Capítulo 4

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De inmediato, un enorme templo apareció ante los ojos de Albert, alzándose sobre él. Su mente no lograba entender qué estaba sucediendo.

Se había equivocado con respecto a los cazadores de almas, esto iba más allá de un grupo de simples personas.

Sus pensamientos recorrían su mente mientras se cruzaban entre sí para darle una posible explicación del asunto, pero lo más lógico era haberse quedado dormido al pie del árbol mientras su mente le jugaba una broma de mal gusto.

Uno de los hombres lo transportó al interior del templo, donde la belleza de su arquitectura era iluminada por aquel radiante sol.

Miró su pierna. La sangre seca rodeaba una pequeña herida producida por aquella flecha. Herida que en ese momento estaba sanando mágicamente.

Cerró sus ojos cuando una poderosa energía comenzó a crecer en su agotado cuerpo, algo que nunca en su vida había sentido.

Enormes puertas de madera se elevaban sobre sus cabezas para hacer juego con las altas columnas que se extendían en una larga hilera. Fuertes ecos resonaron en todas direcciones cuando ingresaron al templo.

La energía en su cuerpo aumentaba con más fuerza, dando la impresión de querer salir para ser descubierta.

Mientras más se adentraba, más sentía que estaba en su hogar, uno que no había visto desde hace siglos. Podía percibir una gran cantidad de energías conocidas, pero faltaba el complemento principal.

Al principio, el miedo había consumido su cuerpo mientras su alma sentía el final de su existencia. Jamás en su vida había tenido miedo a la muerte, pero no permitiría que su vida terminara de esa manera, bajo las manos de seres desconocidos. Luego ese sentimiento cambió por completo al darse cuenta de que aquellos seres no eran enemigos; al contrario, eran sus aliados, razón importante para permanecer en calma.

La claridad del día entraba en los largos pasillos del templo, iluminando los doce signos del zodíaco. Estos se encontraban tallados en las paredes; fue ahí donde una imagen llegó a su mente...

Se encontraba de pie en unos amplios jardines que rodeaban una pequeña casa. Miró al horizonte mientras aquel templo se lograba distinguir a la distancia.

"El templo de los signos", exclamó Albert al recordar su nombre.

"¿Qué dijo?", preguntó el hombre que lo llevaba en sus brazos.

"Estamos en el templo de los signos... ¿Verdad?".

"Sí, mi señor", respondió el hombre con una leve sonrisa.

Ambos hombres intercambiaron alegres miradas por aquel reconocimiento que había dado el chico; esta era la primera señal que necesitaban para saber que era la persona correcta.

Miró hacia el frente para visualizar el final de aquel largo pasillo. La luz dejó al descubierto los más hermosos jardines que en su vida había visto; era un paraíso, una belleza natural.

"Libérame", ordenó Albert con voz fuerte.

"Enseguida, mi señor".

Algo en su interior estaba cambiando. Su mente conservaba sus antiguos recuerdos pero al mismo tiempo nuevos recuerdos hacían aparición.

El hombre lo bajó con cuidado para dejarlo en libertad. Se dio la vuelta y observó el lugar con admiración. Llevó su mirada a un lado al percibir una energía que provenía de los jardines.

"Piscis", gritó un chico de cabello castaño claro y resplandeciente sonrisa, quien corría hacia él a toda velocidad. Albert permaneció inmóvil, tratando de descubrir su identidad. Lo conocía, sí. Pero no lo recordaba.

"¿Acuario?", preguntó con voz insegura.

"Sí hermano... soy yo".

"Qué bueno volver a verte, hermano", Albert mostró una débil sonrisa.

"No te preocupes... dentro de poco tu memoria recordará. Todo lo que necesitas... por ahora debes descansar... lo necesitas".

"Gracias".

"Ya no necesitaremos de sus servicios... pueden retirarse", ordenó Acuario a los hombres.

"Gracias señor... permiso".

El Zodíaco 1: La ReencarnaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora