los nombres en su cabeza, con la impresión de haberlos escuchado antes, y volvió la vista a su izquierda para encontrar a los demás hombres.
- Nosotros nos olvidamos de presentarnos anoche – habló Sano -. Yo soy Harada, Sanosuke. Y mi compañero aquí que conociste es Saitō, Hajime.
Éste último era el único sentado de una forma conocida como "seiza" donde debía arrodillarse, sentarse sobre sus talones y acomodar ambas manos en su regazo.
- Okita, Sōji – continuó un muchacho alto y delgado, de tez oscura, prominentes mejillas, pómulos altos y aspecto pálido.
- Nagakura, Shinpachi. – Esta vez fue un hombre fornido con el cabello atado en una cinta y una pequeña cicatriz debajo de su ojo izquierdo. – Hijikata-san tiene razón, es un niño. Y un debilucho.
- No alardees tanto por tu tamaño, Shinpachi-san – atacó otro de ellos, de apariencia más joven y pequeña, de ojos vivos, cabello largo y castaño -. Yo soy Tōdō, Heisuke.
El último de ellos, un hombre mayor con algunas arrugas y una coleta en medio de su cabeza calva, se acomodó para poder hablar en su dirección y hacer una corta reverencia al presentarse:
- Inōe, Genzaburō.
Cuando todos terminaron, Tomoe volvió a repasar todos los nombres mientras se preguntaba de nuevo dónde había escuchado la mayoría de ellos.
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Mujer Samurái
Rastgele- ¿Sabías que el sakura es la imagen que se presenta en el emblema de los samuráis? - Hai, lo sabía. - Sakura es la única flor que se desprende del árbol antes de marchitarse, cayendo en su máximo esplendor para morir en el suelo, joven y hermosa. A...