Capítulo 15

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Nina giró sobre sus pies, dejando que sus ojos castaños vagaran llenos de emoción. Realmente parecía un paraíso para alguien que, como ella, amaba los postres. Había pasteles de todos los sabores y colores que podía imaginar, las texturas variaban y los tamaños también. Unos deliciosos creme brulee adornaban el centro de la vitrina principal, mientras que el lado izquierdo estaba desbordante de tuille elaborado con diferentes frutas y el derecho de muffins de colores brillantes.

Y esos eran los que podía identificar. No estaba muy segura de cada uno de los postres exhibidos pero sí que se veían exquisitos. Deseaba probar todo. Era imposible elegir.

–No, no puedo hacerlo –Nina negó como una niña, cruzando sus brazos en gesto terco– ¿cómo puedo decidir?

Caleb sonrió divertido y no pudo evitar, cuando Nina frunció los labios, tomar su rostro entre las manos.

–Calma, puedes pedir lo que quieras. Te invito, vuélvete loca.

–No tienes idea de lo que estás sugiriendo –inspiró hondo Nina y sintió como el calor de las manos de él sobre sus mejillas provocaban una gran calidez en ella.

–Tomaré el riesgo –susurró Caleb y la soltó–. ¿Vamos a sentarnos?

–¿Tan pronto? ¡Quiero verlo todo!

–Imposible –negó Caleb con una sonrisa–. No puedo permitir que vayas a los siguientes niveles.

–¿Qué? ¿Hay más? –Nina abrió los ojos con sorpresa y lo tomó de la mano–. ¡Debes llevarme, Caleb! No puedo pensar en nada más que verlo todo.

–Te advierto que será mil veces más difícil decidir.

–No me importa. ¡Vamos! –Nina lo llevó con alegría y Caleb la siguió sonriendo, feliz.

Tras veinte minutos en los que Caleb tuvo que empujar levemente a Nina de una vitrina a otra, eligieron una mesa en el segundo piso. En el menú existía la posibilidad de pedir varios postres en miniatura, lo que a Nina le pareció una idea perfecta.

–Incluso elegir estos cinco fue una tortura –se quejó, entre bocado y bocado–. ¿Cómo puedes conocer un lugar así y no haberme contado jamás?

–No hablamos demasiado, precisamente... –murmuró Caleb, llevándose un trozo de tiramisú a la boca.

–Tienes razón, pero fue un error –Nina cortó otro pedazo–. Hmmm... delicioso.

–¿Qué fue un error? –interrogó Caleb divertido.

–Que no habláramos, que no supiera de este lugar, que... –se interrumpió y tomó un mini creme brulee–. ¿Te estoy asustando?

Caleb negó, solo le gustaba mirar a Nina. Mientras hablaba, comía, pensaba... se veía adorable. Sonrió.

–Me encanta –exclamó Nina sin pensar. Es que la sonrisa de Caleb... era increíble.

–¿Así de bueno, eh? –Caleb interpretó que se refería al postre que había probado. Nina asintió y eligió un mini muffin. Varias migas se quedaron en sus labios y Caleb elevó la mano para retirarlas, rozó levemente sus labios, antes de carraspear y tomar una servilleta, poniéndola frente a ella–. Comes como una niña.

Nina frunció los labios y giró el rostro, simulando estar ofendida. Sin embargo, sonrió y tomó la servilleta que Caleb aún sostenía frente a ella. Sus dedos se rozaron e intercambiaron miradas de sorpresa y reconocimiento. Podían sentirlo. Era diferente.

–Y tú pareces un anciano con tantas quejas –Nina ocultó su sonrisa tras la servilleta y Caleb se limitó a arquear una ceja con suficiencia–. ¡Vamos, no puedes no contestar!

–Prefiero no hacerlo. Soy un adulto, Nina –contestó con seriedad Caleb, pero un esbozo de sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.

–¡Sé que quieres sonreír, Caleb! –aseveró Nina y comió un bocado más.

Caleb no respondió. Simplemente la miró, sus ojos azules contenían aquella expresión que Nina había visto tantas veces pero no lograba descifrar que significaba. Pensaba que se debía a que, simplemente, él era un enigma. Pero no, solo había una persona a la que miraba de aquella forma... ella.

Nina miró con nostalgia el lugar mientras se alejaban hacia la oficina de Caleb, donde tomarían su auto y ella le pediría que la llevara a la estación de autobuses, pues había venido en el auto de Kristen. Miró el preciado tesoro de postres que llevaba y sonrió. ¡A su madre le encantarían!

–¡Caleb, espera! –Nina lo detuvo. Él la miró interrogante–. ¡Debes comer!

–Acabo de comer –señaló con ironía.

–No, eso no cuenta –negó vehemente–. Necesitas algo de comida.

–¿Te parece? –arqueó una ceja y ella lo golpeó en el costado.

–¡Estoy hablando en serio, Caleb! ¿No comiste nada al mediodía, verdad? –Nina dijo en tono reprobador–. Vamos a buscar algo de comer.

–Tengo una idea mejor –Caleb pasó sus dedos con lentitud por el brazo de Nina–. ¿Qué tal una cena conmigo?

–¿Me estás invitando a cenar? –Nina se sorprendió y él asintió un poco incómodo–. Oh, me encantaría, pero mira como estoy –se observó con tristeza–. Soy un desastre y estoy un poco cansada...

–Lo entiendo –asintió él intentando deshacer el nudo de decepción que se formó en su garganta–. ¿Quieres que te lleve a algún lugar especial?

–Me expresé mal –Nina se acercó, pues Caleb puso distancia entre ellos–. Me gustaría ir contigo pero a un lugar informal, ¿si?

Caleb se sorprendió. ¿Qué intentaba decirle Nina? ¿Acaso daba la impresión de que frecuentaba solo lugares de moda y exclusivos?

–Creo que esta propuesta te agradará –Caleb la condujo hasta el interior del estacionamiento de la oficina y subieron al auto–. ¿Qué te parece si vamos a mi departamento y ordenamos algo de comer?

–Eso estaría bien –asintió con entusiasmo.

–Entonces, ¿no te ofendes, verdad? –interrogó Caleb dudoso.

–¿Por qué razón? Yo te conozco, Caleb. Confío en ti –soltó alegremente Nina y continuó mirando por la ventana. No pudo observar lo mucho que esas palabras significaron para él.

Aparcaron y subieron el tramo de escaleras que los separaba del lugar. Al entrar, Nina observó que era pequeño pero de una cuidada distribución, muy agradable. Caleb le indicó que tomara asiento mientras ordenaba la comida. Nina le pidió permiso para recorrer su departamento y él le aseguró que podía sentirse como si estuviera en casa.

Caminó con lentitud, mirando cada detalle con atención. La sorprendió encontrar una foto de la familia de Caleb en la repisa. Era antigua, de cuando su padre estaba vivo. Cuatro miembros de una familia muy feliz. Inspiró hondo, ¿cómo había Caleb terminado odiando a su mamá y a Cameron? ¿Por qué o solo era un malentendido?

En la sala, había un gran ventanal en el que se observaba la puesta de sol. De a poco, los colores anaranjados teñían el cielo y las tonalidades parecían no tener fin.

–Nina –Caleb le tocó levemente el brazo y ella volteó–. Estabas muy concentrada.

–Pensaba en que ya sé porque vives aquí –Nina sonrió–. La vista es increíble.

Caleb se puso a la altura de Nina y dirigió su mirada hacia el lugar que Nina miraba. No, nunca antes se había detenido a observar nada. Llegaba bastante tarde y no apreciaba el mundo a su alrededor, solo lo percibía cuando Nina estaba cerca. Como en ese instante.

–Sí, es increíble –susurró y sus ojos azules se posaron en Nina. Sin duda, ella lo era.

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