Conocernos mejor

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Es sábado por la tarde, lavo mis manos para quitar el óxido que se depositó en las yemas de mis dedos tras practicar con la guitarra. Al mirarme en el espejo puedo notar que tengo una marca de corte justo por encima de mi ojo, lo cual me asusta al saber que pude quedar tuerto. Me pregunto sobre el motivo de la herida y nada llega a mi mente, lo más probable es que haya ocurrido cuando me desmayé la noche de la celebración.

Hubo ciertos retrasos con el viaje, pero ya es seguro que este será mi último día en este poblado tan pacífico que ha dejado huella en tanto en mi cuerpo como en el alma. Quedan al menos cuatro horas para que nos vayamos y mis compañeros no hacen otra cosa que beber o apostar a las carreras de caballos, mientras que mi jefe fuma tabaco importado de la mismísima Habana, por increíble que suene. Pero estas actividades me desagradan y prefiero mantener las distancias con todos, en ese momento recuerdo que mi acompañante está tomando una ducha para serenarse de todo lo que nos sucedió aquella borrosa noche. Toco a la puerta de mi propia habitación pensando que ella está allí, pero no recibo respuesta y tras un par de golpes para confirmar, decido entrar para arreglar mis cosas. Es entonces cuando me llevo la sorpresa de encontrar a mi acompañante de espaldas a mí viendo a través de una ventana la cautivante escena del océano teñirse de naranja ante el sol del atardecer. Está completamente desnuda, luciendo una piel perfecta y blanca como el alabastro, y me resulta imposible no fijarme en su figura por unos momentos. Tal escena es digna de un cuadro hecho por Miguel Ángel, Picasso o cualquier otra eminencia del arte. Asimismo le daría mil esculturas a los museos y ninguna haría justicia de la pura belleza que ven mis bendecidos ojos, pero vuelvo en sí dándome cuenta del desastre que resultaría ser descubierto en tal situación y rápidamente doy pasos hacia el baño.

Justo cuando el último de mis cabellos yace fuera del alcance de su vista, ella voltea bruscamente al sentirse observada, pero no nota mi presencia y comienza a vestirse, cosa que nuevamente pone a prueba mi sigilo. Resulta ser que su sostén se ha quedado justo a mi lado, sobre la encimera, lo tomo y noto que está frío, por lo que deduzco que es imposible que ella lo haya usado y este es el mismo sostén que está por vestir.

Mi rostro se palidece de pánico y siento unos pasos dirigirse hacia mí, entonces suelto la prenda y me meto a la ducha para evitar ser descubierto, esta jugada me cuesta la ropa, que se moja parcialmente. Pero mi as bajo la manga da frutos y mi acompañante toma su prenda sin detenerse a mirar su alrededor.

Pasan un par de minutos y escucho la puerta de la habitación cerrarse, suspiro de alivio ante ese sonido, que me resulta casi armonioso, me dispongo a salir y al ser visto por mis compañeros les doy una mala excusa para explicar el estado de mis mojadas vestiduras...

Ha anochecido y el viento sopla con fuerza levantando pequeños rastros de arena que me hacen recordar al Cairo, en Egipto. El pueblo no tiene alumbrado eléctrico y el viento ha apagado todas sus luces de cera, es la escena ideal para una obra de poesía al estilo del romanticismo clásico.

Ya que hay un restaurante un poco apartado del pueblo, con vista al mar y deliciosas parrillas de mariscos, planifico rápidamente una velada romántica.

Voy a trote hasta el lugar y doy instrucciones a los camareros sobre lo que pienso hacer, me toman por loco al principio pero les doy mi mirada más seria y acatan a mi petición sin rechistar.

Nuevamente doy un trote hasta la posada en busca de mi acompañante, a quien ubico e invito a cenar. Acepta gustosamente y me acompaña hasta el lugar llevando una flor en su oreja, signo que en Hawaii es interpretado como la soltería de la mujer...

Llegamos al sitio y no hay iluminación del tejado, sólo velas que iluminan la parte superior de las mesas del restaurante. Como este está construido sobre el lecho de rocas, el oleaje marino puede ser claramente escuchado. Cuando tomamos asiento, los camareros nos reciben con la comida ya preparada; todo va según lo planeado, platicamos sobre asuntos más personales y profundos, para afianzar nuestro lazo. Tras terminar la comida, el sonido música de tambora cubre los alrededores. Mi acompañante y yo miramos con desconcierto buscando la procedencia del sonido en la oscuridad, pero yo sonrío por dentro sabiendo que esto es parte de mi estratagema.

Cuando decidimos irnos, tomo a mi acompañante de la mano y decidimos despedir el lugar caminando por la playa, contemplando el cuarto creciente en el cielo. En un determinado momento, saco de mi bolsillo una rosa que he cortado yo mismo esta mañana y se la entrego a mi acompañante, quien agradece el gesto y me mira con sus centelleantes ojos. Le tomo por la cintura y casi a susurros, conversamos como si hiciéramos la actividad más común.

En un determinado momento de nuestra charla, ella tiene la particular ocurrencia de contarme un pequeño detalle...

Ningún ser humano es perfecto, y ella ha nacido con un mal congénito, un problema de familia que aparentemente le hace estéril, en la incapacidad de tener descendencia propia.

Al notificarme de esto, la veo llenarse de aires de inseguridad, como si esperara el rechazo. Pero, lejos de esto, le explico que no me interesa que no pueda tener hijos, le digo que sí he pensado en tener familia, pero asimismo le digo que no cambiaría a nadie por tal problema, y menos tratándose del amor de mi vida...

Estas palabras iluminan su rostro, a lo cual sonrío con gesto de satisfacción. Ella me pregunta sobre qué fue lo que estaba por hacer justo antes de desmayarme la noche del carnaval. Le respondo con cierta vergüenza que tenía intenciones de besarla, a lo cual ríe y, tras unos instantes estando pensativa, me dice que me pagará lo que es debido.

No sé a lo que se refiere y, justo antes de preguntárselo, se levanta y me besa, pero no lo hace con prisa, permanece unida a mí por ya varios instantes. Nuevamente quedo cautivado por la suavidad de suslabios, y así permanecemos por un buen rato, hasta llegada la hora de lasiesta.

La Culpa es del EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora