- Okaa-san – murmuró Tomoe en sus sueños, llamando a su madre, mientras sentía los rayos del sol chocando contra sus ojos.
Pensó en la posibilidad de pasar esa mañana en su habitación, fingiendo un mal de estómago. Habían pasado varias semanas desde la promesa del Clan Aizu de permitirles pelear, pero no volvieron a recibir noticias de nuevo por lo que trataron de no creer tanto en las palabras de su Señor, Matsudaira. Estaban acostumbrados a las decepciones de su parte, después de todo.
Intentando pensar positivo, Tomoe decidió levantarse con una sonrisa ese día y distinguió el cielo soleado para poder buscar algo ligero que usar cuando, mientras revolvía entre sus ropas, se topó con una vieja bata transparente que su madre solía usar para dormir junto con dos abanicos de madera y tela. Recordó en sus años como maiko a Aoi y sus demás madres y hermanas del ochaya tratando de enseñarle una de las muchas tareas de una geisha: la danza. Bailar con abanicos de manera elegante y delicada atraía a cualquier hombre y, si eras una mujer con mucho talento, incluso podrías enamorarlos con un solo vistazo. Su madre podía. ¿Habría sido algún día ella capaz de algo así?
Sin poder evitarlo, se colocó la bata sobre un hadajuban, una tela blanca que se pegaba a la piel que llegaba a sus tobillos, acomodó un poco su cabello para que no se entrometiera por su rostro y tomó los abanicos. Pensando en la música dentro de su cabeza, comenzó a moverse por la habitación, a veces tropezando con sus pies pero manteniendo la cabeza y concentración en alto. Se movió sin vergüenza, sintiendo el calor de los rayos de sol que golpeaban con su cuerpo, y pensó en todas las indicaciones que las mujeres de su hogar le daban. "No hagas fuerza con los dedos, no estás sosteniendo una katana, Tomoe-chan", "Muévete como si fueras una hoja en una brisa, Tomoe-chan", "Eres muy tosca y bruta, debes ser más fina, Tomoe-chan", "Cuando los hombres te vean, tienen que pensar que eres tan frágil como la porcelana, Tomoe-chan". Hai, hai, se dijo repetidas veces. No me dejarán en paz ni siquiera estando a kilómetros de ustedes, ¿verdad?
De repente, el sonido de la madera crujiendo la hizo girar, dejando caer sus abanicos, para toparse con la imagen de Sōji, Shinpachi, Hajime, Heisuke y Sanosuke. Los cinco hombres parecían embalsamados, con los ojos abiertos como platos, peleando por asomarse tanto por la ventana como por la puerta de su habitación. Instantáneamente, Tomoe se cubrió con un kimono y empujó los abanicos con un pie al mismo tiempo que sus mejillas se enrojecían como tomates.
- No sabíamos que bailabas, Tomoe-chan – admitió Shinpachi con una media sonrisa.
Ella negó con la cabeza.
- Īe, en realidad no sé bailar.
- ¿Qué fue eso, entonces?
- Una de las prácticas que tuve como maiko. Se supone que debo fingir que sé lo que hago - trató de bromear para calmar el ambiente.
- Pues lo finges bastante bien.
- Arigatō, Keisuke. – Terminó por colocarse su ropa encima de la bata y se acercó unos pasos a la puerta. - ¿Por qué están aquí? ¿Qué sucedió?
- Ah... - habló Hajime, ganándose la mirada de todos – tenemos que prepararnos. Chōshū atacará Kioto en cualquier momento entre hoy y mañana así que debemos encontrarnos con Aizu.
- Aún tienes tiempo de cambiarte y desayunar, sólo quisimos pasar a despertarte para que lo supieras.
- Wakatta – asintió. Esperó unos segundos pero ninguno pareció moverse de su lugar. – Ne, necesito espacio para poder vestirme. ¿Creen que...?
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Mujer Samurái
Random- ¿Sabías que el sakura es la imagen que se presenta en el emblema de los samuráis? - Hai, lo sabía. - Sakura es la única flor que se desprende del árbol antes de marchitarse, cayendo en su máximo esplendor para morir en el suelo, joven y hermosa. A...