Cuarenta y Dos.

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― ¿Estas bien? ―pregunto y no responde.

Al instante hago una nota mental para recordar que él no puede oírme.

Está arrodillado en el piso de su cuarto afirmando su espalda en la cama. Quito con cuidado sus manos dejando libre su rostro, tiene los ojos rojos e irritados, obviamente de tanto llorar.

Su mirada refleja dolor, veo como una lágrima resbala por su mejilla, al darse cuenta de que yo lo miro apenada, se la quita.

Intento transmitirle con mis ojos que lo comprendo y que puede contar conmigo y al parecer algo en mi mirada entiende, ya que al instante se para, lo imito y él me abraza buscando consuelo.

Moras #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora