No me hacía caso.

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No entiendo.

Nada de nada, ni cómo si estaba en un paraíso y ahora me quemo en el infierno, tampoco el daño irreparable que acabo de hacer.

Todo es mi culpa, todo, todo.

Desde esos gritos y tantas cosas con las que torturaron, tus oídos deben de estar sangrando y no estoy ahí para curarlo, no estoy ni estaré.

A tu lado no más, estamos tan lejos, tan lejos que me carcomo el tiempo, me detruyo las ilusiones, los mimos, los besos, vomito las mariposas y escondo las lágrimas.

Ahora no estarás para limpiarlas.

Todo es mi culpa, todo es tan injusto.

Por tí, muero, tanto por dentro cómo por fuera, si, la sangre disuelve mi lástima, lo siento, es inevitable.

La ridícula idea de no verte en las mañanas ni acariciar las vértebras de tu espalda me hace sentir muerta.

Muerta en una vida injusta, todo es injusto, todo está mal tomado.

Todo me hace mal, no entiendo, nada de nada.

No te quiero lejos, no te quiero dejar, no te quiero dejar, no te quiero dejar.

No lo haré, no lo haré, no lo haré.

¡Deja de gritarme! ¡Déjame en paz! ¡Aléjate!

No tengo ganas de recibir disculpas, ni tampoco sonrisas, mucho menos lágrimas, así que las escondes.

¿Sabes? Aunque lo siguiera golpeando, el espejo, mi reflejo, no me hacía caso.


Sigo SintiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora