Han pasado unas 4 horas desde que el avión despegó, he llegado tranquilamente y la aduana no me ha presentado inconvenientes. Son las cuatro de la tarde, estoy saliendo del aeropuerto cuando diviso un taxi que se para en frente. Su conductor no es precisamente amistoso y el asiento trasero tiene un olor que, por algún motivo, me trae memorias de aquello que no quiero recordar...
No me lo pienso dos veces y subo, no conozco el valor del peso pero mis ahorros me han dado una buena suma con respecto al cambio de moneda. El viaje en auto toma otras dos horas y lo único que veo son largas carreteras con pequeñas casas que decoran el pintoresco paisaje.
Por fin el "tierra prometida", son las siete de la noche y mi estómago ruge pidiendo comida. Como sólo veo puestos de comida en la calle y no tengo ni idea de qué lugar es apto para el consumo humano, recorro un par de calles hasta que diviso un café.
En comparación al lugar lúgubre donde conocí a mi ya no amante, o mejor dicho la amante del español, este sitio tiene un ambiente agradable. Tiene dos pisos, decoración bastante abstracta y un dulce olor a pino que emana de las plantas de la zona. Las sillas son de un singular aspecto ovalado y hay un pequeño espacio de espera con un par de sillones de cuero y una bonita pecera que torna de un azul celeste el pequeño rincón. El rasgo más notable del sitio es un acabado de madera que cubre el suelo, las paredes y el techo. La iluminación sorprende pues cada mesa tiene pequeñas lámparas de escritorio. ¿Simple café o restaurante VIP? Indiferentemente de ello este lugar es muy agradable.
Hago la fila con las tripas aún gruñendo cuando mi mente se inunda de pensamientos acerca del famoso café colombiano, he visto a muchos grandes del mundo del entretenimiento hablar muy bien de él, lo cual hace de mi boca un pozo. He de admitir que de joven no gustaba del café, de hecho odiaba su amargura. El capuchino me era apenas aceptable sólo por el hecho de que sabía más a canela que a café, pero al empezar mi carrera resultó siendo una bebida que me sostuvo durante largas noches de estudio.
Finalmente pido una taza acompañada de un postre sencillo, recibo mi pedido y me dispongo a comer tranquilamente, justo cuando doy un ligero sorbido a la taza, quedo pasmado ¡Es delicioso! Una mezcla de amargura y dulzura recorre mis papilas gustativas, miles de estímulos llegan a mi cerebro como una lluvia de cometas. Estoy tan fascinado por el gusto de la bebida que pasa una hora entera hasta que termino de comer. Solicito la cuenta y paso de un instante de sumo éxtasis a una descarga de furia.
¡Es caro! Aún desconociendo el valor de la moneda local, un número de tres dígitos por una simple taza y un minúsculo postre es ciertamente un robo. Me enojo aún más al contemplar que la cuenta posee un impuesto del 10% de servicio. Mi padre estallaría de furia ante tal imagen, y siendo yo su hijo, no puedo evitar reaccionar de la misma forma. No me queda de otra, con el puño apretado pago la considerable suma y me marcho del lugar sin dejar ni una moneda de propina.
Una vez calmado, recuerdo el tema del hospedaje y llamo a mi a eso de las nueve de la noche. Tan simpática como siempre, me da un agradable saludo y me dice que, si me es posible, puedo ir a su casa a pasar la noche. ¿Si me es posible? ¿A qué se refiere? Sí, desconozco la ciudad, pero no soy tan distraído como para que me resulte imposible recorrer unas calles.
En ese momento llega a mi teléfono un mensaje de la prima indicando su dirección en GPS, al principio me resulta raro, pero cuando noto el marcador de mi posición actual y lo comparo con el de mi prima, doy un grito ahogado y suspiro de locura. Diez kilómetros de distancia, literalmente está del otro lado de la ciudad. Sin un auto que tomar y sin disposición para derrochar más dinero, veo un hotel cercano y decido hospedarme allí.
Irritado por el suceso anterior pregunto, sin siquiera saludar al recepcionista, la lista de precios de las habitaciones, escojo la más barata y paso una noche relativamente larga e incómoda y vuelvo a tener las mismas pesadillas recurrentes sobre aquellos lamentables hechos por los que huí hasta llegar aquí.
Tengo un fuerte dolor en el cuello, ha sido una noche paupérrima, mísera, intolerable, esos y muchos otros calificativos me llenan la mente para describir la odiosa siesta que he tomado.
Al medio día salgo del hotel y me dirijo, caminando a casa de mi prima. Pasan cuatro largas horas y agradezco mi experiencia en maratones. Al faltar unos tres kilómetros, es la hora del almuerzo. Como en un puesto sencillo ignorando la salubridad y continuo mi travesía por esta gran ciudad. Pasan otras dos horas y finalmente he llegado. Toco la puerta, ajusto mi traje y espero con cierta ansiedad.
Se abre la puerta y en una primera vista no reconozco a la mujer que abre a la puerta...
-¡Primo!¡Estás altísimo!
Exclama con una voz que me llena de recuerdos de la niñez. Es mi prima, pero es mucho más pequeña de como la recordaba, le doy un fuerte abrazo y casi siento que ya estoy en casa.
Al entrar me reciben ella y su marido con un agradable caldo cuyo olor se esparce por el apartamento y lo hace un lugar confortable. Después de una agradable comida y una amena charla después de once años sin ver a mi familiar en persona, dispongo la habitación y me siento frente a la ventana para pensar.
Ciertamente los últimos días han sido molestos, pero orgullosamente estoy aquí, listo para dar el siguiente paso en mi vida. Tengo grandes expectativas para empezar otra vez y muero de ganas de conocer esta bella nación.
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La Culpa es del Español
Ficción GeneralEn un futuro no muy lejano, nuestro protagonista, de identidad desconocida, vive sin nada que valga la pena nombrar. Sin embargo, con el paso de los meses descubre una verdad terrible que lo obliga a empezar nuevamente su vida. Las penurias que le...