Sebas se despertó con un impulso, sudando. Acababa de tener otra pesadilla. Cada vez iban a peor y eran más infernales. No dejaba de soñarlas desde que le internaron en ese centro.
Necesitaba un cigarro. Dió las gracias por que no hubiese alarma de incendios y pudiese fumar tranquilo. Cuando fue a encenderlo, se percató de que Eider estaba sentada en ventana, mirándole con el ceño fruncido. Se había dado cuenta de que el moreno volvió a soñar.
-¿Estás bien? -Murmuró la chica, ya que era una sala pequeña y no hacía falta elevar mucho la voz.
Las residencias de los chicos eran totalmente diferentes a las de las muchachas. Dormían en habitaciones diferentes y separadas, como máximo podían dormir dos hombres en una misma habitación, pero en diferente cama, claramente. Seb dormía distante a todos los demás. Tampoco se juntaba mucho con alguien que no fuese Denis o Eider.
El moreno dió una calada sin responder a la chica. Con eso era suficiente. Ella sabía perfectamente que no estaba bien, así que se acercó a él y se sentó en la cama.
-Las pesadillas no cambian. -La voz de Seb era grave y demostraba cierta melancolía al recordar los sueños que le provocaban un grave insomnio.
-Deberías hablar con Johan, tal vez él podría ayudarte... -Eider le miró con tristeza. Era la única chica, la única persona en todo el internado que sabía su problema. Y no se lo iba a contar a nadie más.
-No necesito a un puto psicólogo para esto. -El moreno dió otra calada más.
La chica empezó a pensar que lo mejor que podía hacer en ese momento, era irse y dejarle un rato solo, para que pudiera despejarse y aliviarse pensando en sus cosas. Así que decidió levantarse y ponerse en camino hacia la puerta.
Pero la mano de Seb atrapó su muñeca y tiró de ella, haciendo que la chica se quedase encima de su regazo.
-¿Por qué ibas a irte? -El moreno empezó a trazar un camino de pequeños mordiscos y besos desde su oreja hasta su clavícula, pasando por el cuello de esta.
-Porque ahora mismo no necesitas distracciones. -Susurró ella.
-Por eso mismo necesito que te quedes. -Sebas empezó a desabrochar la camisa blanca que llevaba la chica.
Tanto uno como el otro se miraron. El moreno la miró como si estuviese a punto de estallar, y antes de que Eider pudiese pestañear, ya tenía sus manos en el cuello y la mandíbula de esta. Aún con ella encima, se levantó, haciendo que sus bocas chocasen desesperadamente y sus lenguas tuviesen un juego travieso.
La chica le mordió levemente el labio inferior, tirando de él. Seb gruñió y la empotró contra la pared. La soltó y se agachó hacia ella. No le fue difícil quitarle los pitilleros. Y en ese momento dió las gracias porque el pestillo estuviese cerrado.
Los dedos de Eider tiraron del pelo del moreno cuando se acercó a su piel, que ya estaba húmeda y apunto de recibir las succiones de este.
-Me encanta que siempre estés tan húmeda para mi, nena. -No lo dudó un segundo más.
Acariciarla, saborearla así hacía que todo lo demás se le fuera de la cabeza. Eider tuvo que taparse la boca con la mano que tenía libre para no llamar la atención con los gemidos que soltaba. Separó sus caderas para darle mejor acceso a Seb; se moría por más y eso a él le ponía a cien.
El moreno se puso de pie y la levantó una pierna para que ella le rodease con la cintura, y luego la otra. No pudo evitar gemir cuando la levantó y la penetró.
-Joder. -Siseó Sebas en cuanto empezó a embestirla cada vez más fuerte y más deprisa.
Luchaba contra el impulso de metérsela hasta los huevos y follársela hasta que se le olvidara su nombre. Eider tensó los brazos alrededor de sus hombros y los labios de este se aferraron a la piel que había justo en la curva de sus pechos. Notaba el sabor de la sangre que fluía hacia la superficie de su lengua y se apartó a tiempo para ver la marca roja que la había hecho. Era suya y eso lo demostraba.
La chica le arañaba la espalda y él cada vez la empujaba más contra la oscura y alisada pared de su habitación. Tenía los dedos clavados en sus muslos, y eso la iba a dejar señal. Las piernas de Eider se tensaban enroscadas a la cintura de este mientras él entraba y salía de ella; cada vez estaban más cerca de llegar al orgasmo.
-Sebas. -La respiración entrecortada de la chica le indicó que se estaba corriendo a su alrededor. La idea de poder correrse dentro de ella le volvía loco, así que eso es lo que hizo.
Se quedaron unos segundos jadeantes y sudorosos, hasta que el moreno salió de ella y pudo quedarse observando sin pudor cómo la prueba de su orgasmo se la escurría por las piernas.
Joder, el dolor de las pesadillas seguía en él, pero Eider le hizo superarlo como solamente ella sabía.