Luna Creciente
Un mes más tarde.Julia Thurman frotó sus doloridas sienes con un cansado y sentido suspiro. Había estado trabajando durante doces horas sin interrupción, ocupándose de la inscripción de un montón de nuevos invitados del hotel, como exigía su trabajo. Pero hoy estaba sola en el mostrador del frente, sus dos compañeros de trabajo habían llamado para decir que estaban enfermos, con la gripe... o la plaga de las veinticuatro horas, como a ella le gustaba llamarla. Los viernes eran días ajetreados para ella en el trabajo normalmente, pero cuando tantos de sus compañeros llamaban porque estaban enfermos, algo frecuente, era un esfuerzo estresante en el mejor de los casos. Ni siquiera había encontrado tiempo para almorzar, mientras su ruidoso vientre se lo recordaba a gritos.
Lo que quería, más que ninguna otra cosa, era tomarse unas vacaciones. Unas vacaciones a algún lugar muy lejos, donde nadie pudiera molestarla. Un lugar donde pudiera sentarse con su novela romántica favorita y leer sin ser molestada hasta que su corazón estuviese contento. Pero, oh destino, no podía permitirse el lujo, con su magro sueldo, y especialmente no después de que llegasen las cuotas semestrales de la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. No era barato prepararse para ser una escultora y pintora profesional.
Julia suspiró y se imaginó de vuelta a casa con sus padres en su rancho de Pensilvania. Cuando vivía allí, había dado por supuesto la tranquila quietud de la vida campestre, pero ahora, después de cinco años de vivir en la gran ciudad, encontraba que lo echaba mucho de menos. Las onduladas colinas de las tierras de pasto, el dulce olor acre del abono que cubría los campos de maíz, el fuerte aroma de los establos de los caballos, ahora eran todos recuerdos atesorados. Cuánto deseaba poder volver. Pero sus padres estaban muertos, ambos de derrame cerebral, apenas hacía un año, y el rancho había sido subastado para cubrir sus deudas. El poco dinero que le había quedado, lo había usado para mudarse a la gran ciudad, el sueño de su vida, y ahora, a la edad de 25, después de mucho trabajo duro y de ahorrar dinero, estaba inscrita en una de las mejores escuelas de arte en los Estados Unidos. Era costosa, pero enriquecedora y el sueño de que un día sería una artista profesional era lo que la mantenía a seguir en días como aquel.
Julia suspiró nuevamente y regresó a su trabajo, restando importancia a los amenazantes pensamientos que solo podían servir para frustrarla aún más. Su cabello rubio oscuro le caía en aquel momento sobre la cara y apretó los dientes frustrada. Su cabello era tan fino que a menudo se le escapaba de las horquillas que usaba para asegurarlo detrás de su cabeza. Había pensado más de una vez en cortar sus largas trenzas, pero sabía que sus rizos naturales simplemente saltarían alrededor de su cara como un peinado Afro si lo hacía. Con facilidad practicada se volvió a sujetar su revoltoso cabello en sus dentadas horquillas, todo mientras deseaba en vano una melena lisa y recta. El pensamiento condujo a otro, luego a otro, y otro antes de que Julia recordara la única cosa que había evitado durante toda la semana.
Mañana a las nueve de la noche sería la azafata encargada de las bebidas en la fiesta de recepción de El Bosque Viviente. Sería un evento ceremonioso y no podría salirse con la suya y ponerse su traje normal de trabajo, unos pantalones negros y una chaqueta negra de sport. Tendría que sacar un traje formal de alguna parte.
Julia no realizaba eventos ceremoniosos. No muy a menudo, de todos modos.
Pero con el dinero extra por pasar tres horas en el salón de baile del hotel pagaría el alquiler del próximo mes de su diminuto y eficiente apartamento. ¡Y las propinas! Había trabajado en una velada similar hacía unos meses con el grupo de conservación y sólo las propinas fueron una gratificación maravillosa. Podría ser capaz de pagar aquella enorme colección de óleos de Windsor y Newton a los que había echado el ojo en la tienda de suministros de arte, así como también algunos lienzos que necesitaba urgentemente y yeso mate. El dinero que ganaba debería arreglar el problema de prepararse para el importante acontecimiento.
Tendría que ir a la peluquería para que le arreglaran el cabello de manera que se mantuviese bien durante unas pocas horas, si era posible. El costo de eso sería treinta dólares y una propina para su salón de belleza local, si tenía suerte. Y tendría que pasar por los grandes almacenes para que le aplicaran maquillaje en uno de los mostradores de cosméticos. El coste de aquello sería cero, mientras no cediera al apremio de los vendedores para comprar los productos que habían usado con su cara. Eso no sería demasiado difícil. Julia raramente, si acaso alguna vez, llevaba maquillaje. Ni siquiera podía ponerse los elementos correctamente, algo vergonzoso de admitir para el orgullo de una artista, incluso para ella misma. El pensamiento la hizo hacer una mueca con un poco de vergüenza por su falta de feminidad.
No era fácil ser una chica simple. Pero no todo el mundo podía ser una pieza totalmente bellísima como la mitad de las mujeres de Nueva York parecían ser. Julia sólo deseaba por una vez sentirse una mujer atractiva, en lugar de cómo un ratón de biblioteca torpe con pintura y yeso bajo sus uñas la mayoría de las veces. Por una vez quería ser la mujer perseguida por un montón de hombres ansiosos. Ver como era ser la más deseada por un lujurioso varón. Pero, se recordó a sí misma, sería más duro reanudar su papel como la solitaria anticuada, si llegará a probar aquel decadente sabor. Sería más duro retroceder a las sombras de su anonimato después de conocer los placeres carnales que tendría en los brazos de un hombre.
Era mejor no hacer hincapié en aquella ilusión. No importaba cuánto le gustaran las imágenes que había en su mente.
Mejor vivirlo a través de sus novelas románticas. La realidad de un gran romance no era para ella. Era algo de lo que estaba totalmente segura. Los hombres dominantes, y viriles no apostaban por las mujeres de cara simple, grandes pechos y caderas gruesas. En los relatos puede, pero no en la vida real. Y mientras, ella tenía sus oportunidades de ligar con una serie de idiotas sabihondos, simplones intolerantes, o niños de mamá débiles en carácter, Julia simplemente no se sentía con el valor suficiente como para aceptar sus ofertas. Tenía un poco más de discernimiento en su elección de compañeros de cama a esas alturas de su vida. Simplemente no estaba dispuesta a establecer sus expectativas tan bajas aún.
Quizás después de otro par de solitarios años, sería más amable con la idea. Pero no ahora. Aunque sus expectativas no eran demasiado altas, estaría más que contenta con enganchar a un tipo tímido y listo como ella, después de todo parecía que era lo que quería por ahora, no podría encontrarlo en la gran ciudad en que vivía. Los hombres como esos habían existido hacía mucho tiempo, y todos los bollitos guapos y sementales o eran gays o perseguían al aparentemente interminable suministro de impecables modelos. Tendría que estar contenta de estar sola... o rendirse a los tipos sebosos y sobones que siempre, como es lógico, estaban disponibles.
El teléfono sonó al lado de su codo, sobresaltándola fuera de sus pensamientos.
— Gracias por telefonear al Hotel Drayton Towers. Soy Julia. ¿En que puedo ayudarle?
— Julia, estoy tan contento de que hayas contestado tú en lugar del jefe. Escucha, estoy enfermo así que no podré hacer el turno de noche. ¿Puedes cubrirme las espaldas?
Julia apretó los dientes.
— George, llamaste el viernes pasado. ¿No crees que es un poco injusto hacerlo otra vez?
— No estaba enfermo el viernes pasado. Tuve una cita con el dentista. —dijo George con un quejido lastimero.
— Y aún tengo que ver el justificante del dentista que me prometiste.
— ¡Ay!, dejar de actuar como una gerente de turnos y se una amiga. De verdad que me siento mal. —George proporcionó unas toses obviamente falsas para respaldar su afirmación.
— ¿Por qué no te creó, George? —preguntó Julia exasperada. — Espera un minuto, ¿es música lo que estoy oyendo de fondo? —Oyó atentamente y escuchó el bajo murmullo de algunas personas. — ¿Y estoy oyendo voces? Creí que vivías solo.
— No puedo engañarte, ¿verdad, Julia? Eres demasiado lista para mí. Mira, tienes razón. No estoy enfermo. Pero de verdad necesito que me cubras esta noche. Estoy en esta fiesta, y está esa chica, oh, tío, está buenísima...
— Escucha, George, he estado aquí desde las siete de la mañana. ¡Las siete! Se suponía que saldría del trabajo a las tres de esta tarde. Betty hizo una llamada y Tom hizo otra, he estado trabajando sola toda el día. Estoy cansada, estoy hambrienta y tengo que entregar un retrato en clase el martes. Necesito mi tiempo libre, George, como tú. Ahora, trae tu culo aquí y trabaja o no podré evitar...
— ¡Adelante!, haz un comunicado otra vez si eso te hace sentir mejor. Pero no puedo ir esta noche, de verdad que no puedo. Si me dejas pasar ésta, te prometo Julia, te prometo, que te cubriré cuando sea que me necesites. Cualquier día que quieras. Simplemente deja que me salte esta noche, ¿vale? Por favor, bonita.
— Haré un comunicado y definitivamente se lo diré al señor Morlock si no apareces esta noche, George. Lo digo en serio. No soy una máquina, y no puedo trabajar todas estas horas.
— Yo sólo tengo programado desde las siete hasta las once esta noche. ¿Qué son cuatro horas más cuando de todas formas has trabajado todo el día? Y no me digas que has hecho planes, tú nunca tienes planes.
— ¡Intenta trabajar doce horas en el día más atareado de la semana y entonces dime como te sientes acerca de trabajar encima cuatro horas más! Estoy exhausta, George, y quiero irme a casa a una hora decente esta noche.
— Pero necesitas el dinero, ¿verdad? Simplemente coge el registro y escóndete detrás del escritorio hasta que el turno finalice. No será tan malo.
— No es tan fácil, George, o estarías aquí trabajando como se supone que deberías estar haciendo. Ahora, por favor ven aquí y trabaja en tu turno.
George fingió un largo y sufrido suspiro. Julia apretó los dientes, sorprendida de que no se desmenuzaran, tan fuertemente había apretado la mandíbula. Él no iba a aparecer. Lo sabía. A él no le preocupaba su salario lo suficiente como para preocuparle si mandaba un comunicado a los jefes, otra vez. Una advertencia más después de aquella y sería despedido. Ni eso le importaba. Sus padres se encargaban de toda su economía. Aquel dinero era simplemente dinero fácil para él. Si el mundo fuera justo, le importaría que su pereza fuese a costarle a ella su tan necesito tiempo de estudio. Pero el mundo no era justo.
— Siento que no estés dispuesta a ayudarme, Julia. Creí que éramos colegas, pero supongo que me equivoqué. Sigue adelante y haz un comunicado porque no voy a ir esta noche. Tengo mejores cosas que hacer que quedarme esperando ahí un viernes por la noche. Nos vemos.
El teléfono zumbó en su oreja cuando George colgó.
Julia se frotó las sienes.
— Un océano azul tranquilo, un océano azul tranquilo, piensa en océanos azules y tranquilos, Jules. —continuó repitiendo su mantra, respirando profunda y serenamente.
Calmar su cólera no fue algo fácil de hacer, pero lo logró después de unos minutos. Luego, desalojó el movimiento de sus dedos de la sien, y su cabello cayó pesadamente sobre su cara otra vez.
— ¡Oooooh! —chilló, tirando bruscamente la pinza dentada de su cabello.
Desafortunadamente, pensó con un quejido, la noche apenas había comenzado.
* * * * *
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Mordida +16
WerewolfNikolai es el Alpha de una manada muy poderosa en los bosques de Rusia , pero por ciertas circunstancias viaja a Nueva York , hay conoce a la dulce recepcionista Julia Thurman , que resulta ser su deseo más anhelado desde hace muchos años , su com...