Cuarenta y Siete.

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Después de que Fer fuera a casa (solo vino a despedirse) tomo el abrigo más grande que encuentro, me lo pongo y salgo hacia la casa de Adrián.

Cuando llego, la señora Isabel me deja entrar de inmediato.

—Hija, pero cómo se te ocurre salir con el frio que hace ¿Quieres una taza de chocolate caliente? —me ofrece.

Tengo la tentación de aceptar su oferta, otra taza no me hará mal, pero yo vine con otro propósito. Niego con la cabeza y ella me deja pasar hasta la habitación de Adrián.

Al entrar veo que se encuentra con la misma posición que lo encontré el día que Fer le dijo que se iba...

Corro a él y al igual que esa vez le quito con sumo cuidado las manos de su rostro, el cual está empapado de lágrimas.

Acerco mis manos a sus mejillas y en cuanto las yemas de mis dedos hacen contacto con su piel, cierro los ojos disfrutando de la sensación y lentamente deslizo mis dedos quitándole las lágrimas.
Entonces abre los ojos y mira directamente a los míos pillándome un poco desprevenida, pero cuando yo también miro directo a sus ojos, a sus ojos color miel, me doy cuenta de algo... de algo que cambió, de algo que cambió dentro de mí...

Moras #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora