El Regreso de Atenea

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              La luz de la luna poco a poco desaparecía para dar paso a la luz del sol que comenzaba a extenderse a lo largo y ancho del territorio inmortal, llevando su luz a cada una de las casas del zodiaco para colarse por sus ventanas iluminando cada rincón dentro de ellas. Una nueva casa se había sumado al lejano mundo de los Dioses, completando así el ciclo de los signos, trayendo con ella la fuerza y la energía faltante para el posible regreso de la Diosa caída en batalla.

Las corrientes de aire llevaban con ellas aquella energía que provenía del templo ubicado sobre el lago, energía que había llegado a despertar en totalidad para recordar al resto de los habitantes que estaba lista para regresar pero, aún los caballeros no tenían una respuesta a las ultimas palabras escritas sobre aquel antiguo pergamino, el cual contenía la predicción de Piscis.

El Dios de los sentimientos era el único con la capacidad de regresar a Atenea a la vida, sin embargo, la meditación, el analizar con más cuidado la fuerza de su cosmos o el estudiar a detalle la estructura de aquel templo no eran suficiente para la respuesta que buscaba.

Mientras más tardaba en su objetivo la oscuridad se expandía por el mundo de los mortales, oscuridad que se había apoderado al inicio de los territorios de la Diosa Shuryo, ahora las fuerzas oscuras en compañía de los sirvientes de Jigoku se apoderaban de las comunidades menos pobladas, causando la destrucción y la muerte de sus habitantes.

Las numerosas muertes de todas aquellas personas les habían dado a los sirvientes la fuerza necesaria para poder sobrevivir en el mundo mortal, a tal punto de poder viajar en todas direcciones mientras se exponían al sol, cosa que al inicio no podían realizar. Por otro lado, el Dios de la Guerra estaba por finalizar la etapa del desarrollo de su cosmos, solo necesitaba la vitalidad de aquellos cuerpos consumidos por los seres del Inframundo.

El ejército que permanecía en las fronteras del mundo de los Dioses estaba siendo dirigido por el Dios Mei, quien había duplicado las guardias en los diferentes puntos de los limites de la inmortalidad, de esta manera podría controlar la entrada al territorio ya que estaban en la espera de un nuevo ataque.

Todos los habitantes de este mundo se encontraban en alerta, preparados para emprender el camino hacia la guerra, una guerra que se avecinaba para definir el rumbo de ambos mundos, una guerra que debía ser evitada con el apoyo de la justicia.

Los rayos del sol abrazaban el cuerpo desnudo de aquel caballero, quien se encontraba de pie en aquel enorme lugar mientras sus ojos observaban a detalle el campo que se dibujaba ante él, el viento rozaba su piel al dar unos cuantos pasos para acercarse a la línea de salida, la cual había sido trazada sobre la arena.

Cerró sus ojos para extender su cosmos por todo su cuerpo mientras recibía la energía que emanaba el campus, tomó una bocanada de aire para relajar cada una de sus partes corporales mientras sus oídos se agudizaban y sus pies se unían a la arena. Abrió una vez más sus ojos para dar un último vistazo al campo, el cual lo llamaba con desesperación.

"¡Vamos Leo... tu puedes!"

Aquel grito se extendió por todo el campo de juego, dirigió su mirada en dirección al sonido para ver la alta torre iluminada por la luz del día, sobre ella se podía distinguir los cuerpos de Aries, Tauro, Acuario y Capricornio, quienes lo observaban fijamente para ver la evolución que han dado sus técnicas desde el momento que se unió a ellos.

El Zodíaco 1: La ReencarnaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora