Mira que intentaba pasar desapercibida, lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero cómo resistirse a tal morena de ojos azules; piel pálida y cara afinada. Era irresistible hasta para el hombre que decía ser el más duro de la tierra.
Desde pequeña, a Ana no la había gustado ser el centro de atención. Es más, lo odiaba.
No hacía más amistades porque pensaba que los que tenían que estar, ya estaban. Y sobretodo Amaya. Esa rubia... Había estado con ella en todo momento, nunca la había fallado y sabía que no lo haría.
Para ambas era difícil encontrar a alguien para decir que se tenía una amistad con él o ella, ya que por propia experiencia habían aprendido que la gente de hoy en día solía ser muy traicionera.
Pero claro, luego estaba Ry. Cómo no estar loca por ese rubio. Guapo, protector, con humor, posesivo y con un toque algo macabra. Eso sí , un capullo. Líos y sexo, eso era todo lo que buscaba. Rara vez tenía alguna que otra novia. Pero a Ana le gustaba desde que lo conoció cuando eran pequeños, a eso de los doce, trece años.
<<Bonita infancia>>. Recordaba cada vez para intentar dejar a un lado su presente.
Era duro. Tener que vivir sin padres y con tíos acosándote por todos lados, era duro. Y más difícil aún cuando te gustaba alguien al que no le correspondías.
Y Amaya, otro templo de ruinas. Su vida dió un cambio de 360° desde que lo dejó con su ex novio, Alex. Bueno, ni si quiera sabía si llegaron a ser novios; más bien estaban de lío, pero a ella le marcó demasiado. Y a un tío como él, no era fácil de olvidarle. No después de todo lo vivido y sufrido por su culpa.
Desde que descubrió que no la valoraba una mierda, decidió que no quería más tíos en su vida. Pero meses después empezó a entablar más conversación con uno de los más apuestos de todo el internado.
Sebas. Típico morenazo con cuerpo musculoso pero sin exagerar, claro. Intimidante, persuasivo y apuesto. ¿Para qué pedir más?
A parte, a él no le gustaba dar mucho a conocer sobre su vida o sobre sus cosas. La que llegó a saber un poco más del, fue Ariel. Su única ex novia, por lo que se decía, pero no consiguió sonsacarle mucho. La chica a veces le seguía mirando a infiltradas, pero él tan sólo la veía como a una amiga, o ni si quiera eso. Además, tampoco es que se pudiera conseguir nada con él en ese momento que no fuese más que un lío o un polvo.
Total, que estaban una mañana Ana y Amaya sentadas en la biblioteca del internado cuando de repente llegó Mia, interrumpiéndolas.
-Oye chicas, que esta noche estamos preparando una escapada al bosque, para hacer allí botellón -.Lo dijo con tanto entusiasmo que llegó a parecer que sería el primero al que acudiría.- ¿Os apuntáis?
Ambas se miraron. No tenían nada mejor que hacer así que accedieron, consiguiendo que la morena se marchara de allí.
-Yo sigo sin entender por qué metieron a esta tía aquí, si sus padres siguen vivos. -Se preguntaba Ana cada vez que hablaban con ella.
-Pues porque sus padres ni la querían y la internaron aquí. -Rieron levemente debido a dar un respeto a los de la sala, que al parecer estaban todos estudiando.
-No, ahora en serio. Si no es por eso, no sé qué cojones hace aquí. -Volvió a contestar la morena, metiendo los libros que había sacado en la mochila.
-Al menos nos ha sacado planes para hoy. -Dijo Amaya, haciendo lo mismo que su amiga.
El viejo y oxidado timbre sonó justamente a las doce menos cuarto; hora de biología. Y hoy tocaba destripar a una rana.
<<Genial.>> Pensó Ana. La verdad, nunca le había gustado mucho el tema "animales", y mucho menos descuartizarlos y sacarles de todo.
-Vamos, anda. -Ambas echaron a andar hacia su aula correspondiente sin darse cuenta de la persona que las estaba observando desde la otra punta del pasillo.
Olivia, se hacía llamar. Era demasiado, muy raro ver a esa chica por los pasillos como si nada. La directora McKlagen la tenía encerrada en su habitación la mayoría de veces, o si no, la llevaba al bosque al que acudirían esa noche para el botellón.
Olivia era una psicópata. Asesinó a su hermano tan limpiamente de tal manera que no llegasen a quedar pruebas sobre que fue ella. Desde ese momento, se comportaba de forma muy rara, extraña. Ya no era la niña feliz que solía ser, la que sonreía por todo.
Terminó por quemar vivos a sus padres y enterrar sus cuerpos; y solamente McKlagen sabía dónde se encontraban ahora.